La conferencia de Bretton Woods en la que se impuso el moderno sistema financiero internacional no existió. No hubo tal conferencia. Estados Unidos invitó a 21 países a participar en la reunión, pero fue algo puramente simbólico. Keynes dijo que esos países no tenían nada que aportar y que no harían más que entorpecer las discusiones. Estados Unidos y Reino Unido debían imponer el patrón financiero de la posguerra sin contemplaciones.
Keynes, en nombre de Reino Unido, y Harry Dexter White, en el de Estados Unidos, llegaron a la reunión con dos planes ya redactados, que pusieron sobre la mesa y sobre los que se redactaron los estatutos del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, entonces llamado Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento. Los demás fueron meros comparsas.
La situación se ha reproducido varias veces desde entonces. El sistema monetario del imperialismo se edificó en función de los intereses de Estados Unidos y del dólar, y a los demás no les queda otra que conformarse con la situación. La deuda es una continuación del colonialismo por otros medios.
El patrón de pagos internacionales construido en torno al dólar ha generado un volumen gigantesco de deudas que nadie puede pagar. Sin embargo, desde 1944 la situación ha cambiado con la llegada al primer plano de esos países que llaman “emergentes” y que sólo ahora son capaces de plantar cara a Estados Unidos.
Es el caso de China, un país al que a veces se pone a la altura de Estados Unidos por la gran cantidad de préstamos que tiene concedidos a los países del Tercer Mundo, especialmente a los africanos.
Al comienzo de la pandemia, el capital financiero internacional (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial) reprodujo el mismo postulado que Keynes en 1944: se negó a sentarse a negociar las deudas de los países del Tercer Mundo en un plano de igualdad con China.
Su propuesta no era sacar a China de los circuitos financieros internacionales, sino todo lo contrario. Lo que debía hacer era seguir concediendo préstamos a los países endeudados de la misma manera que hacen ellos, es decir, dar créditos para pagar otros créditos anteriores. Lo llaman “refinanciar la deuda” y es una manera poco sutil de que ellos cobren al menos una parte del dinero que les deben.
En otras palabras, China debía sacar del atolladero a las instituciones financieras internacionales.
La propuesta de China era condonar las deudas y, en todo caso, si no era así, nadie debía tener prioridad en el cobro de las mismas. Otra propuesta: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial deben ser reformados, es decir, deben dejar de ser un coto privado de las finanzas occidentales. Por fin, si había una quita, debía repartirse entre todos los acreedores por igual, es decir, ambas instituciones debían ceder una parte, lo mismo que los bancos privados, los fondos buitre y los Estados acreedores.
La semana pasada a través de Reuters el capital financiero deslizó el rumor de que China estaba dispuesta a ceder en sus exigencias (1), pero el New York Times dice que es falso (2). Con 500.000 millones de dólares prestados a países en desarrollo, China es uno de los mayores exportadores de capital del mundo, lo cual, interpretado en términos puramente cuantitativos, está conduciendo a críticas infundadas.
Los intoxicadores aseguran que China se opone a reducir su deuda, lo cual es falso. Lo que China postula es que lo hagan todos los acreedores simultáneamente y, al no prosperar su exigencia, se está creando una situación insostenible en los países periféricos, con tipos de interés cada vez más elevados y un empobrecimiento creciente.
Estados Unidos debe renunciar al derecho de veto que tiene sobre el Fondo Monetario Internacional y éste, a su vez, debe renunciar a imponer su política económica a los países deudores, a cambio de reestructurar la deuda.
(1) https://www.reuters.com/world/yellen-optimistic-china-agree-some-debt-restructuring-issues-2023-04-11/
(2) https://www.nytimes.com/2023/04/14/business/economy/china-debt-relief.html