Se suele decir muy habitualmente que la primera víctima de una guerra es la verdad. Lo que pocos acaban de entender, a pesar de la que nos está cayendo encima, es que los medios de intoxicación (prensa, radio, televisión, redes sociales) son instrumentos de guerra, exactamente igual que los obuses y los submarinos. La propaganda es un arma de guerra que dispara “noticias”, “reportajes”, “fotos” y “vídeos”.
La OTAN no sólo ha suministrado armas a Ucrania sino también “noticias” e “informaciones” como la matanza de Bucha, la de Izium o el bombardeo de Rusia contra la central nuclear de Zaporiya.
Hay quien supone que el enemigo de esos disparos intoxicadores somos nosotros, las poblaciones de los países que están apoyando a Ucrania, ya que los rusos están engañados por la censura y la intoxicación occidental no les resulta accesible. Deberían leer un artículo publicado la semana pasada por el periódico estadounidense Politico, que se titulaba “El lanzamiento de la guerra psicológica contra Rusia” (*). Está escrito por el antiguo jefe de la inteligencia militar estadounidense David Shedd.
El plan consiste en desmoralizar y dividir a la sociedad rusa desde dentro siguiendo el aforismo de Sun Tzu: “No es necesario destruir al enemigo; basta con privarle de la determinación de unirse a la batalla”.
Como la intoxicación occidental dentro de Rusia ha fallado hasta la fecha, Shedd propone cambiar de estrategia “temporalmente”. La propaganda occidental tiene que dejar de venderles a los rusos la democracia o el sueño americano porque son “patriotas por naturaleza”.
El intoxicador también pone otros mecanismos sobre la mesa: la necesidad de utilizar “el humor y la sátira” como arma contra el Kremlin, para lo cual es necesario personalizar los objetivos. Es algo que nunca falla y por eso los medios hablan de “la guerra de Putin”. Shedd quiere añadir otros personajes, como el Patriarca Cirilo de Moscú.
Los demás mecanismos son bastante conocidos. En un pais tan gigantesco como Rusia, la intoxicación debería fomentar el “separatismo étnico”, especialmente en Tatarstán.
En el mundo moderno hay que contar con los “influenciadores” de las redes sociales porque “cuando la información de la oposición procede de fuentes en las que los rusos confían, la perciben mejor”. El papel de esos “influenciadores” es tanto mejor en cuanto se dejan arrastrar por la propaganda dominante. Son “influenciadores” en tanto se dejan influenciar por la corriente dominante, a la que dan un toque personal.
Recientemente la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso, Maria Zajarova, los calificó de “colaboradores de la información”, una especie de correa de transmisión entre los mensajes nucleares elaborados por Estados Unidos y una amplia clientela de lectores y usuarios de las redes sociales.
El punto de llegada debería ser la difusión de rumores contra el Kremlin y la dirección del ejército, capaces de promover protestas y disturbios, como en cualquier otra “revolución de colores”. El mejor momento para que prospere el malestar social tiene que aprovechar las debilidades y dudas, como el reciente ataque ucraniano cerca de Jarkov.
(*) https://www.politico.com/news/magazine/2022/09/07/waging-psychological-war-against-russia-00054995