La aparente quietud de la clase trabajadora es la incubadora de una tempestad

La aparente quietud o pasividad de la clase trabajadora ante el deterioro constante de sus condiciones de vida es, quizás, uno de los fenómenos más manidos por la llamada «izquierda alternativa» como excusa para la renuncia a sus reivindicaciones históricas. La conclusión ante la quietud es que «hay que rebajar» el discurso o «adaptarse a la realidad». Esconder las banderas y aparentar algo distinto.

Uno de los fenómenos más histriónicos de este tipo de procesos se dio tras la disolución de la Unión Soviética. Si bien algunos partidos como el PCE o el Partido Comunista Italiano (de los que no queda más que el recuerdo de glorias pasadas) fueron la avanzadilla a la hora de guardar en el cajón las luchas que caracterizaron a las organizaciones revolucionarias que en algún momento fueron, la caída del muro de Berlín fue la guinda de un proceso en el que surgieron decenas de adjetivos para que todo ese universo de izquierda alternativa no fuera identificada con un pasado que ya no existía. «Ecosocialistas», «ecofeministas», «altermundialistas», etc. Hay para todos los gustos.

En el momento actual, el fenómeno aparente que se analiza desde las trincheras ideológicas de esa izquierda es que la clase trabajadora no se moviliza en masa ni responde con una fuerza proporcional a los ataques que recibe (reformas laborales, precariedad o pérdida de poder adquisitivo). El mensaje que se transmite es que parece haber una aceptación o resignación ante el estado de cosas, como si no hubiera nada que hacer, o que el margen de actuación es limitado, y por tanto hay que adaptarse y renegar.

Como buenos reformistas, su acción consiste en una lectura superficial de los acontecimientos, y a corto plazo.

La «quietud» de la clase obrera no es un vacío, sino un campo de batalla de fuerzas contradictorias en tensión. Lejos de ser pasividad, es un proceso activo, aunque interno y enmascarado, de contradicciones. Esta aparente quietud es, en esencia, su contrario: el resultado de una intensa lucha que por ahora se dirime en el terreno de la conciencia y la supervivencia.

La experiencia inmediata del malestar popular se limita al «no llego a fin de mes», «mi trabajo es precario», «tengo miedo». Es un sentimiento difuso y generalizado de agravio que todo el mundo ha conocido o que siente en algún momento. Y por ello el sistema genera poderosos dispositivos para impedir que esta «conciencia en sí» se transforme en «conciencia para sí» (una comprensión clara de los intereses de clase y la necesidad de acción colectiva): los medios, la publicidad, el emprendedurismo y el consumismo como soluciones, culpabilizando al individuo por su fracaso.

También la precariedad y la jornada laboral extenuante roban el tiempo y la energía necesarios para la organización y la reflexión política. La lucha por la supervivencia inmediata agota la capacidad de luchar por un proyecto a largo plazo.

Dicho de otra manera: la explotación es constante e inmediata (la factura a fin de mes, el alquiler), mientras que la construcción de una alternativa es un proceso histórico largo, mediato y complejo.

Ahora bien, la contradicción de dicha quietud es que lo que se ve como «pasividad» contiene a menudo formas de resistencia pasiva: absentismo laboral, «quiet quitting» (hacer lo mínimo), economía informal y trueque, sabotaje sutil al ritmo de trabajo. Estas son luchas defensivas y atomizadas que no desafían abiertamente el sistema, pero son un síntoma de su rechazo.

La apariencia de quietud es un equilibrio inestable. La presión de la contradicción principal (explotación vs. necesidades humanas) no desaparece; se acumula. Como el vapor en una olla a presión, la falta de una salida visible no significa que la energía no esté aumentando.

No obstante el pasaje de la «quietud» a la «acción» nunca ha sido un proceso gradual, sino un salto cualitativo. Un hecho aparentemente menor (una nueva ley laboral, una crisis económica, el desalojo de una familia) actúa siempre como punto de bifurcación que transforma cuantitativamente el malestar acumulado en un cualitativamente nuevo estallido de lucha. Lo que parece «de la noche a la mañana» es el resultado de un largo proceso de gestación.

La tarea política consciente es catalizar la síntesis. No se trata de sermonear a la clase trabajadora por su «pasividad», ni de esconder las banderas, sino de ayudar a transformar la «conciencia en sí» en «conciencia para sí», esto es crear espacios de organización y solidaridad que contrarresten la fragmentación y el miedo.

La «cosa aparente» (la quietud y la pasividad) es dialécticamente «su contrario»: un proceso dinámico de acumulación de contradicciones, un período de gestación en el que la clase trabajadora, aunque silenciosamente, está procesando la experiencia de la explotación y, potencialmente, preparando las condiciones para su propia negación como clase explotada. La historia demuestra que estos períodos de «quietud» suelen ser el preludio de los mayores levantamientos.

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