En España lo que crece no es el fascismo, sino el antifascismo

La idea de que «una cosa aparente puede ser también su contrario» no debe ser tomada nunca como un juego de palabras. Es la esencia de cómo la dialéctica entiende la realidad bajo el capitalismo: las apariencias a menudo enmascaran y distorsionan la esencia de las relaciones sociales subyacentes, llegando al punto de presentar su exacto contrario.

Para la dialéctica, la realidad no está compuesta de cosas estáticas y aisladas, sino de procesos y relaciones llenos de tensiones internas (contradicciones). Todo contiene dentro de sí su propia negación. Una semilla contiene en sí su negación: el árbol. El capitalismo contiene en sí su negación: la clase obrera que lo sostiene y, potencialmente, lo superará.

Esta contradicción interna es el motor del cambio. Por lo tanto, no es extraño que algo, en su manifestación superficial, pueda parecer lo opuesto a lo que es en su relación esencial.

Cuando en el llamado «progresismo» se alerta del crecimiento de la extrema derecha en España y en el resto de Europa, se aplica la misma paradoja, ya que esa alerta se emite como forma de reforzamiento de la estructura burguesa actual. Porque para la socialdemocracia, firme defensora del statu quo actual, la dicotomía se presenta como una lucha entre fascismo y democracia burguesa.

Aplicar el análisis marxista y la dialéctica a la afirmación «En Europa está creciendo el fascismo y la extrema derecha» nos obliga a ir más allá de la apariencia inmediata (el aumento de votos y escaños de los partidos fascistas) para desentrañar la esencia contradictoria de este fenómeno y su relación con la base material del sistema.

Desde esta perspectiva, la conclusión no sería simplemente que «crece la extrema derecha», sino que este crecimiento es una apariencia que encierra su contrario: no es primariamente un fortalecimiento del sistema capitalista, sino un síntoma de su profunda crisis y de la descomposición de su hegemonía ideológica tradicional.

España es un buen ejemplo de ello. La continuidad del franquismo bajo apariencia democrática era una consigna que hace dos décadas podía llevar a la militancia antifascista a prisión; sin embargo hoy es algo que incluso los partidos burgueses de izquierda (Podemos, PCE, etc.) o derecha del parlamento (Junts, PNV, etc.) pueden llegar a sostener. De hecho, los partidos y organizaciones fascistas de ahora son las mismas que antes estaban integradas, en unidad, en una única estructura electoral, pero que ahora se han quitado la careta.

La fase liberal del capitalismo español se sostuvo hasta hace poco tiempo con una hegemonía ideológica basada en el discurso de la globalización, el europeísmo, el multiculturalismo de mercado…Sin embargo, esos consensos de la burguesía ya no existen. El capitalismo en crisis es incapaz de ofrecer estabilidad y bienestar a amplias capas de la población (especialmente a la clase trabajadora y a sectores de la pequeña burguesía).

El «auge» de la extrema derecha no es por tanto signo de un capitalismo saludable, sino de un capitalismo en «crisis orgánica», donde las narrativas que lo legitimaban se están desmoronando. Es el sistema generando su propio anticuerpo patológico.

No sería estrictamente lógico decir que «lo que crece es el antifascismo» como simple reacción al «crecimiento del fascismo», pero sí es completamente correcto afirmar que el crecimiento del fascismo necesariamente genera y potencia su contradicción interna: la lucha antifascista.

La tarea política consciente es precisamente organizar y acelerar ese «crecimiento» del antifascismo para que se convierta en una fuerza material capaz de derrotar a su contrario, esto es, la sociedad capitalista.


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