En la Casa Blanca hay una máquina, llamada “autopen”, que reproduce la firma del presidente de Estados Unidos. Es un dispositivo que sujeta un bolígrafo o lápiz e imita los trazos de la firma presidencial sobre documentos oficiales, nombramientos, cartas o diplomas, sin que el presidente tenga que estar físicamente presente.
La máquina almacena una copia digital de la firma y la reproduce mecánicamente sobre el papel. A diferencia de una firma escaneada, la “autopen” usa tinta, lo que hace que la firma parezca auténtica a simple vista.
Trump acusó a Biden de haber usado la “autopen” para firmar indultos, lo que los invalidaría. Su demencia estaba tan avanzada, que no era capaz de sujetar un bolígrafo para firmar. La camarilla más cercana de la Casa Blanca imitaba la rúbrica los documentos oficiales con el aparato que imitaba su firma.
Biden debió ser destituido a causa de su demencia, por lo que la Cámara de Representantes inició una investigación al respecto, que se resolvió el 28 de octubre con un largo informe, que no se anda con rodeos: la presidencia de Biden fue una ilusión orquestada por su círculo íntimo, marcada por un deterioro cognitivo y el uso indebido de la máquina “autopen”.
Es el mayor escándalo en la historia presidencial estadounidense. En la Casa Blanca nadie puede asegurar quién firma qué, ni si se hace legalmente.
El informe destaca que el deterioro mental y físico de Biden era evidente para cualquiera que lo observara interactuar con la prensa, el público o los dirigentes mundiales durante años: tartamudeaba, confundía los nombres, estaba desorientado y dependía de sus asistentes para todo.
Las señales públicas de deterioro fueron ignoradas por el pequeño círculo que rodeaba a Biden. A medida que el presidente se debilitaba, sus asistentes suplantaban sus funciones. Recurrían a la máquina de firmar para rubricar los actos gubernamentales: indultos, decretos, nombramientos… “No existe ningún registro que demuestre que Biden haya tomado personalmente todas las decisiones ejecutivas que se le atribuyen”, afirma el documento.
La directora de comunicaciones de Biden, Kate Bedingfield, desestimaba las preguntas de los periodistas sobre su salud porque era una “táctica difamatoria repugnante” o una “teoría de la conspiración”. La portavoz Karine Jean-Pierre le colgó el teléfono a un reportero que se atrevió a mencionar su demencia. El médico personal de Biden, Kevin O’Connor, omitió cualquier evaluación cognitiva y elaboró informes “muy engañosos”.
El doctor O’Connor invocó repetidamente la Quinta Enmienda para evadir preguntas espinosas, como si hubiera recibido instrucciones de mentir sobre la salud de Biden o sobre si el presidente estaba en condiciones de ejercer el cargo. Esta negativa alimentó las sospechas de injerencia política en la atención médica al presidente.
El informe recomienda una revisión del papel de O’Connor por parte del Colegio de Médicos. Le acusan de omitir cualquier evaluación cognitiva y de ceder a la presión política.
La investigación del Congreso se basa en una serie de testimonios que se leen como una novela de suspense político. El jefe de gabinete de Biden (2021-2023), Ron Klain, testificó el 24 de julio y admitió haber acortado los preparativos para el debate del 27 de junio del año pasado contra Trump debido al “cansancio” del presidente y su “desconocimiento” de los temas, en particular la inflación. “Realmente no entendía ni sus propios argumentos”, dijo.
Klain también mencionó conversaciones privadas con Hillary Clinton y Rahm Emanuel sobre los problemas que planteaba la demencia senil de Biden. El papel de Biden como presidente era la prueba definitiva de su incapacidad.
La investigación del Congreso ha desatado una caratara de comentarios en Estados Unidos. Son muchos los que quieren anular los autoindultos de Bien, especialmete el que concedió a su propio hijo por los chanchullos en Ucrania. Incluso medios, como Politico y CNN, debaten la constitucionalidad de los documentos firmados por la máquina.
Es una crisis constitucional que sacude los cimientos de Estados Unidos, con repercusiones inmediatas y profundas. Decenas de decretos, nombramientos judiciales e indultos, incluido el de su hijo, podrían ser impugnados.
Trump ha colgado una imagen irónica del bolígrafo automático en el Despacho Oval, y su Fiscal General, Pam Bondi, está estudiando abrir una investigación por usurpación de funciones.
Un demente no debería estar al frente de la Casa Blanca y la camarilla que le rodea no puede suplir sus funciones de gobierno, con un añadido que nadie debería olvidar: en su condición de presidente de Estados Unidos, Biden tenía un dedo colocado sobre el botón nuclear.
Un estudio de BMC Research Notes amplía aún más el foco. Estudia a 51 dirigentes fallecidos de las nueve potencias nucleares y concluye que el 45 por cien padecía graves problemas de salud física o mental, y el 17 por cien murió a causa de enfermedades crónicas como las cardiovasculares (62 por cien de los casos).
Entre los 40 que dejaron el cargo con vida, el 38 por cien declaró que su salud influyó en su renuncia, con un promedio de 2,9 problemas de salud por persona: trastornos cardiovasculares (60 por cien), alcoholismo (33 por cien) y depresión (33 por cien). Por ejemplo, el dirigente israelí Menachem Begin dimitió a causa de una depresión severa.
La demencia explica algunas delirantes decisiones y declaraciones de los que dirigen Estados Unidos desde un despacho. Es algo que no explican en las facultades de “ciencias políticas”, donde las políticas públicas se analizan a través de las imágenes de la televisión, edulcoradas y maquilladas como en cualquier plató.