Este mediodía se reúne la 77 Asamblea General de la ONU en un momento crítico, el de la fractura del mundo, que puede convertir al organismo internacional en una antigualla, como le ocurrió a la Sociedad de Naciones en los años treinta.
“Estamos aquí para ayudar a frenar la fractura del mundo”, dijo ayer la ministra francesa de Asuntos Exteriores, Catherine Colonna en una vergonzosa conferencia de prensa celebrada en Nueva York. Francia asume este mes la presidencia del Consejo de Seguridad y quiere dar lecciones a los díscolos, como es típico de los países occidentales.
Francia se propone “defender el multilateralismo”, pero se dirige a los países de “sur”, de los que últimamente están recibiendo sorpresas desagradables. “No se trata de pedir a estos países [los del sur] que elijan un bando, no se trata de crear nuevas alianzas, se trata sobre todo de crear y poner en marcha mecanismos de solidaridad suficientes para que esta guerra [la de Ucrania] no cueste a los países más vulnerables”, dice un comunicado oficial del Elíseo.
La manera de que el mundo no se fracture es que todos los países sigan los dictados de las grandes potencias occidentales, y si no lo hacen por propia iniciativa hay que sobornarles para que lo hagan con subvenciones, préstamos y “ayudas” de todo tipo. No hay otra manera de que cambien de bando.
En una conferencia de prensa convocada el viernes, la embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Linda Thomas-Greenfield, dijo lo mismo. “La semana no estará dominada por Ucrania” porque “hay otros conflictos en otros lugares que en Ucrania […] No podemos ignorar el resto del mundo”.
Se trata exactamente de eso: del “resto del mundo”, de esos países que no forman parte del ombligo, salvo cuando hay que hablar del hambre y de la caridad, cuando unos tienen necesidades y los otros les dan las migajas.
Las potencias occidentales recibieron un formidable varapalo cuando los “periféricos” no apoyaron las sanciones occidentales contra Moscú, no tanto porque estén de acuerdo con el “bando ruso”, sino porque están en contra de “occidente”. Saben que el origen de sus problemas está justamente aquí, en el ombligo del mundo.
No existe esa famosa “comunidad internacional” de la que tanto alardean las grandes potencias. De lo contrario el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, no habría llamado a “buscar consenso y soluciones” que, por cierto, tienen siempre el mismo formato: consisten en que los del “sur” sigan el dictado de los del “norte”. Cualquiera que revise la historia verá que lo contrario no ha ocurrido nunca.
La guerra y el soborno son las herramientas favoritas para lograr ese “consenso”, un remedo del palo y la zanahoria. Por ejemplo, uno de lo fantasmas olvidados que van a recuperar del desván es el Sida pero, sobre todo, el “fondo mundial” que vaciaron hace décadas y que ahora querrán llenar para seguir entregando migajas a los países periféricos, con la condición de que vayan descubriendo “casos de Sida” que requieran una “adecuada atención médica”.
Sí, en efecto, la medicina ha pasado a formar parte de la diplomacia moderna, lo mismo que el cambio climático, que también será materia de varias sesiones preparatorias de la cumbre climática a celebrar en Egipto en noviembre.