Las dos cumbres de Alaska y Washington fueron un espectáculo político sin precedentes. Las posiciones de Kiev y Moscú son antagónicas. Para Estados Unidos ha sido una humillación. Por su parte, Europa ha quedado en ridículo: no hay sintonía con Estados Unidos y no hay concesiones por parte de Moscú por algo bastante simple de entender: las concesiones debe hacerlas quien va perdiendo la guerra.
Trump amenazó a Rusia si no aceptaba un alto el fuego en Alaska. Putin se negó, como se esperaba, y Trump dio media vuelta otra vez a su posición. En fin, el resultado fue una victoria para Putin: su aislamiento diplomático quedó destrozado. Ningún otro país tiene que temer represalias diplomáticas para recibirle con las puertas abiertas.
En la reunión de Washington no ocurrió como en febrero, cuando Zelensky fue abochornado por Trump. Fue un éxito simplemente porque los protagonistas evitaron otro desastre delante de las cámaras de la televisión.
El mayor perjudicado fue Trump, que sigue emitiendo sensaciones vacilantes y, además, no ha encontrado la major manera de deshacerse del problema. Es posible que la paz no les interese porque tienen un buen negocio: venden muchas armas y Europa paga la factura.
Para Trump es sólo un problema de imagen, es decir, algo insignificante para alguien cuyo historial es chapucero: regresó a la Casa Blanca afirmando que acabaría con la guerra en 24 horas y han pasado siete meses.
El Kremlin tiene las llaves. En los dos últimos meses el ejército ruso ha aumentado en un tercio sus ataques nocturnos con misiles y drones.
El papel de Europa es el más ridículo porque no puede hacer nada sin su “socio” del otro lado del Atlántico, excepto pagar las facturas del armamento. Von der Layen ni siquiera sería capaz de llevar a Rusia a una mes negociadora.
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