Ha sido un sarcasmo que el historiador Jean Delumeau eligiera este año para morirse. El autor de la monumental obra “Historia del miedo en occidente”, publicada en 1978 en dos tomos, quiso dejar el mundo en enero, justo cuando comenzaba un año tenebroso que, sin duda, le hubiera gustado conocer de primera mano.
Nadie mejor que un católico, como Delumeau, para explicar el papel que ha jugado -y juega- la religiosidad -más que la religión- en la propagación del miedo (los múltiples miedos). Hasta épocas muy recientes en las sociedades de clase el control social lo ejercían los curas sembrando el miedo entre las masas. “Los miedos son siempre un instrumeento de manipulación de las masas”, decía Delumeau en una de sus últimas entrevistas.
La religiosidad es, por supuesto, un prototipo de esa “conciencia falsa” a la que se refería Engels; pero es mucho más que eso, porque no es sólo un reflejo deformado de la realidad sino una construcción ideológica sobre algo que carece de existencia, como dios, el demonio o los ángeles.
Sin embargo, el hecho de su inexistencia o su falsedad no le priva de fuerza, como lo prueban dos mil años de cristianismo, el Vaticano, las catedrales o las facultades de teología.
Lo mismo que el miedo, la religiosidad no se construye sobre el presente sino sobre el futuro, sobre el “más allá”, y la bisagra entre lo que hay y lo que viene es la muerte. Nada causa más temor que abandonar este mundo sin saber si iremos al infierno o al paraíso, sobre todo cuando el infierno lo invade todo, no sólo el futuro sino el mismo presente.
Lo que mete miedo no es lo que está ocurriendo, sino lo que va a ocurrir. Es algo que los curas tienen en común con algunos de estos “cientificos” posmodernos: el mundo marcha hacia el desastre por culpa de la humanidad y sus pecados. Si la humanidad no se comporta de una determinada manera, será castigada con el infierno.
También es obvio que la religiosidad es fruto de la ignorancia: tenemos miedo a lo desconocido, lo que los curas y los seudocientíficos pintan de negro. Es el mundo de las tinieblas, que está presente en la cultura tanto como en la astrofísica. No hay más que leer un artículo sobre los agujeros “negros” del cosmos.
En el siglo XVIII Europa quiso encender la luz para vencer la ignorancia y el miedo con el saber y la pedagogía, pero sólo lo logró en parte. El infierno cambió de sitio y los furibundos predicadores medievales ahora disfrutan de cátedras en la universidad y en los laboratorios de microbiología.
La difusión del miedo corre de la mano de las modernas doctrinas de la seguridad, que son la otra cara de la misma moneda. Hay que prevenir, tener precaución para que no ocurra lo peor, ponerse la mascarilla para no quedar infectado ni infectar a los demás.
La cultura del riesgo es la misma que la del miedo y consiste en modificar un presente real para evitar un futuro perjuicio. “Hay que sacrificar la libertad en aras de la seguridad”. Si quieres la paz, prepárate para la guerra. Como el futuro va a ser negro, hay que empezar a pintarlo así desde este mismo momento.
No hay valientes ni cobardes, sino obreros y burgueses. Como se viene demostrando desde hace meses, el miedo sigue formando parte de nuestra cultura, difundido a gritos a través de los medios de comunicación como forma de control social en una época de crisis. Para erradicar el miedo, hay que destruir la ideología sobre la que se sustenta, que no es sólo religiosa, ni concierne únicamente a la conciencia, verdadera o falsa. Es la clase social que la propaga en interés de su dominio.
“Fue presa del pánico” o “actuó dominado por el miedo”, se suele decir a veces. El temor es un factor de control al tiempo que es, en sí mismo, incontrolable. No hay liberación posible si la humanidad no vence el miedo, para lo cual no basta con tener conocimientos, sino que dichos conocimientos, además de científicos, se deben poner a disposición de la sociedad.
Tampoco se trata sólo de un aprendizaje, como creyeron durante la Ilustración, sino de que la sociedad sea capaz de adueñarse de su porvenir. Una sociedad liberada del miedo no es aquella que espera cualquier acontecimiento de manera pasiva, sino que crea su propio futuro, esto es, una sociedad que tiene las herramientas necesarias para planificarlo de manera colectiva.
Algunos lo llaman socialismo, que es una sociedad organizada, donde la propiedad de los medios de producción corresponde a un Estado que no tiene otros intereses que los de una mayoría de trabajadores; que son, finalmente, los de todos y que se pueden identificar muy fácilmente porque conciernen a las necesidades vitales primarias de los seres humanos, como el trabajo, la salud, la vivienda y la formación.
Una sociedad capitalista, fundada en la codicia, es víctima del miedo; una sociedad socialista es aquella que lo ha vencido. Por lo tanto, no hay ninguna clase de liberación sin socialismo.
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