En marzo, cuando comenzaba la ola de histeria, Gerald Posner publicó un libro sobre las multinacionales farmacéuticas, en el que concluía: “Para la industria farmacéutica, el Covid-19 es una oportunidad de negocio excepcional”. No obstante, aún hay quien en la histeria sólo ve médicos y no un sector económico sometido a las leyes del capital.
“Todos [los capitales] están en la carrera”, dice Posner, quien describe los beneficios para el ganador como gigantescos. La pandemia “será potencialmente un éxito de taquilla para la industria en términos de ventas y beneficios”, añade. “Cuanto más grave sea la pandemia, mayores serán sus beneficios”.
Los beneficios de los grandes monopolios farmacéuticos ya son muy elevados en Estados Unidos, donde no hay control alguno sobre los precios de los medicamentos, como en otros países. Esto da a las empresas farmacéuticas más libertad para fijar los precios de sus mercancías que en cualquier otro lugar del mundo.
Durante la pandemia actual, las empresas farmacéuticas pueden tener incluso más margen de maniobra de lo habitual debido a la retórica de los cabilderos de la industria que impulsaron un plan de gastos de 8.300 millones de dólares para el coronavirus, un plan elaborado a principios de este mes de agosto para maximizar sus beneficios.
El dinero público destinado a la salud acaba en los bolsillos de las farmacéuticas. Según Posner, desde la década de los treinta, los Institutos Nacionales de Salud (NIH) han invertido unos 900.000 millones de dólares en investigaciones que la industria farmacéutica ha utilizado para patentar sus propios medicamentos.
Todos los medicamentos aprobados por la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos) entre 2010 y 2016 procedían de investigaciones científicas financiadas por los NIH, es decir, por los presupuestos públicos. Más de 100.000 millones de dólares del Estado han ido a parar a esas investigaciones.
Entre los medicamentos financiados con fondos públicos que siguen generando enormes ingresos para las empresas privadas se encuentran el medicamento contra el VIH AZT y el tratamiento del cáncer Kymriah, que Novartis vende ahora por 475.000 dólares.
Posner pone ejemplos de los exorbitantes beneficios de las farmacéuticas con medicamentos que sólo los fondos públicos han hecho posible. El sofosbuvir, un medicamento antiviral para la hepatitis C, es el resultado de una investigación financiada por los NIH. Hoy el medicamento es propiedad de Gilead y cada tableta cuesta 1.000 dólares. Muchos enfermos con hepatitis C no pueden pagarla. Gracias a esta droga, y en los tres años desde su lanzamiento, Gilead ha ganado 44.000 millones de dólares.
Mylan Pharmaceuticals ha aumentado el precio del medicamento EpiPen (epinefrina), que se administra para las alergias. Cobra 300 dólares por un producto cuya fabricación cuesta menos de 10 dólares.
No es la primera vez que Mylan monopoliza un medicamento para subir el precio de una mercancía y maximizar los beneficios. En 2000 llegó a acuerdos con los proveedores de Lorazepam, un ansiolítico muy difundido en todo el mundo, así como el Clorazepato. El objetivo es impedir que sus competidores tuvieran acceso a los fármacos para fabricar genéricos.
Gracias a sus acuerdos monopolistas, Mylan infló sus precios en un 2.000 y 3.000 por ciento respectivamente, hasta que fue demandado por los fiscales de 32 estados y por la Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos. En el acuerdo se exigía esencialmente a Mylan que renunciara a todas los beneficios en lo que era entonces el mayor acuerdo con un fabricante de medicamentos, que ascendía a más de 100 millones de dólares.
Entre 2015 y 2016 Valeant Pharmaceuticals hizo lo mismo. Aumentó los precios de Isuprel y Nitropress en un 528 y 212 por ciento respectivamente. De 2013 a 2016 subió el precio de Cuprimine en un 5.787 por ciento y el Benzaclin y Retina-A Micro en un 1.800 por ciento cada uno; y de 2011 a 2016 Carac y Targretin en un 1.700 por ciento cada uno. La Syprine ha aumentado su precio en un 3.200 por ciento desde 2011.
Al aumentar los precios, generan enormes beneficios, al tiempo que evitan el pago de impuestos, por ejemplo, trasladando la sede fiscal, creando filiales o adquiriendo parte del negocio de otras empresas.
(*) Pharma: Greed, Lies and the Poisoning of America, Simon & Schuster, 2020.