– Faemino: buenas…
– Cansado (detrás del mostrador, como ya sabe el amable lector): está usted en su derecho.
– F: ?!
– C: qué va a ser, señor?
– F: un vino tinto, por favor.
– C: le asiste ese derecho, caballero.
– F (confundido y pelín mosqueado): ¿derecho de – o a- qué, si se puede saber?
– C: de pedir lo que guste y esté en mi mano servirle, pues mi provisión, como ve, es limitada pero infinita, como el Universo (suena “Across the Universe”, de Lennon)
– F: venga ese vino, pues (imita a Camilo José Cela, probado celtíbero cabrío)
– C: es legítimo.
– F (ya seguro de que está delante de un paranoico): ¿lo qué?
– C: su sagrado derecho a pedir un vino tinto y, si le place, con sifón, que para eso es usted un ciudadano libre, milord.
– F: como que, según usted, mesonero, o “mesero”, como dicen en México (pronúnciese la equis como jota, háganme ese favor), estoy en mi derecho inalienable (se ve que es cultillo el hombre)
– C (lo de “inalienable” le ha sonado como si le insultara y se pone estupendo): corresto, perdón: correcto.
– F: ¿puede ponerme un boquerón de aquellos que se divisan en lontananza (el surrealismo aflora por momentos), mesié?
– C: cómo no, está usted en su derecho, “mein führer”.
– F: y usted en el deber de servírmelo, supongo Livingstone.
– C: es una suposición legítima, correcta, míster Stanley (decididamente versallescos).
– F: y legal.
– C: completamente, sire.
– F: se ajusta a derecho.
– C: y es reglamentario, canciller.
– F: me maravilla y, si me apura, aún diría más, me asombra su escrúpulo formal y material con los derechos de la plebe y el mester de juglaría, algo admirable, ciertamente, caro amigo, debe ser el progreso en este retablo de maravillas, oiga, fascinante, y no digo más.
– C (abrumado ante semejante “speech” inesperado): es su derecho, sencillamente, no me sonroje, fui acomodador de cine antes que fraile, a ver si la vamos a tener…
– F: entiendo, pues, que estoy facultado para ejercer mi derecho a pedir un mero vaso de vino, ¿no es así?
– C: exacto, “asín” es; es usted un lince, un hacha, un campeón.
– F (que ya no está tan cierto de si está majara o le está tomando el pelo): en otras palabras, que estoy autorizado y en mi derecho de solicitar, con su venia, un espléndido vaso de vino de Valdepeñas.
– C: en efecto, le asiste la Constitución, por si no fuera poco y ahí es nada, probo ciudadano.
– F (cada vez más mosca, pero se contiene): algo legítimo.
– C: y constitucional, ya le digo, míster.
– F: impresionante, qué alivio, amigo mío, ¡¡viva España!!
– C: ¡arriba!
– F: nunca me habían tratado así, lo confieso.
– C: vivimos en un Estado de Derecho, eso es todo.
– F: y le parecerá barro, ¡albricias! ponga otro vino, “sivuplé”.
– C: al instante, crack,
– F: asombroso, “amazing”.
– C: son doscientos millones de euros.
– F. ¿por dos vinos?
– C: sí, y por la charleta que no tiene precio.
– F: “wonderful”, “marvilleaux”, “zoragarria”, como dicen los vascos.
– C: usted mismo.
Estado de Derecho
Bianchi
(Estamos en un bar infame, un antro, con piso desigual, de madera alabeada, con serrín y escupideras, un mostrador de pizarra donde se apunta la cuenta del cliente con tiza, en la pared un reloj parado a las cinco “ocló”, hora taurina, garcialorquiana, bergaminesca acaso, un futbolín antiguo de madera, no de metal, y una máquina de petacos averiada, un bote de guindillas picantes de cojones, una tasca cutre, ¿no es cierto? Detrás de la barra está Cansado y entra Faemino. No hay ningún paisano más. No decimos la hora porque no la sabemos, y cuando no sabemos de algo, nos callamos; o escuchamos o, sencillamente, pedimos la hora. Además, ya hemos dicho que el reloj estaba parado)