La guerra económica ataca el laberinto normativo de la Unión Europea

Como cualquier otra burocracia, Bruselas es un laberinto de circulares, directivas y reglamentos imposibles de descifrar, salvo para los especialistas que viven de ello. Son imprescindibles para que los monopolios puedan operar en 27 países diferentes como si fueran un mercado único.

Después de Estados Unidos, los 27 representan uno de los mayores mercados del mundo, por lo que muchos otros países han adoptado como propias las normas europeas para poder exportar sus mercancías al Viejo Continente. La Unión Europea no puede importar mercancías que no cumplan ciertas normas.

En definitiva, es una regulación extraterritorial, es decir, que se aplica a países fuera de la Unión Europea. Un monopolio que fabrica para 27 países prefiere hacerlo para 37, siempre que las reglas sean las mismas. Normalizar es más barato y, desde luego, más sencillo. Sobre todo es importante en determinados mercados, como alimentación, ambiental y nuevas tecnologías.

Estados Unidos quiere desregular, pero Europa necesita regular porque las mayores multinacionales no son autóctonas. Cuando esa situación se produce, como en el mercado único, Bruselas necesita someter al monopolio. Desde la década de los noventa, la Comisión Europea impone multas a las tecnológicas estadounidenses, especialmente Microsoft y Google.

La normalización se disparó después de la aprobación en 2019 del Pacto Verde, con reglamentos sobre deforestación, sostenibilidad (RSE), descarbonización… Luego ha seguido al mismo ritmo en materia tecnológica: Reglamento de Mercado Digital (DMA), de Servicios Digitales (DSA) de 2022, de inteligencia artificial…

Se trata de normas que apuntan directamente a los monopolios tecnológicos estadounidenses y que Trump ha intentado quebrar. La guerra económica que ha desatado dispara contra los intentos de imponer las normas europeas a los monopolios estadounidenses. A su vez, al intento de acabar con su laberinto normativo de Trump, Europa ha respondido con una campaña en su contra.

Dicho de otra manera, la política económica de Trump no tiene que ver con su “neoliberalismo” sino con el intento de los monopolios estadounidenses de sacudirse las regulaciones europeas. Un monopolio estadounidense opera en todo el mundo, pero en Europa tiene que hacerlo bajo reglas diferentes a todos los demás mercados. Para ellos liberarse de esas reglas supone liberase del pesado corsé de las multas y las sanciones.

Las presiones estadounidenses están dando sus frutos. La declaración conjunta del 21 de agosto sobre el acuerdo aduanero pide explícitamente la “relajación” de los cuatro reglamentos del Pacto Verde.

El 1 de septiembre, durante un debate en la Comisión Europea, el comisario de Comercio, Maros Sefcovic, se opuso a una propuesta de la comisaria de Competencia, Teresa Ribera, para sancionar a Google.

Es un dilema. Si Bruselas saca a las multinacionales estadounidenses de su laberinto normativo, las demás querrán hacer lo mismo. Competir sin reglas es competir en condiciones más favorables. Para competir hay que jugar con las mismas reglas y, si Bruselas comienza a hacer excepciones con los monopolios estadounidenses, ningún país del mundo aceptará como propias las normas europeas, por ejemplo, las ambientales. Sería un golpe duro para los movimientos verdes.

Además, los laberintos tienen muchas recorridos equívocos. Puede ocurrir que a la Unión Europea le interese excluir a los monopolios tecnológicos de Estados Unidos de reglamentos, como el Fida, sobre intercambio de información económica. Lo explicaba el domingo el Financial Times: Google, Meta, Apple, Amazon y otros monopolios estadounidenses no podrán acceder a los datos económicos de los consumidores europeos.

Son las contradicciones las que crean estos laberintos. Bruselas quiere beneficiar a los bancos por encima de las empresas tecnológicas. En Estados Unidos la Ley Genius quiere justamente lo contrario, como explicamos en una entrada publicada el pasado mes de junio.


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