En China el imperialismo ha dispuesto tres mechas para prenderle fuego al país de abajo hacia arriba: Hong Kong, Tibet y Xinjiang. Esta última es la menos conocida, por lo que es más fácil que al lector le cuelen cualquier paquete, como le ha ocurrido a “Jeune Afrique”.
Ya sorprende que un medio africano introduzca un artículo sobre Asia, pero hasta que no ha salido del continente negro no ha exhibido sus peores atributos, hablando de “enfrentamiento” y “guerra” entre uigures y chinos en Xinjiang. ¿Por qué no habla de terroristas en lugar de “grupos islamistas radicales”?
El título del artículo dice que los uigures son “una minoría musulmana extranjera” en su propio país, lo que es la declaración de principios por antonomasia del reportero, que no lleva el asunto al terreno de lo nacional sino de lo religioso, como cuando nos dicen que la lucha en Irlanda enfrenta a católicos y protestantes y en Afganistán a los talibanes creyentes con los soviéticos ateos.
Si el asunto es religioso y si los uigures son un minoría “en su país” es porque ese país es confesional y quiere cambiar de confesionalidad, pasar de la actual (que no sabemos cuál es) a la islámica, o sea, crear un Estado islámico, no sabemos si dentro de China o, seguramente, al borde mismo de China, es decir, crear otro polvorín, otro califato.
No podía faltar la muletilla de todo periodista mediocre: en Xinjiang el Partido Comunista controla la lengua, la cultura y las tradiciones. Como comprenderá el lector, se trata de otras tantas tareas de imposible cumplimiento. ¿Cómo controla el Partido Comunista las tradiciones de un país?
Sería interesante que el periodista nos hubiera concretado un poco más lo que entiende por control. No obstante, nos dice que China trata de “disuadir” a las mujeres musulmanas de que lleven velo, algo que parece mucho mejor que lo que ha hecho Francia: prohibirlo.
Dice que Xinjiang es la provincia más vigilada de China, pero tampoco dice los motivos. Para averiguarlos le hubiera bastado saber que Xinjiang es una vasta región que tiene fronteras con 8 Estados (Rusia, Mongolia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Pakistán y Afganistán), además de Tibet, o sea, que está en medio del rompecabezas geoestratégico de Asia central. ¿No es como para echarle un vistazo de vez en cuando?
El periodista también podía haber dicho cosas como ésta: al otro lado de la frontera, en Afganistán, la CIA ha entrenado a más de 500 terroristas uigures pertenecientes Al-Qaeda.
O como esta otra: de los presos capturados por la CIA en Afganistán y Pakistán y recluidos en Guantánamo, más de 20 eran uigures.
Incluso podía haber retorcido el tornillo un poco más para decir: el gobierno de Pekín tiene una parte -al menos- de lo que se merece porque fue quien estimuló el desplazamiento de los uigures a Afganistán a fin de que lucharan contra el “socialimperialismo soviético”, al que entonces consideraban como el peor enemigo del mundo, haciendo que los otros imperialistas se frotaran las manos. Miren lo que escribió la revista Jane’s Security News, vinculada al espionaje británico: “La estrategia china en ese frente [Afganistán] produjo retornos negativos para Pekín porque los yihadistas uigures que volvieron de Afganistán atizaron la insurrección en marcha por un Turkestán oriental musulmán independiente en Xinjiang”.
Pues -sin que sirva de precedente- hay que reconocer que es cierto lo que dice el imperialismo: de aquellos polvos estos lodos.
El reportaje también podía haber añadido que al otro lado de la frontera, el valle de Ferganá (entre Uzbekistán, Kirguizistán y Tayikistán) es como la cueva de los ladrones, el refugio donde se esconden los takfiristas de Al-Qaeda, del Movimiento Islámico de Uzbekistán y del Hizb ut-Tahrir (Partido de Liberación Islámica), incluido en el listado de organizaciones terroristas, prohibido en los países musulmanes y en casi todo el mundo… menos en Gran Bretaña.
El periodista podía haber explicado que tras la Revolución china de 1949 el imperialismo agrupó en la región de Kumul un ejécito contrarrevolucionario que arrasó la zona durante dos años.
Que con 2.000 mercenarios el imperialismo formó la milicia Kalibek que tras la Revolución cometió toda clase de salvajadas en las montañas próximas a Urumqui, la capital de Xinjiang.
Si, podía haber hecho un poco de historia para recordar que algunas de esas bandas eran los restos de los ejércitos blancos que habían luchado contra el Ejército Rojo durante la guerra civil soviética. Por ejemplo, la del caudillo kazajo Osman Batur, que dirigió una fuerza de 20.000 hombres que combatió a la Revolución, hasta que en 1952 fue capturado y ejecutado.
Si en Europa no tuviéramos la mira perdida nos daríamos cuenta de que en Asia central la revolución china fue una continuación de la Revolución de Octubre de 1917. Por eso en Xinjiang el Ejército Rojo de Mao no tuvo que librar ninguna guerra; se lo sirvió la URSS en bandeja.
Para saber si en Xinjiang hay que estar vigilantes o no, el artículo de “Jeune Afrique” podía haber llevado a cabo un recuento de los asesinatos cometidos por esos “islamistas radicales” que volvieron de Afganistán para hacer lo que la CIA les había enseñado: matar.
Podía haber dicho que entre las víctimas había imanes, como Jorun Joja, de la mezquita de Kashgar, presidente de la asociación islámica de Xinjiang, a quien trataron de asesinar en 1996. ¿Por motivos religiosos? Yo creo más bien que se debe a que es un islamista que defiende a China de los ataques terroristas…
Podía haber dicho lo que dijo la ONU en 2002: el Movimiento Islámico de Liberación del Turkestán Oriental es una organización terrorista relacionada con Al-Qaeda, a lo cual yo añado que desde que la incluyeron en el listado se camufla con el nombre de Partido Islámico de Turkestán.
Son los que ponen las bombas. En julio de este año un atentado ha costado la vida de casi 100 personas, con eso que el periodista califica frívolamente de “armamento rudimentario”.
¿No es como para estar un poco atento a lo que pasa en Xinjiang?, ¿no es como para vigilar?
Como todo reportaje mediocre, también aporta datos a tomar en consideración, como éste: “Los uigures que quieren incorporarse a la yihad, reciben una suma equivalente a 2.000 euros al mes, pagados directamente en yuanes chinos por reclutadores llegados de Pakistán o Afganistán. En Siria han detenido recientemente a varios chinos y otros luchan al lado de los talibanes, en Afganistán, o en la Jemaah Islamiyah, en Indonesia”.
Podía haber empezado por ahí, porque eso es lo que aclara el problema: si alguien cobra la friolera de 2.000 euros al mes por pegar tiros, un sueldo muy elevado, sobre todo en China, no deberíamos hablar de nigún problema religioso, ni étnico sino de algo diferente, mucho más sencillo. De mercenarios.
Luego podía haber continuado de esta otra manera: en Xinjiang en 1949 la esperanza de vida era de menos de 30 años, mientras que en 2000 se ha disparado a los 67 años (más del doble). Sin duda esas -y otras parecidas- son las consecuencias que trae aparejadas la “opresión” de China.
Resulta que el reportaje también reconoce que China “discrimina positivamente” a los uigures, es decir, que tienen más y mejores derechos que los demás, como el acceso a la educación. No entiendo nada: ¿los oprimidos son unos privilegiados?, ¿los privilegiados están oprimidos?