En Crimea el recuerdo de la casa imperial está profundamente marcado por las cicatrices de la Guerra Civil. Fue el último baluarte del Ejército Blanco durante la Guerra Civil que entre 1917 y 1922 enfrentó a los bolcheviques con los últimos restos del zarismo.
El general Piotr Wrangel se refugió en Crimea con sus tropas para intentar resistir el avance del Ejército Rojo. Sin embargo, no logró unirse a las fuerzas del almirante Kolchak, sus tropas fueron diezmadas y se vieron obligadas a evacuar la península.
Tras el desmantelamiento de la URSS, aquellas hordas zaristas no fueron rehabilitadas por la historia, sino por un decreto del Kremlin.
Crimea fue uno de los destinos favoritos de los Romanov. A tres kilómetros de Yalta, el Palacio de Livadia recuerda a los habitantes de la península el esplendor de un Imperio que aún hoy alimenta sus fantasías. Fue en Alutsha, en Tataria, donde el 10 de octubre de 1894 Nicolás II conoció a su mujer, Alexandra Fiodorovna.
También fue allá, a orillas del Mar Negro, donde los últimos Romanov fueron evacuados por los británicos a Constantinopla junto a 150.000 contrarrevolucionarios.
El 31 de octubre del año pasado el gobierno local que preside Sergey Aksyonov decidió rendir un homenaje a los contrarrevolucionarios que cayeron en defensa del zarismo.
Invitó al Gran Duque Gregori Romanov a inaugurar un monumento erigido en honor de los miembros de la casa imperial que fueron justamente ejecutados en las Revoluciones de 1905 y 1917. En su discurso Romanov destacó la importancia del monumento para él mismo y para las generaciones futuras, antes de dar las gracias a los que financiaron la obra, expresando la esperanza de que este tipo de iniciativas encuentren apoyo en otras regiones de Rusia. “Te abrazo y te acaricio infinitamente, quiero mostrarte todo el poder de mi amor por tí. Siempre tuya hasta la muerte y más allá”, dijo en un discurso que quiso ser nostálgico, pero que acabó en caricatura.
El acto reunió a la escoria más reaccionaria de la península, que es muy poca. Acudió al homenaje una delegación de la Asamblea de la Nobleza Rusa, encabezada por Oleg Shcherbatchev, presidente del consejo central de la Sociedad de Descendientes de la Primera Guerra Mundial.
El dinero para levantar el monumento salió de los bolsillos del oligarca Konstantin Malofeiev, que sostiene la Fundación Basilio el Grande y el movimiento “Águila bicéfala”, últimas reliquias de un pasado atroz para los obreros y campesinos de la vieja Rusia zarista.
El monumento, que fue bendecido por el obispo Néstor de Yalta, se erigió en memoria de Nicolás II y su familia y se hizo un llamamiento a todos los escultores rusos para que inmortalizaran a la pareja imperial.
Los artistas contratados, Irina Makarova y Maxim Bataev, convencieron a un comité para supervisar el proyecto, que incluía al Gran Duque Gregori Romanov y a Elena Aksyonova, fundadora del canal de televisión Tsargrad y esposa de un dirigente del partido zarista de Crimea.
El monumento se compone de cuatro esculturas de bronce que representan al zar, la zarina el tío Serguei Alexandrovitch, ejecutado en la Revolución de 1905, y su esposa, la Gran Duquesa Elizabeth Fiodorovna. Tiene algo más de dos metros de altura y está coronado por una cruz ortodoxa.