La evolución de la ideología climática (1)

A lo largo de una historia milenaria, los seres humanos han sostenido concepciones contrapuestas sobre el clima de clara naturaleza ideológica, en donde se confundían de manera abigarrada numerosos conocimientos, doctrinas e hipótesis.

Hasta épocas muy recientes la humanidad no conoció las sutilezas actuales que diferencian el clima de la meteorología o el calor de la temperatura; ni siquiera sabía lo que era el calor, ni la luz, ni la combustión y, lo que es peor, las doctrinas al respecto eran erróneas.

Como es obvio, la evolución del clima sobre la Tierra a lo largo del tiempo no se corresponde exactamente con su reflejo sobre el pensamiento humano. Las ideologías climáticas siguen el mito de la caverna de Platón: un recorrido que va de la “oscuridad” a la “luz” a medida de que la humanidad se libera de sus cadenas, hasta salir al exterior y conseguir, además, que “un exceso de luz” no acabe por deslumbrarnos, es decir, que unas cadenas no sustituyan a otras.

Cualquier ideología se afirma por oposición a sus contrarias, de donde surgen las diferentes corrientes históricas que en sus rasgos más generales se pueden resumir en tres.

Las corrientes idealistas consideran el clima como una obra de la creación del universo, al modo del Génesis: en un principio la Tierra estaba sumida en la “oscuridad” hasta que dios la iluminó… hasta cierto punto porque el resto quedó sumido en las tinieblas.

La religiones presentan a dios como luz y en el Éxodo aparece ante Moisés como una “zarza ardiente”. Además de luz, dios y los seres celestiales representan el calor, que es fuente de vida.

Por el contrario, un determinado tipo de materialismo, que podemos adscribir a Demócrito, considera el calor como una cosa, algo que en nada sustancial difiere de todas las demás cosas. El mundo material, es decir, todo el universo, se compone de los mismos átomos, uno de los cuales es el fuego, por lo que la luz y el calor tienen el mismo origen material que las demás cosas que integran el universo.

En una tercera línea podemos situar a Epicuro, un materialista de un tipo diferente al anterior, más avanzado, según expuso Marx en su primera obra. La diferencia entre uno y otro se resume en el “clinamen” o, en otras palabras, la contradicción, el cambio y la dialéctica, que también están presentes en los fenómenos físicos.

En el griego antiguo clima y clinamen forman parte de la misma familia semántica, junto a otras palabras como “inclinación” o “declinación” porque la humanidad siempre tuvo claro que el clima dependía del ángulo diferente con el que los rayos del Sol y otros astros luminosos impactaban en la Tierra, lo que a veces, se definió como su “alineamiento” o posición relativa de unos con otros.

Como dicho ángulo depende de la región geográfica del planeta, en cada una de ellas el clima es diferente. La consecuencia ideológica de ello es que, históricamente, la humanidad siempre vinculó el estudio del clima más al espacio que al tiempo.

Dado que la supervivencia de los seres humanos dependía de la agricultura, básicamente, y dado también que, a su vez, la agricultura dependía del clima, los aspectos económicos dependían de los naturales. El “buen tiempo” propiciaba buenas cosechas y el “mal tiempo” creaba dificultades de aprovisionamiento, lo que expresa el carácter ideológico de las doctrinas climáticas y seudoecologistas, en general, que van unidas a una teoría económica, e incluso una política económica.

La “buena” (o la “mala”) relación del hombre con la naturaleza, el salvajismo y la civilización, es uno de los tópicos más frecuentes en la historia del pensamiento humano, que ha desatado toda clase de pronunciamientos. No obstante, el desasarrollo progresivo de las fuerzas productivas ha independizado cada vez más al ser humano de la naturaleza, que ha ido adquiriendo un punto de vista cada vez más estético de la misma, así como un complejo de intruso dentro de ella, que irá a más en el futuro.

Las ideologías climáticas han tenido siempre un tono fatalista, de tal manera que a la humanidad no le cabía sino adoptar una posición pasiva: “aclimatarse” o adaptarse al clima del lugar.

Uno de los ejemplos más conocidos de la importancia que las ideologías han otorgado al clima es “El espíritu de las leyes” de Montesquieu, escrita a mediados del siglo XVIII, que estudia la dependencia de los diferentes regímenes políticos y sociales de las diferencias climáticas que se pueden observar en la Tierra. Los pueblos originarios de regiones cálidas “casi siempre” los ha convertido en esclavos, mientras que el coraje de los de climas fríos los ha mantenido libres. “Es un efecto que deriva de una causa natural”, escribía Montesquieu. Las causas naturales, podríamos concluir, producen efectos políticos, y también: los efectos políticos derivan de causas naturales.

Las doctrinas climáticas, pues, no sólo son política económica, sino política en el sentido más estricto del término.

Al fatalismo climático le acompañó siempre un dogmatismo absoluto: todas las hogueras se acaban apagando y lo mismo ocurrirá con el Sol y demás astros, por lo que la temperatura descenderá inexorablemente y el frío se extenderá, acabando con la vida sobre este planeta.

Hasta hace muy poco tiempo, pues, los científicos defendieron la doctrina del enfriamiento climático con mucho más ardor del que ahora muestran al defender la contraria. La forma en que se producía el supuesto enfriamiento era lineal, de la misma manera errónea en que hoy se supone que se produce el calentamiento: cada año la temperatura batía sus propios registros y desciende -o sube- un poco más en todas partes al mismo tiempo.

La ruptura con la ideología dominante fue un camino tortuoso, balbuceante y lleno de paradojas. Hace 2.500 años, Teofrasto, un discípulo de Aristóteles, ya había llamado la atención sobre el “clinamen”: el clima actúa sobre la humanidad, pero la humanidad también reaciona sobre su entorno y es capaz de modificarlo.

Nadie hizo caso de aquel filósofo, entre otras razones por el escaso desarrollo de las fuerzas productivas. Sin embargo, cuando en el siglo XVIII las monarquías absolutas emprenden importantes obras públicas (canales, pantanos, carreteras, puentes), los ingenieros comienzan a desarrollar nuevas concepciones sobre lo que hoy llamaríamos estudios de “impacto ambiental”.

Aquellas primeras investigaciones sobre la “huella ecológica” extraen a los seres humanos de la naturaleza y contraponen a ambos en la forma ideológica que hoy se ha impuesto: lo artificial como enemigo de lo natural o destructor del entorno. La civilización es el pecado original, el progreso no existe porque estamos destruyendo el “paraíso terrenal”…

Serie completa:
– Una de las mayores revoluciones científicas: el descubrimiento de las glaciaciones
– El segundo principio de la termodinámica: entre la ciencia y el mito
– El origen de la subcultura carbónica
– El clima se pone a las órdenes del comandante científico de la Guerra Fría: Roger Revelle
– La ideología climática ha triunfado porque está promovida por el imperialismo

comentarios

  1. Ahora dicen que hay que comer menos carne porque así se castiga menos el planeta. Normal que con la crisis ue viene encima quieran motivarnos a apretarnos el cinturón hasta en eso. Ultimamente procuro preparar comida lo mejor posible y en grandes cantidades par los compañeros en el trabajo, dentro de los límites que de momento no puedo rebasar, y les digo lo mismo: que se pongan de comer hasta arriba porque mañana vamos a estar muy jodidos.

  2. Acabo de consultar el dccionario de griego. Pone "klino": inclinar ( entre varias acepciones ) y "kline": cama. "Klima": inclinación, pendiente de una montaña, clima, región, zona geográfica.

  3. El diccionario de la RAE define clima como: "el conjunto de condiciones atmosféricas que caracterizan una región", entre varias acepciones. Es decir, que es una jilipollada hablar del clima del planeta, sólo tiene sentido hablar del clima de una región concreta. El término debe venir de la "inclinación" de una región a ser habitualmente de una manera: lluviosa, seca, calurosa, etc, por ejemplo Galicia está "inclinada" a ser lluviosa, aunque no sea siempre lluviosa sí es lo habitual.

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