Insurgente enlaza un artículo de François Vercammen titulado “Lenin y la cuestión del partido” que remite a la publicación digital trotskista “Sin Permiso” la cual, a su vez, lo ha traducido de la LCR belga (1), un grupo trotskista. Por su parte, Vercammen fue un dirigente de la IV Internacional trotskista.
El artículo no es ninguna novedad, ya que se publicó hace 9 años y se puede complementar con otro aún más antiguo sobre el mismo asunto (2) que tiene el mismo origen trotskista en el dúo de publicaciones que forman Inprecor y Sin Permiso. Como bien reconoce Vercammen, el partido fue el “punto débil” de Trotski, que jamás fue capaz de crear ninguno, a lo que hubiera debido añadir que un siglo después sus seguidores padecen esa misma ineptitud, por lo que es conveniente analizar los motivos de ello, que se encuentran en los propios artículos de Vercammen, es decir, en que la concepción trotskista de eso que ellos llaman “el partido” es antipartido, como la experiencia ha demostrado siempre en todas partes.
Pero la cuestión no es esa; no se trata de que los trotskistas no sepan lo que es una vanguardia comunista y, por consiguiente no sean capaces de construir ninguna, sino que se oponen a aquellos que sí las han construido, por lo que en este punto el trotskismo no es otra cosa que antileninismo. Son como esos perros que ni comen ni dejan comer.
Al más puro estilo trotskista, Vercammen manipula el pensamiento y la obra de Lenin, del cual asegura que “nunca formuló una teoría del partido”. Esa es la mejor manera de introducir sus propias tesis de soslayo: se trata de colmar un vacío que Lenin dejó pendiente… para que los trotskistas la completaran.
Lo cierto es que, a diferencia del inútil de Trotski, Lenin sí fue capaz de crear un partido comunista, lo cual no es más que la primera parte del asunto, porque la segunda es aún más interesante: el partido que Lenin creó fue diferente del que había y que todas las demás organizaciones obreras del mundo, agrupadas en la II Internacional, ya conocían de antemano. Por fin, hay una tercera cuestión: nada de eso hubiera sido posible si Lenin no hubiera tenido en su cabeza una noción muy clara de lo que un partido comunista debía ser. Su obra “¿Qué hacer?” así lo demuestra.
Como Vercammen no acepta lo más evidente, tiene que enredar el texto y el contexto de la manera farragosa que acostumbran los trotskistas porque, a fin de cuentas, ellos son mencheviques, es decir, no admiten el partido leninista de nuevo tipo, que tratan de sustituir por el partido de viejo tipo de la socialdemocracia, el partido de masas, que es lo que Lenin critica en el “¿Qué hacer?”
A partir de ahí llegan los ataques -cubiertos y descubiertos- al partido leninista que tantas veces escuchamos en boca tanto del reformismo, como del trotskismo y del anarquismo: si un partido comunista no es de masas lo que hace es sustituir o suplantar a la clase obrera. La concepción leninista del partido de nuevo tipo es un “sistema de sustitución política” de la clase obrera, escribió Trotski hace más de un siglo (3), lo cual está en contradicción con lo que propugnaron Marx y Engels: que la liberación de clase obrera sería obra de la propia clase obrera.
Las consecuencias del leninismo son que la revolución de 1917 no fue tal revolución sino un golpe de Estado que llevaron a cabo los bolcheviques, una ínfima minoría. A eso Vercammen le llama como su maestro Trotski, “sustitucionismo” y sugiere que es una reminiscencia del populismo ruso. Conclusión: Lenin era otro populista ruso del montón. Por lo tanto, Lenin no desarrolla la obra de Marx y Engels sino que es un autor que sigue doctrinas genuinamente rusas, blanquistas dirían algunos.
A su vez, las taras del leninismo nos conducen a la otra genialidad de ciertas corrientes pequeño burguesas: la degeneración burocrática de la URSS tiene su origen en el partido de nuevo tipo, algo que también expresó Trotski muy gráficamente: el partido suplanta a la clase, la dirección suplanta al partido y al final Stalin suplanta al mundo entero. Algunos escriben la historia con este tipo de frases sonoras, tanto más sonoras en cuanto que están vacías de contenido real.
Esas concepciones absurdas aún se pueden enredar y empeorar todo lo que sea necesario: desde 1902 Trotski insultó a Lenin a causa de sus tesis sobre el partido de nuevo tipo: “Lenin quiere ser la traducción en lengua marxista” del jacobinismo, escribió Trotski (3). Eso significaba dos cosas al mismo tiempo: que Lenin era un burgués y que, además, era un burócrata. Sin solución de continuidad, esa imputación la heredó Stalin de Lenin y el Estado soviético la heredó del partido bolchevique, que es la tesis que Vercammen repite un siglo después en su artículo: la raíz de la degeneración burocrática de la URSS estuvo en la creación de un partido leninista jacobino y burocrático, “una organización centralizada y conspirativa, armada con dinamita”, escribió Trotski.
Siguiendo las tesis de Trotski, las corrientes izquierdistas de los años veinte del pasado siglo (consejistas, asamblearios, autogestionarios) concluyeron que, en realidad, la Revolución de 1917 no fue una revolución proletaria sino burguesa, ya que estaba dirigida por burgueses a la manera burguesa, es decir, jacobina, blanquista y populista. La Revolución de 1917 fue lo mismo que la revolución francesa un siglo antes: una minoría burguesa dirigiendo a la gran masa del proletariado, en nombre del proletariado y sustituyendo al proletariado. Si, como escribió Trotski, Lenin era “el dirigente del ala reaccionaria de nuestro partido”, ¿qué otra cosa se podía esperar de un reaccionario como Lenin?
Según la pequeña burguesía, hay otro aspecto del “¿Qué hacer?” que así lo demuestra: la tesis de que la conciencia de clase es exterior al proletariado, que le llega “desde fuera” procedente de intelectuales, o lo que es peor, de burgueses, o de ambas cosas a la vez. ¿No eran burgueses Marx y Engels? ¿No era Lenin otro burgués? No sólo la conciencia es externa al proletariado sino que el partido también lo es. Ahora bien, matiza Vercammen, tras la revolución de 1905 Lenin rectifica el “¿Qué hacer?” y “rehabilita el espontaneísmo”. Así es como los trotskistas se fabrican una historia a su medida, la que necesitan en cada momento.
Cuando en el “¿Qué hacer?” Lenin utiliza esa expresión (“desde fuera”) no hace más que transformar en consciente, en conciencia, es decir, en ciencia, lo que la historia del movimiento obrero de cualquier país del mundo muestra: la conciencia de clase ha penetrado “desde fuera” del propio movimiento obrero. Es más: ha penetrado desde fuera del propio país, desde el extranjero, porque siempre ha existido (existe y existirá en el futuro) una dirección del movimiento obrero que procede de las partes más avanzadas del mismo y se dirige hacia las más atrasadas, y no al revés. Por eso el partido de nuevo tipo ejerce el papel de vanguardia o avanzadilla: porque transmite una experiencia de vanguardia y sus formas de organización a las partes más rezagadas y a los países más rezagados.
Aunque los anarquistas -lo mismo que los trotkistas- rechazan las concepciones leninistas, lo cierto es que en España el movimiento obrero, como tal movimiento de clase, lo inician dos extranjeros como el italiano Giuseppe Fanelli, por los libertarios, y el franco-cubano Pablo Lafargue, por los marxistas. Así ha ocurrido siempre en todo el mundo y sigue ocurriendo en la actualidad: la conciencia de clase, las formas de organización, la ideología y todas las herramientas que el movimiento obrero necesita para alcanzar sus objetivos han procedido (siguen procediendo y seguirán en el futuro) de fuera. Por eso un partido leninista de nuevo tipo no sólo es necesario sino imprescindible para la revolución: porque le aporta al movimiento obrero algo que por sí mismo, por sus propias fuerzas, no puede alcanzar, algo tan importante como esa conciencia de clase que Marx llamó conciencia para sí.
Para aportar al movimiento algo que el movimiento por sí mismo no ofrece hay que ser exactamente una vanguardia, es decir, formar parte del movimiento sin confundirse con el propio movimiento, sin disolverse en él. Una vanguardia no es sólo una organización diferenciada, sino un trabajo diferenciado, una ideología diferenciada y un programa diferenciado. Eso es lo que Marx, Engels y Lenin explicaron de mil maneras diferentes, entre ellas lo que significa hacer algo “por sí mismo” y hacer algo “para sí mismo”. ¿Verdad que cuando hacemos algo para nosotros mismos, lo hacemos también nosotros mismos?
Traducido al lenguaje leninista: la conciencia de clase no procede “desde fuera” de la clase obrera, no procede de intelectuales, ni tampoco de burgueses, sino que se transmite (o se comunica) de los sectores más avanzados del movimiento obrero a los más atrasados. Obviamente para entender eso hay que tener en cuenta aspectos importantes del movimiento obrero: la clase obrera (y sus luchas, y sus experiencias) no tiene carácter local sino internacional. También hay que tener en cuenta que Marx, Engels y Lenin jamás fueron burgueses, sino los primeros espadas del proletariado, quienes crearon y desarrollaron la teoría para que la práctica fuese realmente científica. Para acabar: la vanguardia comunista no sólo no es nada distinto de la clase obrera sino que forma parte de la misma. ¿Qué parte? Exactamente esa: su conciencia.
(1) Lénine et la question du parti. Remarques autour de ‘Que faire’?, marzo de 2005, http://www.lcr-lagauche.be/cm/index.php?option=com_sectionnav&view=article&Itemid=53&id=244
(2) La cuestión del partido o el punto débil de Trotsky, Inprecor, setiembre de 2000, www.sinpermiso.info/articulos/ficheros/4vercammen.pdf
(3) Trotski, Nuestra tareas políticas, http://www.marxists.org/espanol/trotsky/eis/1904-nuestras-tareas.pdf, pg.54.