El silencio forma parte de la guerra, tanto como el ruido

En última instancia, quien manda en la OTAN y en Ucrania es Estados Unidos que, como en Vietnam, siempre pelea a través de intermediarios y marionetas más o menos manejables. En Ucrania es Zelensky y en Afganistán era Karzai y luego Ashraf Ghani. Personajes así son importantes porque lo mismo se ponen que se quitan, se ensalzan o se vituperan. En un guiñol todos miran al muñeco como hipnotizados.

Para Estados Unidos los intermediarios son muy importantes porque son los primeros en caer. Permiten desatar más guerras porque abaratan el precio. Las guerras comienzan porque los reclutas van con la única intención de ganar y acaban porque los cementerios se llenan. Hay países, como Estados Unidos, que no están dispuestos a pagar determinados precios y por eso recurren a sus marionetas.

Pero no lo puedes dejar todo en manos de sicarios como Zelensky. Al menos debes enviar a alguno de los tuyos. En el caso de Ucrania no se sabe cuántos estadounidenses están combatiendo, tanto si son mercenarios como regulares. Desde luego que tampoco se conoce su identidad. Ni siquiera sus familiares saben que están en el campo de batalla.

El 27 de junio Rusia bombardeó en Kramatorsk lo que la prensa calificó como un restaurante normal y corriente. Sin embargo, el local formaba parte de un complejo hotelero que aparentemente atraía a muchos occidentales en edad de combatir, estadounidenses y de otros de países de la OTAN.

Los testigos los escucharon hablar inglés, vieron sus tatuajes estadounidenses, del tercer batallón de Rangers, y banderas estadounidenses en sus ropas. Las cuentas de Twitter informan de la muerte de estadounidenses, pero el silencio oficial se mantiene, lo que hace volar la imaginación de los conspiranoicos.

Sabemos que el ataque mató a 50 oficiales y dos generales ucranianos y al menos a 20 occidentales, incluidos varios estadounidenses, lo que demuestra que en Ucrania unos y otros están juntos, incluso a la hora de tomar el café. El Ministerio de Defensa ruso estima que hay más de 900 estadounidenses, pero nadie va a decir nada, por el momento, incluso aunque mueran. Sus familias no pueden esperar pompas fúnebres.

“Esta es la tercera guerra en la que he luchado y, con mucho, la peor”, ha dicho uno de los soldados estadounidenses, Troy Offenbecker. “La semana pasada, un avión lanzó una bomba junto a nosotros, a unos 300 metros de distancia. Fue un desastre horrible”.

Otro, David Bramlette, resume: “El peor día en Afganistán o Irak es un gran día en Ucrania”. En lo que respecta a las misiones de reconocimiento, añade, “si dos resultan heridos… no hay helicóptero que venga a buscarte… La mierda puede ocurrir muy, muy rápido. En otras palabras, este es un enemigo diferente, muy capaz, y los soldados estadounidenses en Ucrania bajo la sombra podrían morir en grandes cantidades de las que la gente en casa nunca se entera”.

En marzo el ejército ruso atacó Lvov con misiles y circulan rumores sobre cientos de muertos de la OTAN. Los medios estadounidenses se apresuraron a cuestionar la veracidad de esa información, que no recibió ninguna cobertura occidental, ni siquiera para decir que era un bulo. Nosotros afirmamos que los misiles eran Kinjal y que el objetivo destruyó un centro de mando de la OTAN.

La instalación estaba a una profundidad de cien metros bajo tierra. Era el puesto de mando de reserva del antiguo Distrito Militar de los Cárpatos, bien protegido y equipado con modernos sistemas de comunicación. Los rusos tuvieron que lanzar un Kinjal porque la instalación era invulnerable a los misiles convencionales. No hubo supervivientes y había más de 200 oficiales trabajando en el interior.

Aunque la noticia fuera cierta, nunca escucharíamos nada al respecto. El silencio forma parte de guerra, tanto como el ruido, y puede ser tan estridente como él porque, indudablemente, tiene un significado. La propaganda se volcó para demostrar que los rusos habían cometido la matanza de Bucha, pero guarda silencio sobre el ataque al centro de la OTAN en Lvov. Ni siquiera se preocupa de desmentirlo.

El 9 de julio saltó la noticia de que un comandante del Batallón Azov, Volyn, había asegurado a los medios turcos que el año pasado Estados Unidos y Rusia habían negociado la rendición en la fábrica Azovstal a cambio de la evacuación de varios “oficiales estadounidenses de alto rango”. Naturalmente, también se llevó a cabo en secreto porque los oficiales estadounidenses no podían aparecer al lado de los carniceros nazis.

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