Mientras los “expertos” parecen concentrarse exclusivamente en los aranceles, el yuan cae hasta alcanzar su nivel más bajo en 20 años frente al dólar. No es una señal de pérdida de control por parte de Pekín sino una maniobra calculada.
La política monetaria del banco central chino forma parte de la guerra económica en ciernes. La caída del yuan persigue dos objetivos. Primero, logra que las exportaciones sean más baratas para mitigar el impacto de los aranceles estadounidenses. Segundo, protege sus reservas en dólares del rápido agotamiento y presiona sobre los mercados emergentes y la financiación en dólares mundiales.
Además de implementar su propia política monetaria, China empieza a forzar la de la Reserva Federal, obligada a defender el dólar y arriesgarse a romper los mercados de crédito, o bajar los tipos de interés y desatar una nueva ola de inflación.
Pero el problema de Estados Unidos no está China. Sus problemas son propios, internos, y no son sólo de déficit comercial, ni de inflación, ni de reindustrialización, sino de deuda o, mejor dicho, de quiebra, por lo que en la otra orilla del Atlántico cada vez se habla más de canjearla por un bono a cien años, es decir, una mora en el pago que sería una confesión clara de insolvencia.
Con más de 9 billones de dólares en deuda que vence en los próximos 12 meses, el Tesoro de Estados Unidos explora la mejor manera de alargar artificialmente el pago sin desatar el pánico.
El bono a cien años no soluciona los problemas internos de la economía estadounidense sino que los retrasa. Crearía la ilusión de que gozan de un equilibrio presupuestario.
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