Si se privatiza la sanidad o la educación, no hay ningún motivo para no hacer lo mismo con la policía o el ejército. El capitalismo ha creado empresas cuyo negocio es la guerra y baratijas intangibles, como la “seguridad” o la “defensa”.
Las empresas militares privadas son de dos tipos. Por un lado, hay empresas mercenarias o ejércitos privados que llevan a cabo campañas militares autónomas. Por el otro están los contratistas militares, que refuerzan a las tropas regulares de un Estado y subcontratan alguno de sus servicios.
Las empresas de mercenarios reclutan tropas en cualquier país del mundo y pagan sueldos que en Ucrania llegan a los 2.000 dólares diarios. Pero la ventaja más importante es que no están sometidos a ningún tipo de responsabilidad. Tienen carta blanca.
Es un fenómeno que surgió en los años ochenta del siglo pasado, cuando Eeben Barlow, antiguo coronel del ejército sudafricano fundó Executive Outcomes reclutando a las unidades disueltas tras el fin del apartheid.
Los mercenarios de Executive Outcomes intervinieron en Angola en 1992, donde lucharon junto al ejército regular contra UNITA después de que ésta se negara a aceptar los resultados de las elecciones de aquel año.
En 1996 participaron en Sierra Leona para derrotar a los rebeldes del Frente Revolucionario Unido, cobrando en parte con concesiones mineras de diamantes.
La guerra contra el terrorismo desatada en 2001 llevó la privatización del ejército de Estados Unidos a un nivel más alto. En 2010 las empresas militares privadas superaban en número a las tropas estadounidenses en Irak y Afganistán.
En un país arruinado, como Ucrania, hay un mercado frenético para las empresas privadas. La guerra está siendo el Eldorado de los mercenarios ya que, uno de los bandos, la OTAN no quiere intervenir directamente en el campo de batalla. Una de las empresas que participan en ella es TMG (The Mozart Group), fundada en marzo del año pasado en réplica inmediata a Wagner.
Su fundador es Andrew Milburn, un antiguo infante de Marina que formó parte de las fuerzas especiales del ejército de Estados Unidos en Somalia, Irak, Afganistán, Mali y Libia. En el colmo de la desfachatez, este capo de los mercenarios califica a su empresa como “una organización humanitaria”.
TMG se encarga de múltiples tareas dentro del ejército ucraniano. Una de elas son las “operaciones de influencia” dirigidas contra las tropas y la población rusa, a las que intoxica con supuestas atrocidades y crímenes de guerra cometidos para animar a los soldados a desertar.
También sirve informes al ejército ucraniano sobre los planes de gobiernos extranjeros, empresas, medios de comunicación y ONG, para lo cual dispone de “expertos”, periodistas y universitarios repartidos entre varios países. Promueve la difusión de “noticias” a través de redes sociales que luego, a su vez, nutren a los medios de comunicación convencionales, acompañadas de fotos y vídeos.
El propio Milburn es el primero de los “expertos” y en tal condición asiste asiduamente a las tertulias televisivas y las entrevistas en los medios de Estados Unidos.
Esta empresa de mercenarios está ligada a la Ukrainian Freedom Fund, una ONG creada tras el Golpe de Estado de 2014 para recaudar fondos, comprar material militar e instruir tropas paramilitares.
También está ligada a un grupo de presión, el Consejo Comercial US-Ukrania (USUBC), que tiene por objeto promover los intereses de las empresas estadounidenses en el país. A su vez, el USUBC es un conglomerado en el que se puede encontrar de todo un poco pero, especialmente, conocidos traficantes de armas, como Lockheed Martin, Northrop Grumman o BAE Systems.
El ejemplo de TMG demuestra que la hegemonía moderna sólo es militar si por tal se entiende una amplia constelación de intereses que también son comerciales, periodísticos e incluso “humanitarios”.