En Italia quemaron la sede del sindicato CGIL y los reformistas pusieron el grito en el cielo, seguidos de sus monaguillos “radicales”. Trataron de convencernos de que eran “fascistas” y no sus propios afiliados, hartos de las traiciones de los caciques amarillos.
En Francia aún no han quemado la sede de otro sindicato histórico, CGT, pero a nadie le debería extrañar cuando ocurra. Hace sólo un par de meses el secretario general, Philippe Martínez, se manifestó en contra de que las empresas obligaran a los trabajadores a vacunarse a la fuerza.
Además, prometió apoyar las protestas contra el pasaporte sanitario, por lo que muchos creyeron que ya estaba casi todo hecho. Macron nunca se atrevería a seguir adelante con sus planes represivos contra el criterio de CGT.
Ahora Martínez dice todo lo contrario. A las empresas les preocupa la salud de sus trabajadores, deben vacunar a las plantillas y despedir a los recalcitrantes. Sólo los mansos dispondrán de su pasaporte sanitario que les permita tomarse un caña en el bar de la esquina.
Le han bastado unas pocas semanas para cambiar de criterio. Tampoco es tan extraño. La CGT siempre quiso que Macron estuviera “lo más alto posible”, decía el periódico Le Monde el 5 de mayo de 2017. Los miles de manifestantes contra la vacunación obligatoria han visto sus ilusiones rotas, una vez más. No contarán con el apoyo del que fue el sindicato más fuerte de Francia durante décadas.
Luego a los reformistas y a sus socios antisistema les extraña que el fascismo esté en auge en Europa, que cada vez más personas les voten y que se atrevan a quemar las sedes de los sindicatos. Alguno incluso creerá que lo hacen porque son fascistas y no porque les han traicionado (una vez más).
Resulta increíble tener que recordar lo que esta pandemia lleva arrastrando desde su origen y que a lo largo de su recorrido en Francia se han ido eliminando las camas de los hospitales, como vienen haciendo desde hace más de una década, para luego lamentarse del colapso hospitalario, como si tuviera algo que ver con un incremento importante del número de enfermos.
Ahora mismo el gobierno francés sigue cerrando hospitales enteros por varias razones. Una de ellas es que un porcentaje de trabajadores sanitarios no se ha vacunado ni tiene intención de hacerlo. Han enviado a casa a los trabajadores y muchas unidades hospitalarias están vacías. Las colas de espera para atender a los enfermos son desesperantes.
Lo mismo les ha ocurrido a quienes ejercen la medicina por su cuenta, como los dentistas o los ópticos, que han tenido que cerrar sus establecimientos por ejercer un derecho fundamental, como es el de no vacunarse.
A nadie le puede extrañar ese auge del fascismo y ese sentimiento de frustración por los múltiples engaños y mentiras de los reformistas, los sindicalistas de pacotilla y sus secuaces seudorrevolucionarios.
El movimiento obrero francés sabe muy bien lo que es una pandemia. Siempre lo supo. Cuando a finales del siglo XIX se celebró en París el Primer Congreso Internacional contra la tuberculosis para imponer las tesis infecciosas que ahora están en plena euforia, la CGT organizó un Congreso paralelo de médicos y trabajadores de la sanidad para proponer otra manera de curar la tuberculosis: aumento de los salarios, reducción de la jornada laboral, alimentación, higiene, vivienda…
Los sindicatos deberían volver a recordar hoy, como hace 150 años, que las epidemias no se curan con fármacos. No hay ninguna epidemia ni la habrá jamás si realmente estamos del lado de los trabajadores y defendemos unas condiciones mínimas de vida y empleo.
Dejadles que sigan metiendo el dedito por el ojete y poniéndose en evidencia mientras recogen los fajos con la otra mano. Verás tú que divertido cuando reviente la presa y se los lleve por delante.
Los que de verdad ocupan la cima podrán estar tranquilos… simplemente porque no les conocemos; pero todos estos tipos de subproductos intermedios trisómicos tienen los días contados. No es una amenaza, sino un hecho.
Ellos mismos prendieron la mecha.
A este tipo de bastardos no se les deben permiten sus indeseables comportamientos, sino que se les debe punir fuertemente (y no quemando los sindicatos de los que se les debería forzar a salir).