El Pentágono ha contratado la fabricación de los microprocesadores electrónicos que llevan los satélites espías, los misiles y los aviones de combate a una empresa pública radicada en Abu Dhabi.
En 2004 el Departamento de Defensa firmó un contrato de 10 años con IBM para fabricar los componentes electrónicos para las fuerzas armadas y la Agencia de Seguridad Nacional.
Las fábricas que elaboraban los semiconductores especializados se calificaban “Trusted Foundries” porque los militares los podían utilizar con plena confianza en todos los equipos militares y de seguridad.
Pero en julio del año pasado IBM vendió su división de semiconductores a Global Foundries, una empresa del emirato de Abu Dhabi.
El nuevo contrato de 7 años firmado con Global Foundries, que vence en 2023, pone fin a meses de incertidumbre sobre el suministro de microprocesadores al ejército de Estados Unidos, concluyendo así una primera etapa dedicada a proteger los sistemas de defensa, que se han mostrado muy sensibles a ciberataques y otras manipulaciones informáticas.
Durante este tiempo el Pentágono ha buscado nuevos suministradores y va a extender las precauciones necesarias para impedir que los componentes electrónicos sean trucados o caigan en manos poco fiables.
Global Foundries forma parte de cuatro empresas identificadas en el mundo como fabricantes de semiconductores avanzados para el Pentágono. A ella se suman TSMC de Taiwan, Samsung de Corea del sur e Intel, que no fabrica microprocesadores específicos para la seguridad y la defensa.
El organismo de supervisión del Congreso ha expresado su inquietud por la dependencia del Pentágono de una única fuente de suministro de semiconductores, una industria que se desplaza progresivamente hacia las fábricas asiáticas, que producen centenares de millones de componentes para los aparatos electrodomésticos de gran consumo en todo el mundo.
China ha anunciado una inversión gigantesca de 200.000 millones de dólares en tecnología de semiconductores, una plan para convertirse en autosuficiente en un sector que es estratégico para la guerra comercial.
En lugar de desarrollar su propia industria de semiconductores, muy dependiente de las importaciones de otros países, China ha decidido crear su propia industria empezando por comprar empresas microelectrónicas por todo el mundo, incluido Estados Unidos, para llevar la técnica a su propio país.
El Pentágono ha perdido influencia en una industria puntera que lleva financiando desde 1960. Las fuerzas armadas dependen de microprocesadores especializados que, a diferencia de los de consumo doméstico, se fabrican en muy pequeñas cantidades.
La nueva generación de aviones de combate F-35 tiene centenares de microprocesadores, cuyo número exacto se desconoce, que nada tienen que ver con los centenares de millones que integran los ordenadores, las lavadoras o los móviles.
Las multinacionales que los fabrican están volcando su interés por la producción civil en masa, un mercado en el que la competencia obliga a una renovación casi mensual, mientras que los componentes militares tienen un plazo de actualización mucho mayor y se fabrican en cantidades micho menores.
Esta situación ha conducido a que el Pentágono no pueda contar sólo con una única empresa estadounidense que trabaje en componentes militares, sino que extienda sus proveedores al terreno por todo el mundo.
El director de Darpa, la sección tecnológica del Pentágono, William Chappell hace de la necesidad virtud y asegura que al abrirse a las empresas civiles, las fuerzas armadas modernizarán su tecnología.
Pero no pueden estar seguros de que los nuevos componentes sean fiables. No es la primera vez que el Pentágono descubre “puertas traseras” en los microprocesadores que compra a terceros países, como China.
A pasos agigantados, Estados Unidos se está convirtiendo en un país dependiente en materia de tecnología y Darpa trabaja en un sistema de “marcado” de los procesadores que compra para comprobar su fiabilidad y seguridad.
Las técnicas de “marcaje” de Darpa han suscitado el interés de empresas civiles, como las financieras, para impedir el espionaje de la competencia y los ciberataques, dentro de una escalada de la paranoia de seguridad que es típica de Estados Unidos.
Pero para los estadounidenses lo único seguro es lo que fabrican ellos mismos, por lo que en el paraíso del neoliberalismo los fabricantes de microprocesadores se han agrupado para exigir al gobierno ayudas públicas que les permitan continuar con la producción de alta tecnología en condiciones competitivas con otros países.
En todo el mundo la seguridad es un mercado cada vez más grande, el típico negocio de vendedores de humo del que se han apoderado los militares.