Las campañas electorales ‘transversales’ de Hitler

Desde el punto de vista electoral, 1932 fue un año febril en Alemania, algo típico de las envejecidas democracias burguesas europeas. No había nada para comer pero podías votar continuamente: elecciones presidenciales a doble vuelta, otras dos elecciones legislativas…

La crisis del capitalismo se lo puso en bandeja a Hitler y los suyos. Si las papeletas electorales se pudieran comer, los alemanes se habrían empachado en 1932, o quizá se empacharon tanto que no les importó cuando los nazis acabaron de un plumazo con tantas votaciones. ¿Votar?, ¿para qué?, ¿a quién?

Cuando quemaron el Parlamento, nadie levantó la voz tampoco.

En la República de Weimar todo era viejo, todo estaba apolillado. Durante la campaña presidencial de 1932, los partidos de siempre, incluida la socialdemocracia, apoyaron a Paul von Hindenburg, que tenía 84 años y había ocupado el cargo desde 1925.

Su oponente fue Hitler, que entonces tenía 43 años, casi la mitad. El 13 de marzo ningún candidato obtuvo la mayoría absoluta, lo que desencadenó una segunda vuelta el 10 de abril, en la que Hindenburg ganó con el 53 por ciento de los votos, que le permitieron seguir en el cargo de Presidente de la República.

Luego hubo elecciones el 24 de abril en varios Länder (comunidades autónomas), el 31 de julio se convocaron más elecciones al Reichstag, seguidas de otras iguales el 6 de noviembre…

En aquella época los partidos políticos burgueses no eran como hoy. Se reducían a un puñado de notables, personalidades y caciques en torno a un grupo parlamentario.

Pero, lo mismo que en Italia, el partido nazi era otra cosa: era un partido burgués construido a imagen de los partidos obreros, de tal manera que pudiera agrupar y movilizar a las masas. Por eso entre sus siglas aparecía la definición de “socialista”.

Naturalmente que se diferenciaba de los partidos obreros por su componente de clase: no se dirigía a una u otra clase social sino a todos los alemanes, sin distinciones de clase social. Como también decían sus siglas, el partido era igualmente “nacional” o, como diríamos hoy, “transversal”.

Aunque hoy eso parece anodino, hace un siglo era absolutamente novedoso, incluso en el lenguaje. Como tanto otros cretinos, antes y ahora, los nazis se creían por encima de las clases sociales y hacían campaña prometiendo promover el “bien común” y diciendo que “todos navegamos en el mismo barco”.

Las campañas electorales de Hitler también fueron totalmente novedosas. Por ejemplo, durante 1932 pronunció 209 discursos públicos, lo que era algo absolutamente impensable para los transportes de la época. Por eso los nazis fueron los primeros en llevar a su jefe en avión de un mitin a otro, de manera que el mismo día podía hablar hasta en tres lugares a la vez.

El 27 de julio Hitler asistió a un mitin con 60.000 fieles en Brandenburgo, luego tuvo casi el mismo número de seguidores en Potsdam, hasta que por la noche se dirigió a una audiencia de 120.000 personas reunidas en el estadio de Berlín, donde apareció otra novedad: desde el exterior 100.000 más siguieron su discurso gracias a la megafonía.

A veces se relaciona el éxito de Hitler con la radio, pero no fue el caso de las elecciones porque la red de radiodifusión estaba bajo el control del gobierno, que tenía vetado a Hitler.

A los nazis se les ocurrió una idea mejor: dos semanas antes de las elecciones de julio difundieron una grabación fonográfica de Hitler con un discurso de ocho minutos titulado “Llamamiento a la nación”, otra gran novedad publicitaria que ellos introdujeron en el panorama electoral.

Distribuyeron nada menos que 50.000 discos de aquel “Llamamiento”, lo cual no era nada sencillo entonces desde el punto de vista técnico y, sobre todo, no era barato. Las innovaciones nazis en materia de técnica electoral ponían de manifiesto que, a diferencia de los viejos partidos burgueses, deseaban dirigirse directamente a “todos y cada uno”, sin intermediarios, con un leguaje que calificaríamos de “populista”, que no era otra cosa que demagogia pura y dura.

Como ya hemos expuesto en otra entrada, todas esas innovaciones exigían cuantiosas fuentes de financiación que los demás partidos no tenían (ni necesitaban). En Hitler y el nazismo, más que en ningún otro movimiento, hay que poner en primer plano aquello de que “quien paga manda” porque quien sacó a aquella marioneta al escenario político alemán fue el capital monopolista y financiero. Por eso el fascismo es la propia dominación política del monopolismo.

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