Tampoco entraremos en casuísticas cristológicas -de la que se ha hecho una «ciencia»: la Cristología– sobre el Jesús histórico o el Cristo de la Fe, ni la clarísima correspondencia entre el paganismo -y el paganismo no es ateísmo, ojo- egipcíaco de Horus, Osiris, etc. Horus era de hecho el arquetipo del Cristo pagano milenios antes de la aparición del cristianismo que todo lo copiaba y de todo se aprovechaba como, por ejemplo, la tiara o toca que se encasqueta el Papa en la testa es copia del dios persa Mitra. El egiptólogo inglés Gerald Massey (1828-1907) descubrió casi doscientos casos de la correspondencia inmediata entre el material egipcio mítico y las escrituras cristianas. Desde el nacimiento en un establo hasta la muerte por crucifixión acompañados ambos -hasta en esto coinciden- por dos ladrones. Como decimos, el cristianismo es una especie de agujero negro que todo lo succiona si le sirve. Y si no, no.
Aquí escribiremos como si Jesucristo sí hubiera existido. Empezaremos en plan heavy diciendo que Jesucristo (en adelante JC) jamás condenó la violencia. Jesús -suponiendo que existiera- no fundó ninguna Iglesia en cuanto organización dispuesta a perpetuarse sine die y sub speciae eternitatis, o sea, toda la puta vida. dicho en cristiano y que viene al pelo en este caso. Ni se le pasó por la cabeza al Maestro. El Nazareno (*) nace y crece en un ambiente de alta sensibilidad mesiánica. Mientras el hijo de María tenía su vista clavada en el futuro inminente de la venida del Reino de Dios, aquí y ahora y no ad calendas graecas, o sea, cuando a las ranas les crezca el pelo o nieve en el infierno. Y se esperaba una «liberación» -con la llegada de algún Mesías- sólo para el pueblo judío en excluvidad. Son las narraciones evangélicas las que se proponen desvincular a Jesús del entorno hebreo de sus días, desjudaizarlo. Porque JC no fue «cristiano», sino judío. Y un judío revoltoso. Su crimen, de cara a los romanos ocupantes, fue proclamarse «rey de los judíos», un delito de sedición, un delito político de los peores que se castigaban con la crucifixión. Para los romanos JC era un malhechor (lo de «terrorista» todavía no se había inventado). En Marcos 1.15 Jesús proclama, al igual que el Bautista, que «cumplido es el tiempo y el Reino de Dios está cercano». Ya no hay espera, pues el tiempo se ha cumplido. Jesús, un nacionalista judío, pero no el único, no tenía paciencia (la Iglesia Tarsiota -de Pablo de Tarso, a quien los esenios llamaran «El Embustero» por transformar la realidad en favor del poder establecido y acercó a los gentiles el cristianismo, universalizándolo-, sí). Verdaderamente creía en un demiurgo que expulsaría al invasor romano. Cuando muere en la cruz, Jesús no se siente instrumento ni marioneta de ningún arreglo teológico o soteriológico diseñado por el Altísimo. No esperaba ese desenlace trágico, no estaba en el guión. De ahí su desgarrador bramido: Eloi, lamma sabacthani («Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»). Sólo le faltó añadir, «joputa», pero no consta en las Escrituras.
Había algo indisociable en el mesianismo de la época: lo religioso y lo político, o sea, entre el Reino de Dios y el destino de Israel. Por eso del Bautista -de San Juan Bautista- apenas se habla, porque era casi un zelote (un «etarra» diríamos hoy, como los que defendieron Masada). Y a Jesús se le «despolitiza», pues Jesús, es obvio, es puro amor, y más en tiempos de «humanismo navideño» como en este mes donde hasta el personaje dickensiano Mr. Scrooge se humaniza, ¿no es cierto? Sucede que en Lucas 22. 49-50 le preguntan al Maestro (cuando le prenden en Getsemaní): «Señor. ¿herimos con la espada?». Y responde: «Dejadles, no haya más», o sea, que no haya bronca. No se condena la violencia, sino que se toma una prudente decisión. Y ello porque para detener a Jesús se le envía nada menos que una cohorte (no inferior a 400 hombres) al mando de un tribuno (judío). Es fama que Pedro, el impulsivo futuro fundador de la Iglesia, le corta una oreja, esto es, desoreja a un esbirro del Sumo Sacerdote, es decir, que iban armados.
La ética de Jesús, su escatología mesiánica, causó pavor en el stablishment judeo-romano. Jesús era hostil frente al ocupante romano y sus colaboracionistas aborígenes. Un Jesús de este tenor era inmanejable para la (posterior) Iglesia. No era plan. Había que adulterar su figura mediante una interpretación espiritualizante y apolítica, irenista, de su supuesto fundador. Este Jesús inexistente quedó troquelado para el resto de la Historia como un ser evanescente alejado de toda preocupación terrena en el cuarto Evangelio: «mi Reino no es de este mundo». Si lo fuera, lo volverían a crucificar.
Nota.- No queremos convertir a JC en un «revolucionario» avant la lèttre ni forzar nada, no estamos aquí para eso. Sólo desvelamos -o completamos- lo que otros callan u omiten. Eso es todo y esa es la intención.
(*) Nazareno no porque fuera de Nazareth, sino término que viene a ser algo así como «guardián de la ley», que es como se lo toma Jesús cuando expulsa del templo a los mercaderes, una muestra de su enorme celo por el incumplimiento de las leyes más puras del judaísmo. El melenudo y bíblico Sansón era, por ejemplo, un nazareno, o sea, un militante, como si dijéramos.
El gobernador romano en Judea, parece ser que quiso salvarlo. Cristo, coherentemente con lo que eran sus postulados, no se retractó y, sólo entonces, Pilatos: un aristócrata romano que al parecer no tenía en mayor aprecio la deleznable judaína en que ejercía, se lavó las manos y lo entregó a la organización sacerdotal judía que operaba en el Reino, que fueron quienes lo asesinaron. (Reino judío como también lo es España, pese al desacuerdo de muchos, lo cual suena como a paralelismo histórico).
Cuando se es súbdito y no ciudadano de pleno derecho, uno está sujeto a los caprichos de la casta sacerdotal y demás jerarquías del reino en la tierra y, dado que además son la fuerza, algo de prudencia: como la que relatas que aconsejó Cristo a los suyos, no está de más. Para que después no haya quienes tengan que exclamar como Cristo lo hizo, en contra del abandono de las fuerzas espirituales, cuando le llegó el momento del martirio, debido a tan excelentísimos personajes al cargo del reino. Martirio que se hubiera evitado si se hubiese tirado por la ventana de un cuarto piso: o algo así, como hacen actualmente algunos españoles.
¡Total… para qué sufrir por ponerse del lado de los sometidos, si nunca serán capaces de sacudirse el yugo de una vez por todas? Mira en la judaína actual y cuéntame si ves capacitados a los sometidos a efectos de ganar la libertad generalizada en contra de los esclavistas, opresores o como mejor proceda calificarlos (pero no en derecho, que éste lo tienen ellos, porque son los fuertes y, por tanto, a los débiles toca la vileza del consentir y punto).
De ahí que Cristo, de espíritu fuerte pero debilitado al extremo por el hecho de ser obligado a latigazos a cargar con la cruz en que lo asesinaron a la vista del pueblo cagón, exclamó de cara a su dios interior como lo hizo, quizá porque vio desencantado que fue un idiota que moría luchando en vano por una causa perdida.
¡A saber lo que no habrá visto ese hombre en la gente "del pueblo", camino del martirio, a cargo de los mandamás del pueblo elegido! ¡Qué bien hacen sus cálculos los católicos, sabedores de que pueden cometer todo tipo de tropelías impunemente!