La bandera negra ondea sobre Damasco

El grupo yihadista que derrocó a Bashar Al Assad se encuentra actualmente en la lista de organizaciones terroristas del Departamento de Estado. Este mismo grupo está en la lista de organizaciones terroristas de la ONU. El cabecilla, Abu Mohammad Al Jolani, tiene una recompensa del gobierno estadounidense por valor de diez millones de dólares. Esa información no se ha hecho pública porque los medios no quieren que el pueblo estadounidense sepa que Washington acaba de ayudar a instalar un régimen terrorista en Oriente Medio. Sin embargo, eso es lo que realmente sucede.

Incluso es peor de lo que parece porque, en última instancia, la campaña siria, que ha durado 13 años, en realidad no tiene como objetivo a Siria, sino a Irán. Siria es sólo el último obstáculo en el camino hacia Teherán, la guinda del pastel. Al eliminar a Irán, Israel ocupará la “cabeza de puente” en Oriente Medio y se establecerá como potencia hegemónica en la región.

Mientras tanto, el Tío Sam consigue acceso a los gasoductos que ha codiciado durante más de veinte años, corredores que transportarán gas desde Qatar al Mediterráneo y luego a los mercados europeos. El gas será suministrado por un títere de Estados Unidos, operado por empresas petroleras occidentales, vendido en dólares estadounidenses y utilizado para mantener un dominio absoluto sobre la política europea. Al mismo tiempo, todos los demás competidores serán sancionados, saboteados o completamente excluidos.

La mayoría de la gente desconoce hasta qué punto el gasoducto ha determinado los acontecimientos en Siria, convirtiendo a ese país en blanco de la agresión estadounidense. Pero desde 1949 hasta la actualidad, los servicios de inteligencia estadounidenses han intentado repetidamente derrocar al jefe del gobierno sirio para supervisar y controlar un oleoducto transárabe destinado a conectar los campos petrolíferos de Arabia Saudita con los puertos del Líbano a través de Siria.

El gasoducto transárabe

La CIA inició su interferencia activa en Siria en 1949, apenas un año después de la creación de la agencia. Los patriotas sirios declararon la guerra a los nazis, expulsaron a los gobernantes coloniales franceses de Vichy y establecieron una frágil democracia secular basada en el modelo estadounidense. Pero en marzo de 1949 el presidente democráticamente elegido de Siria, Shukri Al Quwatli, dudó en aprobar el oleoducto transárabe, un proyecto estadounidense destinado a conectar los campos petrolíferos de Arabia saudí con los puertos de Líbano a través de Siria. En su libro ‘Legacy of Ashes’, el historiador de la CIA Tim Weiner relata que en represalia por la falta de entusiasmo de Al Quwatli por el oleoducto estadounidense, la CIA dio un golpe de estado para reemplazarle por un dictador seleccionado por ellos, un delincuente convicto llamado Husni Al Zaim, que apenas tuvo tiempo de disolver el parlamento y aprobar el oleoducto estadounidense antes de que sus compatriotas lo acusaran, cuatro meses y medio después de comenzar su reinado.

La larga historia de las operaciones encubiertas de Washington contra Siria está bien documentada. Estados Unidos decidió hacer “lo que fuera necesario” para derrocar al régimen y lo reemplazó por un lacayo complaciente.

La guerra contra Bashar Al Assad no comenzó con las protestas civiles pacíficas de la Primavera Árabe en 2011. Más bien, comenzó en 2000, cuando Qatar propuso construir un gasoducto de 1.500 kilómetros y valorado en 10.000 millones de dólares a través de Arabia saudí, Jordania, Siria y Turquía. Qatar comparte con Irán el campo de gas South Pars/North Dome, el depósito de gas natural más rico del mundo. El embargo comercial internacional prohibía hasta hace poco a Irán vender gas en el extranjero. Mientras tanto, el gas de Qatar sólo puede llegar a los mercados europeos si se licua y se envía por mar, una ruta que limita los volúmenes y aumenta significativamente los costes. El gasoducto propuesto habría vinculado directamente a Qatar con los mercados energéticos europeos a través de terminales de distribución en Turquía, que se habrían embolsado importantes derechos de tránsito. El gasoducto Qatar-Turquía daría a los reinos suníes del Golfo Pérsico un dominio decisivo sobre los mercados mundiales de gas natural y fortalecería a Qatar, el aliado más cercano de Estados Unidos en el mundo árabe. Qatar alberga dos enormes bases militares estadounidenses y el cuartel general del Comando Central de Estados Unidos para Oriente Medio.

Es la razón por la que Siria desempeña un papel tan importante en los planes geopolíticos de Estados Unidos para controlar recursos cruciales para preservar el dominio del dólar y contener el explosivo crecimiento económico de China. Estados Unidos está decidido a controlar los vastos recursos de Oriente Medio para mantener su hegemonía en el mundo.

Al aprobar un ‘gasoducto islámico’ aprobado por Rusia que conectaría la parte iraní del yacimiento de gas con los puertos de Siria y Líbano, Assad enfureció aún más a los monarcas del Golfo. Aquel gasoducto convertiría al Irán chiita, y no al Qatar suní, en el principal proveedor del mercado energético europeo y aumentaría significativamente la influencia de Teherán en Oriente Medio y en todo el mundo. Israel también estaba decidido a frustrar el oleoducto islámico, que enriquecería a Irán y Siria, contribuyendo así a la prosperidad de sus representantes, Hezbollah y Hamas.

Los cables e informes secretos de las agencias de inteligencia estadounidenses, sauditas e israelíes indican que tan pronto como Assad rechazó el gasoducto de Qatar, los planificadores militares y de inteligencia rápidamente alcanzaron un consenso para fomentar un levantamiento sunita en Siria para derrocar al poco cooperativo Bashar Al Assad y finalizar el enlace gasístico entre Qatar y Turquía.

En 2009 poco después de que Bashar Assad rechazara el gasoducto de Qatar, la CIA comenzó a financiar grupos de oposición en Siria. Eso ocurrió mucho antes del levantamiento contra Assad desencadenado por la Primavera Árabe.

Al validar el “gasoducto islámico”, Assad quedó malparado. Washington nunca permitiría que tal escenario se hiciera realidad. Estados Unidos estaba comprometido a controlar los recursos críticos de Oriente Medio en un esfuerzo por contener a China y mantener su control cada vez más incierto sobre los asuntos mundiales.

Los Acuerdos de Abraham

Los Acuerdos de Abraham forman parte de esa estrategia, al normalizar las relaciones entre Israel y sus vecinos islámicos (principalmente Arabia saudí, con el fin de crear un corredor económico que favorezca el transporte rápido de productos manufacturados) y la integración económica de la región como principal vector de su primacía sobre el resto del mundo. Eso no significa que las ambiciones de Israel de dominar Oriente Medio no hayan sido la fuerza impulsora de la guerra. Así ha sido en Siria y el derrocamiento de Assad, pero otras consideraciones, de naturaleza geopolítica, también influyeron.

Por eso Estados Unidos quería establecer un gobierno más receptivo a los intereses de Washington. Sin embargo, es difícil entender cómo se supone que funciona todo esto. Assad se ha ido y Al Qaeda ha ganado. Lo sabemos. ¿Y ahora qué pasa?

No puedo imaginar que los jóvenes reclutas que pasaron los últimos diez años de sus vidas atravesando el desierto en vehículos 4×4 y haciendo volar todo lo que se mueve sepan cómo dirigir un gobierno. Entonces, ¿quién gestionará las agencias, pagará a los empleados y realizará las tareas administrativas cotidianas que se esperan de cualquier gobierno? ¿Quién administrará las escuelas, reparará las carreteras e implementará la vigilancia callejera? Por supuesto, tal vez el Sr. al-Jawlani tenga talentos ocultos y milagrosamente esté a la altura de las circunstancias garantizando que las agencias funcionen sin problemas y los trenes lleguen a tiempo, pero este escenario parece extremadamente improbable. Lo que es más, los arquitectos de este terrible fiasco planearon hundir el país y su tambaleante economía, intensificar considerablemente el sufrimiento de los ciudadanos comunes y corrientes, aumentar el descontento de la población hasta que el nuevo régimen sea sometido a un derrocamiento brutal.

Quizás no. Los militantes suníes del HTS tienen sólo una pequeña posibilidad de satisfacer las necesidades de la población y guiarla hacia un futuro próspero y seguro. Pero todos sabemos que eso no sucederá. Este régimen es simplemente una herramienta en manos de intereses extranjeros deseosos de capturar la mayor cantidad posible de riqueza natural de Siria, eliminando al mismo tiempo una amenaza potencial a la continua expansión de Israel. En resumen, los neoconservadores que fomentaron esta malvada estrategia lo hicieron sin la más mínima preocupación por la seguridad o el bienestar de los 23 millones de personas que actualmente viven en Siria. Sus vidas no importan.

Para Washington y Tel Aviv lo que importa es tener un ejército de respaldo listo para cumplir sus órdenes en la próxima guerra contra Irán. Por eso Estados Unidos y Turquía utilizan mercenarios que harán lo que les digan a cambio de buenos salarios. A HTS se le paga por sus servicios, que incluyen ataques contra Irán y Hezbollah. Por lo tanto, no es un experimento con nuevas formas de gobierno. HTS no busca gobernar en lo más mínimo. Siria es sólo la base operativa para el despliegue de ataques contra Irán y Hezbollah. Eso es todo. Para eso les pagan, para luchar en la guerra.

Se trata de geografía, gas, dólares e Israel y, de estos cuatro factores, Israel ocupa el lugar predominante.

—Mike Whitney https://www.unz.com/mwhitney/black-flag-over-damascus/

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