Tras la muerte de Lenin, muchas potencias soñaban con el desmoronamiento de la Unión Soviética. Desde el mismo día de la toma del poder de los bolcheviques, Rusia fue un epicentro de conspiraciones y atentados antisoviéticos que pretendía restaurar el orden social del zarismo, y que tenían el apoyo de todas las potencias aliadas de la Primera Guerra Mundial.
Uno de los agentes secretos que méjor conocía Rusia, y que hablaba ruso perfectamente, era el agente Sidney Reilly, amigo personal de Winston Churchill, entonces ministro de asuntos exteriores británico. Era un escurridizo y polifacético personaje que tenía encomendado por parte de los gobiernos británico, francés y norteamericano, armar a toda costa una fuerza expedicionaria que se levantara en armas contra el gobierno ruso.
Desde 1917 hasta 1924, Rusia había estado ocupada por fuerzas extranjeras de 14 países, y padecía además un bloqueo que mantenía la economía en un respirador artificial; pero lo cierto es que la búsqueda de personal cualificado entre los niñatos de la alta nobleza rusa (los llamados «rusos blancos») y los antiguos agentes del zarismo siempre terminaba en catástrofe.
Después de sembrar el terror y causar decenas de miles de muertos mediante sabotajes, torturas o bandidaje puro y duro, eran luego incapaces de tener una mínima organización. A esto se le sumaba que las fuerzas extranjeras en Rusia, dispuestas a restaurar cualquier cosa que eliminara el «cáncer comunista» en Europa, estaban diezmadas por la guerra mundial, y existía un movimiento de simpatía en los países centrales hacia el bolchevismo y por el regreso definitivo de las tropas.
En 1924, la muerte de Lenin despertó todas las ilusiones posibles en colocar al frente del país a un aliado, “a un Mussolini” llegó a escribir Reilly, que recondujera el país. Su hombre era Boris Savinkov, un traidor a los social revolucionarios, que había agitado numerosos atentados contra el zarismo, pero que a la vez colaboraba con él. Era un mercenario que se vendía al mejor postor, un asesino profesional, y que tuvo su fase como novelista, donde cada publicación era un reflejo de su ubicación política en cada momento.
Las más conocidas son El caballo amarillo, donde narra su paso por la guerrilla antibolchevique y donde cubría de heroismo sus amoríos, nostalgias y saqueos, y El caballo negro, donde formalmente y tras su captura por los soviéticos, renuncia a su pasado y revela su condición de agente inglés. En ese año, Savinkov y sus hombres fueron capturados con pasaportes italianos entregados por Mussolini en Roma meses antes, ya que Italia quería participar de la conspiración.
El resultado fue una catástrofe, porque desbarató una de las operaciones más complejas contra la naciente URSS, algo que fue publicado por la prensa británica, donde los laboristas estaban tomando carrerilla para las elecciones de octubre. Churchill, tras la caída de Savinkov y lo que se publicó tras sus revelaciones durante la detención, se escondió durante varias semanas y el Foreign Office guardó discreto silencio de las acusaciones que venían desde Moscú.
En octubre de ese año, Sir Windham Childs, jefe de Scotland Yard, publicó entre varios medios británicos una supuesta carta enviada por Grigori Zinoviev, que entonces encabezaba la Comintern, dónde supuestamente daba instrucciones a los comunistas ingleses para derrocar a los conservadores. Fue una campaña de intoxicación eficaz, que permitió a los tories ganar las elecciones de ese año, aunque luego el propio Childs, años después, reconoció su falsedad.
Se trataba de una fabricación de la oficina que en Berlín tenía Walther Nicolai, ex jefe de los servicios de inteligencia de la Alemania imperial, y que estaba en esa época en la órbita del partido nazi y colaboraba con Churchill, con quien compartía sus simpatías anticomunistas. Nicolai había creado una oficina específica de falsificación de documentos y comunicados soviéticos, que hizo escuela hasta nuestros días.