La quintaesencia de la política atlántica

 Natalia A. Narochnitskaia

Natalia Alexeievna Narochnitskaia es una historiadora especialista en relaciones internacionales, diputada de la Duma en Moscú y miembro del Club de Izborsk. El presente artículo es el acta del discurso que pronunció con motivo del aniversario del Tratado de Yalta.

La historia siempre ha estado sometida a interpretaciones complejas y contradictorias, pero jamás se había transformado tan cínicamente en instrumento político. La tarea política de transformar el significado y el sentido de la Segunda Guerra Mundial ha generado una alteración y a veces una falsificaciòn evidente de la historia. Se trata de implantar en el espíritu de las nuevas generaciones la idea de que esta guerra se llevó a cabo exclusivamente para el triunfo de la “democracia americana” y no para la conquista de espacios geopolíticos, como ocurrió en el pasado y como se repetirá en el futuro, la idea de que esta guerra no fue una lucha cruel que tuvo por objeto la existencia histórica de los pueblos.

De manera deliberada se inculca en la conciencia social, tanto en Occidente como en Rusia, una supuesta identidad entre el Reich hitleriano y la URSS stalinista, así como la imagen de la guerra como combate entre dos totalitarismos rivalizando por alcanzar la dominación mundial.

La lógica de tal concepción implica que el sistema de Yalta-Postdam se debe asimilar desde el principio a una reliquia obsoleta de la doctrina del equilibrio de fuerzas y, de manera inmediata, a un producto intermedio de la lucha entre dos regímenes totalitarios igualmente odiosos el uno y el otro. Occidente se vio obligado a acomodarse temporalmente con uno de ellos para empezar a aplastar al otro y, acto seguido, durante medio siglo trató de debilitar y eliminar a su antiguo aliado.

He aquí literalmente las palabras que oímos en la boca del presidente Georges Bush tras la celebración por la invitación a unirse a la OTAN, dirigida a Lituania: “Sabíamos que se borrarían las fronteras trazadas por el arbitrio de los dictadores y que desaparecerían. No habrá más Munich ni Yalta”. De manera sintomática, tanto en Rusia como en Occidente, se pondrá cara de no haber oído esa declaración, de no comentarla e incluso de omitir el enunciado de ese discurso que hizo época. Sin embargo, ese discurso contiene la quintaesencia misma de la geopolítica atlántica del siglo XX en el Viejo Mundo. La fórmula pronunciada por el Presidente de Estados Unidos, “ni Munich ni Yalta”, significa literalmente: “Europa oriental jamás formará parte de la zona de influencia ni de Alemania ni de Rusia; será una esfera de influencia de Estados Unidos”.

No nos vamos a sacrificar a la moda política y nos abstendremos de comparar los objetivos de los demás miembros de la coalición anti-hitleriana con las aspiraciones de Hitler. No obstante, es desagradable abstenerse de todo comentario. Las palabras de Bush representan una formidable confirmación de una evidencia: lo que los alemanes no lograron realizar con dos guerras mundiales, los anglosajones lo han conseguido cumplir a finales del siglo XX. E incluso no evocaré el hecho de que el mapa de expansión de la OTAN se parece como dos gotas de agua al mapa dibujado por los pangermanistas en 1911, conforme al cual la Alemania del Kaiser se precipita hacia el este, soñando con Ucrania, el Cáucaso, la región del Báltico y el control sobre el Mar Negro…

El principal resultado de Yalta y Postdam, jamás reconocido en público, fue la imposición de hecho de la URSS como sucesor del Imperio de Rusia en el terreno geopolítico, combinado con la restauración de su potencia militar y su influencia internacional. Esta situación nueva induce a su vez la inevitabilidad de una resistencia “fría” al resultado de la Victoria, que correspondió a la restauración en el sitio y el lugar de la Gran Rusia, de una potencia capaz de contener los designios de Occidente. Y hoy la Rusia no-comunista padece la experiencia de una presión geopolítica que crece sin cesar.

Es significativo que después de 70 años se vuelvan a evaluar y destacar los resultados de Yalta, que fueron favorables a la URSS, aquellos que se pagaron con una dura lucha de sacrificio del pueblo soviético contra la agresión hitleriana.

¿De qué clase de democracia y de qué Unión Europea hablaríamos en la actualidad, si los numerosos pueblos de Europa del este se vieran privados de su lengua y cultura, y reducidos a meros recursos para el proyecto de otros?

Se pone en cuestión el estatuto del distrito de Kaliningrado y de las islas Kuriles, pero no se ha modificado en favor de Francia el trazado de sus fronteras con Italia y las islas del Dodecaneso se entregaron a Grecia (todo eso no habría podido suceder sin el consentimiento de la URSS, aunque en Grecia Gran Bretaña llevó al poder a fuerzas anticomunistas militantes). Por el contrario, nadie recuerda nada sobre un retorno al seno de nuestro país de los territorios perdidos en el transcurso de la revolución, tras las intervenciones extranjeras, las agresiones abiertas y las ocupaciones, así como por el hecho del crecimiento de ciertos Estados por la anexión de territorios que jamás antes les habían pertenecido.

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