Un régimen militarista, como el español, nunca ha abandonado la intimidación en cuanto las masas se lanzan a la calle. El teniente general Pedro Pitarch advirtió en 2012 de que el ruido de sables “parece seguir latiendo y aflora a la menor ocasión”.
Ocurrió en aquellos años en que el pueblo vasco estaba en la calle luchando por sus derechos y ahora ocurre lo mismo con Catalunya.
La destitución del general Ángel Luis Pontijas tras criticar la política de Artur Mas en la revista “Ejército” avivó el golpismo dentro del ejército, escribió Pitarch.
En su segundo libro de memorias, José Bono, ministro de Defensa con Zapatero, revela que España estuvo en “una situación pregolpista” durante la tramitación del Estatut de Catalunya en 2006.
Durante la Pascua Militar el general Mena abogó por que los militares impusieran el artículo octavo de la Constitución y en una reunión interna del Consejo Superior del Ejército llegó a afirmar: “Si el rey no actúa en el Estatut, tendrá que tomar las maletas e irse de España, y los militares actuaremos en consecuencia”.
Mena fue el primer general arrestado desde la guerra civil, pero el gobierno se puso muy nervioso. Bono reconoce que entonces tanto él como Zapatero, llegaron a estar “realmente intranquilos” porque en España los que siempre han estado muy tranquilos han sido los militares golpistas.
Años después, con motivo de la Diada de 2012 la Asociación de Militares Españoles volvió a amenazar al independentismo catalán. El comunicado calificaba de “alta traición” al sistema electoral porque fomenta el independentismo, sugería que el ejército podría verse “obligado” a intervenir en defensa de la integridad territorial de España y concluía diciendo que los independentistas tendrían que responder “ante la jurisdicción castrense”.
El general Pitarch calificó entonces de “imponente” la manifestación popular, así como de “peligrosa”, ya que vaticinaba de ella un “horrible resultado” que, según escribió, ni se atrevía a imaginar.