Hace unos meses Europa decidió incluir a la energía nuclear entre las energías “verdes”, pero el debate interno no ha acabado ahí. Ahora lo que se discute es el papel que desempeñará en la producción de otra energía: el hidrógeno.
Bruselas debate sobre el sexo de los ángeles. Lo que determina si la fabricación de hidrógeno puede calificarse de “limpia” o no es el origen de la energía consumida. Si procede de centrales eléctricas de carbón o gas, el hidrógeno será “gris”. Pero si proviene de instalaciones eólicas, solares o hidráulicas, será “verde”.
Queda por resolver la cuestión del hidrógeno procedente de la energía nuclear. Alemania se niega a poner la etiqueta “verde” al hidrógeno generado a partir de energía nuclear. Francia opina lo contrario. Es la misma división que existe en torno a la construcción del gasoducto MidCat a través de los Pirineos.
En una carta enviada hace unos días al comisario europeo de Energía, Kadri Simson, la ministra francesa de Transición Energética, Agnès Pannier-Runacher, pedía que se pusieran en pie de igualdad la hidroeléctrica, la eólica, la fotovoltaica y la nuclear.
Alemania se opone. Hace más de diez años decidió retirarse de la energía nuclear, prometiendo alcanzar el 100 por cien de energía renovable para 2030, frente al 40 por cien actual.
Con sus 56 reactores nucleares, Francia podría producir hidrógeno a una escala mucho mayor, para “construir la soberanía energética del país”, declaró Macron a finales del año pasado. “Nunca tendremos suficiente energía renovable [en Francia] para producir hidrógeno verde”, dijo.
De momento hay una solución salomónica, que permite considerar que lo “gris” es “verde”. Es una manera de acostumbrar a que cuele la etiqueta del hidrógeno como energía “sostenible”.
Otra falsa solución al dilema metafísico es más sencilla, pero igualmente fraudulenta. Consiste en importar el hidrógeno fabricado en terceros países, cerrando los ojos a la manera en que se fabrica.
A finales del año pasado Bélgica y Namibia acordaron producir e importar hidrógeno “verde”. En cuanto a Alemania, el gobierno ha puesto sobre la mesa 2.000 millones de euros de fondos públicos para firmar acuerdos parecidos con Marruecos, Namibia, la República Democrática del Congo y Sudáfrica.
Estos acuerdos con terceros países son como el chocolate del loro. En primer lugar, habría que llevar energía a esos países para fabricar más energía. En segundo lugar, son países en los que no hay suficiente agua como para fabricar hidrógenos por electrólisis. En tercer lugar, la técnica necesaria para transportar el hidrógeno no está disponible, al menos de momento. Finalmente, la cesión de técnicas avanzadas a terceros países puede dar lugar a muchas complicaciones.