Las redes eléctricas inteligentes suponen grandes inversiones públicas y privadas y un nuevo desarrollo de las fuerzas productivas.
Una central eléctrica genera energía de manera continua, pero el consumo es intermitente. No es posible almacenar la energía hasta que se consuma. La electricidad cuenta con una naturaleza particular: tiene que consumirse simultáneamente al momento de su generación. La energía que no se consume suele perderse.
Una vivienda que no esté enganchada a la red eléctrica puede utilizar paneles solares, un aerogenerador, una batería o un generador de gasoil. Los dos primeros producen electricidad si hace sol o viento. Si producen en exceso, pueden almacenar una cierta cantidad de electricidad recargando la batería para utilizarla en otro momento. Si, por el contrario, no tienen suficiente, tienen que recurrir a la batería y, en caso necesario, encender el generador de gasoil.
El uso de la batería tiene un coste: por un lado, se pierde parte de la energía almacenada, por el otro, la batería agota su periodo de vida útil. De igual manera, el uso del generador supone comprar diesel.
Se trata de adecuar la oferta a la demanda de manera que no haya superproducción (sobrecarga de la red) y, al mismo tiempo, se cubran los picos de demanda. La equiparación de la oferta con la demanda ahorra energía, ahorra costes económicos y reduce las emisiones de CO2, pero eso es lo de menos: en una sociedad capitalista lo que realmente importa es que aumenta los beneficios de los grandes monopolios suministradores. Según un informe publicado por el Foro Económico Mundial, la digitalización del sector podría ahorrar hasta 1,2 billones de euros hasta 2025 en todo el mundo (*).
Las redes eléctricas inteligentes (“smart grids”) son una duplicación de las tradicionales, a las que se suma una red de transmisión de datos para su control. Son una muestra del desarrollo de las fuerzas productivas en ambas esferas. En la primera han aparecido los nuevos métodos de generación de electricidad, llamados verdes o sostenibles. El segundo es el desarrollo de la informática, la inteligencia artificial, las bases de datos, el 5G y la telemática.
El desarrollo de las fuerzas productivas ha colisionado con las relaciones de producción: los viejos monopolios de la energía, que se sostuvieron sobre grandes centrales de producción eléctrica. Por el contrario, hoy las nuevas técnicas permiten que cualquiera pueda producir energía, es decir, que el consumidor sea productor al mismo tiempo, e incluso que pueda comercializar el exceso de electricidad que no consume por sí mismo.
El punto de gravedad ha pasado de la producción a la distribución y los grandes monopolios energéticos empiezan a competir también en dicho terreno.
Por ejemplo, un vehículo eléctrico se puede enganchar a la red (“vehicle to grid”, V2G) no sólo para recargar la batería, sino para que otros puedan utilizar la carga que tiene almacenada. A comienzos del año pasado el gobierno británico financió con 34 millones de euros 21 proyectos de V2G en todo el país, pero a las subvenciones públicas se añaden las privadas de los grandes monopolios de la automoción, como Renault y Nissan que se han asociado a la eléctrica italiana Enel.
Es un trayecto en las dos direcciones. Con las redes eléctricas ocurre lo mismo que con la redes sociales, que han convertido a cada usuario de internet en periodista. Hoy el desarrollo técnico permite instalar pequeños generadores de energía en las viviendas, las farolas de las ciudades, en la red ferroviaria, en las señales de tráfico o en los postes de las autovías para recargar los vehículos eléctricos (V2G).
Desde 2017 la Comisión Europea reconoce las “comisiones locales de energía”. Hasta seis millones de personas se autoabastecen de energía en Alemania, que España no facilita para proteger a los grandes monopolios eléctricos.
Las redes eléctricas inteligentes requieren una segunda tecnología de vanguardia: los contadores (“smart meters”) que permiten conocer el consumo en tiempo real y transmiten los datos a distancia a un ordenador capaz de acoplar la oferta con la demanda. El contador es, pues, un terminal conectado a la red eléctrica tanto como a internet (“internet de las cosas”, IoT). Un informe de Cisco indicó que las redes eléctricas inteligentes harán un uso intensivo de las comunicaciones, con hasta 50 GB transmitidos a diario.
En Barcelona el proyecto piloto europeo SmartNet utiliza los repetidores de Vodafone, que se conectan y desconectan de la red automáticamente.
Naturgy, una empresa que antes se llamaba Gas Natural, ha creado el proyecto Osiris de red inteligente, especialmente diseñado para detectar averías. La misma empresa tiene en marcha también el proyecto Redes 2025 para desarrollar alternativas a la red de distribución eléctrica española para 2025.
Iberdrola ha instalado más de diez millones de contadores inteligentes. A través del proyecto Star ha transformado la red analógica tradicional y la ha digitalizado y automatizado para crear redes inteligentes.