El terrorismo de Estado no descansa

Para muestra sobre cómo va el estado de urgencia en Francia, basta otra pequeña anécdota: el miércoles el presidente del gobierno Manuel Valls dijo ante la Asamblea Nacional que el Estado tiene un deber de protección de los musulmanes.

La conclusión es obvia: los musulmanes no son los verdugos sino la víctimas del terrorismo que ha anidado en Francia. Los atentados y las agresiones contra ellos son cotidianas.

El otro día en un accidente del tráfico, una musulmana fue agredida por un cobarde que pasó de la disputa a las manos, en presencia de tres hijos de corta edad, que vieron a su madre apaleada e insultada.

Luego algún experto dirá en la tele que esos niños se han “radicalizado” por culpa de sus lecturas del Corán… Es el mundo al revés: no somos nosotros los que buscamos ideas, sino ellas quienes nos encuentran.

En su intervención Valls se refería a los ataques de la población contra los musulmanes, pero nada dijo de los ataques de la policía, de las redadas, de los registros y los confinamientos domiciliarios, que son el verdadero rostro del estado de urgencia.

Los relatos se parecen unos a otros como gotas de agua. En la madrugada del 3 de diciembre un matrimonio dormía en su casa con sus hijos cuando un ruido brutal les sorprendió.

El padre se levanta de la cama, se acerca a la puerta de entrada y cuando vio una luz roja que penetraba por la mirilla se dio cuenta de que llegaban las hordas policiales con la parafernalia de rigor.

Tuvo el tiempo justo de gritar a su mujer “¡Es la policía!” antes de levantar las manos. En ese momento la puerta cayó al suelo y entraron los encapuchados con las armas en la mano y gritando “¡Policía! ¡No se mueva!”

El siguiente paso es tirarse al suelo con las manos por detrás de la nuca para que un policía se ponga encima como si el detenido fuera un caballo y le espose las muñecas. Luego otros dos policías se acercan, uno por cada lado, y le empiezan a dar patadas en la cabeza, que gira de izquierda a derecha según cada golpe.

Entonces la sangre brota de la cara, regando el suelo del pasillo, hasta que a los heroicos policías les duelen los pies, se cansan y dejan de golpear la cabeza del detenido.

Luego le dicen que se incorpore y se siente junto al frigorífico de la cocina para que no entorpezca la invasión. Entonces los matones dejan paso a los finos y a las formalidades legales propias de un Estado de Derecho. Llega la policía judicial con una orden de registro en la mano.

Sentado, aturdido y lleno de sangre, el detenido ni ve ni puede leer nada de lo que le ponen delante de su cara. Tampoco importa demasiado; sólo es un formalismo.

Las sospechas son claras y contundentes: el detenido es un peligro porque había servido durante cinco años en el ejército francés como francotirador antes de licenciarse y radicalizarse.

Una vez que le han reducido, los policías le burlan de él y le insultan mientras van de un lado para otro registrando las habitaciones, los armarios, las cajoneras… Además de llamarle “moro” le preguntan dónde guarda el paracaídas y el Corán de mierda.

Por fin, los policías encuentran lo que buscaban, se felicitan y se lo ponen delante de su cara como un trofeo de caza que justifica el atropello:

– ¿Qué es esto?, le preguntan

Aunque se lo ponen delante de sus ojos, el detenido sigue sin ver con claridad, hasta que uno le dice:

– Mira: ¡hemos encontrado una pistola!

Al detenido no le cabe ninguna duda: sólo puede ser la pistola de uno de sus hijos. Le dice al policía que mire bien y, en efecto, en lugar de un cañón, la punta está cerrada por una especie de tapón de color rojo.

El policía se puso del mismo color que el tapón y cuando el detenido se da cuenta, aprovecha la ocasión:

– ¿No sabe Usted diferenciar entre una pistola y un juguete?

Así fue otro de los éxitos policiales en la implacable lucha contra el yihadismo. El entonces detenido se convirtió en un hospitalizado con dos días convaleciente en la UVI. Cuando le dieron el alta, la policía ordenó su confinamiento, de manera que no puede vivir en su casa, ni en su barrio.

Este caso es como otros muchos. En Francia se han abierto varias páginas webs en las que cuentan este tipo de terrorismo policial. Una de ellas permite hacer donativos para las víctimas:

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