La política europea de rearme exige disponer de un complejo militar-industrial, que ahora no existe por la desindustrialización de la década de los ochenta del siglo pasado. Alemania lo está creando a marchas forzadas y a golpe de subvenciones públicas, a pesar de que durante mucho tiempo en Berlín han sido reticentes a adoptar una política industrial pública, el modelo típico de Francia, y a aumentar el déficit.
El complejo militar-industrial debe ser integrado, es decir, compuesto por industrias militares tanto como civiles. Los fabricantes europeos de armas tienen que recurrir a empresas civiles porque la Guerra de Ucrania ha demostrado que no basta con fabricar armas, como en tiempos de paz: hay que hacerlo en masa y para ello se necesita mano de obra cualificada, capaz de producir en cadena.
El verano pasado el proveedor de automoción Continental AG anunció un acuerdo con Rheinmetall, un gigante armamentístico alemán cuya cartera de pedidos se ha disparado desde el estallido de la Guerra de Ucrania y la política alemana de rearme. Tras este acuerdo, Rheinmetall ha contratado a trabajadores cualificados de Continental AG, cuya planta, afectada por la crisis del sector automovilístico alemán y amenazada de cierre, fue captada por Rheinmetall.
El proveedor automotriz está en conversaciones con Hensoldt, un fabricante de los radares que utiliza el ejército ucraniano. El objetivo es el mismo: aprovechar el hundimiento del sector automotriz para negociar la contratación de varios cientos de trabajadores cualificados.
Además de los trabajadores cualificados, Rheinmetall también se quiere apoderar de las fábricas. El grupo anunció recientemente su intención de adquirir la planta de Osnabrück, una fábrica cerrada por Volkswagen, que el monopolio quiere reconvertir. Rheinmetall espera utilizarla para producir vehículos militares.
El grupo armamentista alemán no es el único que se está apoderando de la industria civil. A principios de este año, KNDS adquirió una antigua planta ferroviaria de Alstom en Görlitz, que el grupo tenía previsto cerrar para marzo de 2026. KNDS planea ensamblar allí el tanque de batalla principal Leopard 2 y el vehículo de combate de infantería Puma.
Paralelamente algunos monopolios industriales civiles que buscan diversificar sus fuentes de beneficios tienen la mira puesta en la industria de defensa. Es el caso de Volkswagen, recientemente ha confesado su intención de producir equipo militar. La producción se centrará especialmente en vehículos comerciales, transportes y automóviles individuales susceptibles de ser adaptados para uso militar.
El Ministerio francés del ejército ha contratado a Renault para trabajar en la producción de una fábrica de drones en Ucrania y la empresa alemana Daimler Trucks ha firmado una alianza estratégica con Arquus, fabricante francés de vehículos blindados ligeros.
Acelerar los ritmos de producción
Los fabricantes civiles tienen que aportar una importante experiencia a los militares: la producción en masa. Desde el inicio de la guerra en Ucrania, los países europeos han comenzado a readaptar sus fábricas a la producción en masa para reponer rápidamente los inventarios, históricamente bajos, ya que la necesidad había desaparecido desde el final de la Guerra Fría. La capacidad industrial operaba a un ritmo lento, justo lo suficiente para garantizar lo mínimo indispensable.
Un fabricante de armas es capaz de producir 500 vehículos, mientras que su homólogo civil produce millones. Para ciertos equipos militares, la capacidad de producir grandes cantidades y simplificar los procesos de producción también implica saber comprar materias primas a granel.
Rheinmetall ha visto aumentar su cartera de pedidos un 45 por cien, de 38.000 millones de euros en 2023 a 55.000 millones de euros el año pasado. Ahora va a recibir 40.000 millones de euros en nuevos pedidos.
Lo mismo ocurre en MDBA, el fabricante europeo de misiles, cuya cartera de pedidos nunca ha estado tan abarrotada (37.000 millones de euros) ni ha tenido ingresos tan elevados (4.900 millones de euros el año pasado).
Esto exige una producción a niveles sin precedentes, una tarea abrumadora para una industria acostumbrada a unos ritmos de producción mucho más lentos. El año pasado el ministro francés del Ejército, Sebastien Lecornu, denunció una producción de armas excesivamente lenta, que se debía a la costumbre de operar “justo a tiempo” y a la falta de suficientes reservas de materias primas y componentes.
La necesidad de reclutar mano de obra cualificada
Después de décadas de desindustrialización, Europa carece de trabajadores cualificados para satisfacer las necesidades de la industria de guerra. Solo Francia necesita 100.000 científicos y técnicos.
El grupo siderúrgico alemán ThyssenKrupp busca 1.500 trabajadores para sus astilleros de Wismar, en el norte de Alemania, donde se fabrican barcos y submarinos. Rheinmetall, por su parte, planea aumentar su plantilla en un 29 por cien para 2028, lo que suponen 9.000 trabajadores adicionales, principalmente ingenieros, técnicos y obreros cualificados.
A los fabricantes de armamento les atraen especialmente los sistemas autónomos, la inteligencia artificial y la conectividad.
De momento las empresas europeas no han podido responder a las expectativas. Desde el estallido de la guerra en Ucrania, el 78 por cien del gasto militar europeo ha beneficiado a otros países. Estados Unidos por sí solo se ha llevado el 63 por cien del pastel.
Alemania tiene otro problema adicional: el coste de la energía. Por eso va a destinar 4.000 millones de euros en subvenciones a sus industrias pesadas para ayudarlas a afrontar el aumento de los costes energéticos.
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