La contradicción entre la guerra y la economía de guerra

La hegemonía mundial tiene un coste que, además de creciente, proporcionalmente crece mucho más que las ventajas que proporciona. El Senado de Estados Unidos acaba de aprobar un presupuesto récord para gastos militares: 700.000 millones de dólares, 80.000 millones más que el año pasado. Va a entregar más dinero del que Trump había pedido, lo cual significa que el Pentágono se prepara a marchas forzadas para emprender guerras mayores, incluido el empleo de armamento nuclear.

Estados Unidos ya no es otra cosa que una economía de guerra cada vez más complicada de financiar. El economista suizo Beat Kappeler la compara con el Imperio Romano inmediatamente antes de su desplome (*). Durante la Guerra Fría su expansión fue rápida y barata a causa de la transformación del dólar en moneda de reserva mundial.

Pero eso se acabó hace ya mucho tiempo y en el Pentágono buscan alternativas. Todas ellas son otras tantas carreras hacia el abismo.


Una es la privatización, tanto del ejército como de los servicios de inteligencia, lo que ha conducido a la proliferación de subcontratistas, mercenarios e internediarios. El último de ellos es la constelación de grupos yihadistas esparcidos por el mundo.

Lo mismo que la construcción o la automoción, la guerra se ha convertido en un sector económico y en una forma de dominación en sí misma. Estados Unidos creó tanto el terrorismo como la “guerra contra el terrorismo”. Mantiene su hegemonía en el mundo a base de inestabilidad, golpes de Estado y guerras de alta y baja intensidad.

En Estados Unidos les entusiasma cuantificarlo todo porque siguen el estúpido lema de “sólo hay ciencia de aquello que se puede medir”. Pues bien, no cuantifican las guerras por el número de muertos, refugiados o destrozos sino en dinero contante y sonante: desde el unicio de la “guerra contra el terrorismo” en 2001, el Pentágono ha “invertido” 5 billones de dólares en Irak, Siria, Pakistán y Afganistán.

Son lo que en la jerga bursátil llaman “inversiones apalancadas”, es decir, que no se pagan al contado sino con la expansión de las deudas, las burbujas y los bajos tipos de interés.

Hay datos llamativos de la militarización de la economía estadounidense desde 1945, como otro que proporciona Kappeler: por cada soldado del Pentágono que combate en alguna parte del mundo, hay 16 veteranos cobrando pensiones y generado ingentes gastos en asistencia médica y farmacéutica. Son 21 millones de personas, un cifra que duplica el número de obreros de la industria y, naturalmente, un fardo para cualquier economía.

El ministro de Minería del gobierno de Afganistán -cuenta Kappeler- ofreció a los monopolios de Estados Unidos la explotación de las riquezas del subsuelo del país, a cambio de 3 billones de dólares, pero no es un negocio rentable; es más barato explotarlas por medio de intermediarios, bandas yihadistas y caciques locales.

Asediado por las deudas y los gastos de guerra, recuerda Kappeler, el Imperio Romano también creyó que podía confiar la seguridad de sus fronteras en “los barbaros” que las habitaban, convirtiéndolos en mercenarios a sueldo. Al final los mercenarios acabaron con la Roma que les daba de comer.

Sí, es verdad, la guerra es un negocio. Pero hay que añadir que es un negocio totalmente ruinoso.

(*) http://www.zeit-fragen.ch/fr/ausgaben/2017/2223-12-september-2017/werden-die-kriegskosten-fuer-die-usa-unbezahlbar.html

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