En Munich la ‘casa común europea’ mostró sus goteras

El sábado se celebró en Munich la 51 Conferencia de Seguridad en la que el conflicto de Ucrania concentró casi toda la atención. La visita de Merkel y Hollande a Moscú fue una muestra previa de la preocupación de Europa ante el recrudecimiento de la guerra.
No sabemos lo que pintaba, pero en Munich estaba el siniestro especulador Georges Soros, que no se pierde ni una. Sin embargo, no estuvieron los  que tenían que estar: los representantes de las Repúblicas Populares de Lugansk y Donetsk, a pesar de lo cual sus posiciones quedaron reforzadas. Sin novedad, pues, en el frente de Ucrania oriental.
Merkel, Biden, Lavrov y Poroshenko se repitieron a sí mismos: el conflicto de Ucrania no tiene solución militar, solo diplomática. En todas las intervenciones se subrayó la urgencia de detener los combates. Todos apuestan por el statu quo porque bien saben que no hay vuelta atrás, pese a lo que digan los discursos. Cada kilómetro cuadrado de Ucrania conquistado por los rebeldes acrecienta los riesgos para el ucraniano. Se impone así el statu quo. Lo malo es que no es permanente y el paso del tiempo beneficia a las milicias de Donetsk y Lugansk.
La intervención de Poroshenko fue patética, sobre todo cuando se puso a exhibir los pasaportes rusos encontrados en el este de Ucrania y que serían una prueba de la ayuda de Moscú a los separatistas. El presidente ucraniano señaló que los conflictos debían ser resueltos y no quedar “congelados”, que es el futuro del conflicto en Ucrania oriental, no muy diferente de los de Transnistria y Nagorno-Karabaj, con la espada de Damocles de que la situación termine como la de Abjasia y Osetia del sur que se segregaron definitivamente de Georgia en 2008. Las ventajas militares sobre el terreno influyen en las negociaciones.
Poroshenko pidió el envío de «armas defensivas» para su gobierno, aunque la actitud de Merkel es contraria a semejante posibilidad. El presidente ucraniano argumentó: “Cuanto más fuerte sea nuestra defensa, tanto más convincente será nuestra voz diplomática”.
Los argumentos del ministro ruso de asuntos exteriore Serguei Lavrov son conocidos. Expuso los efectos que ha tenido la actitud del imperialismo («occidente») respecto a Rusia tras la guerra fría. Las ilusiones rusas al final de la guerra fría se desvanecieron. Nunca se construiría de la “casa común europea”, aunque el ministro eludió recordar que esta expresión la acuñó Gorbachov en 1989 ante el Consejo de Europa.
El jefe de la diplomacia rusa criticó las actuaciones de EEUU y sus aliados occidentales en la antigua Yugoslavia, Irak y Libia, presentándolas como ejemplos de clara violación de los compromisos de la Carta de las Naciones Unidas y del Acta General de Helsinki, e idénticos reproches merecería el proceso de ampliación de la OTAN. Uno de los principales documentos de la OSCE, la Carta sobre la Seguridad Europa señala, entre otras cosas, en su párrafo 8: “En el seno de la OSCE, ningún Estado, grupo de Estados u organización… podrá considerar parte alguna del área de la OSCE como su área de influencia.
La situación de Ucrania, dijo Lavrov, es consecuencia de la ambición de los occidentales de hacerse con el espacio geopolítico en Europa. Dicho de otro modo, la arquitectura de seguridad en el Viejo Continente se ha construido sin Rusia. Tampoco faltó la justificación del apoyo a los pro-rusos de Ucrania desde el momento en que desde Kiev se intentaría imponer un nacionalismo étnico de corte neonazi. A Lavrov solo le faltó añadir que ningún dirigente estadounidense toleraría que Canadá o México se unieran a una alianza militar encabezada por otra gran potencia.
La guerra de Ucrania se inició en abril del pasado año tras el golpe de Estado contra el Presidente Viktor Yanukovich, impulsado por sectores neonazis ucranianos con el apoyo diplomático y militar de Estados Unidos y la Unión Europea.
La imposición de un nuevo Gobierno de corte fascista hizo que regiones como Donetsk y Lugansk se proclamaran repúblicas populares que no reconocen al nuevo gobierno. La guerra que se desencadenó inmediatamente ha costado ya más de 5.358 muertos y 12.235 heridos, dijo el pasado 3 de febrero el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Zeid Ra’ad Al Hussein, lo cual empieza a llenar a las calles de algunas ciudades europeas.
Paralelamente a la conferencia, sectores obreros y populares convocaron una multitudinaria movilización contra el gobierno golpista y fascista ucraniano dirigido por el empresario Petro Poroshenko, a quien acusaron de atacar a las repúblicas populares de Lugansk y Donetsk. Los asistentes clamaron para que la paz vuelva a Ucrania y se termine la guerra.

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