Dejé caer el otro día la necesidad de la clase dominante de “fabricar” héroes de cara al pueblo. No por sistema, sino de vez en cuando, salvo que se trate, como sugerí, de miembros de las FSE (antes FOP) o deportistas. Los primeros realizan “hazañas” (sobre todo, bélicas, como institutos armados que son), y los segundos “gestas”. Por cierto y haciendo un paréntesis, las FSE son Fuerzas de Seguridad del… Estado, no de las masas, aunque a los Estados fascistas, como el español, les gustaría fundir ambos conceptos en uno solo: Estado y masas. Eso es el Estado “totalitario” bajo el capitalismo. Y a eso aspiran.
Cavilando con estas quisicosas, me acordé de una tragedia ferroviaria, de triste recuerdo, que tuvo lugar hace ocho años en el descarrilamiento del tren Alvia Madrid-Ferrol a la altura de Santiago de Compostela. Los medios de comunicación convencionales y ordenancistas convinieron en destacar el comportamiento solidario y la reacción espontánea del pueblo prestando ayuda y socorro mutuo e inmediato a los malhadados del siniestro.
Se le lisonjea al pueblo, qué bien. Ahora es “pueblo” y no “público”. Pero todo se espectaculariza, sobre todo si hay morbo o se crea, desde el último caso ocurrido en Tenerife hasta las campañas navideñas para recolectar alimentos o dinero para los pobres. El pueblo ofrece antihéroes anónimos; del público -que es en lo querrían convertirnos a todos- se entresaca alguien a quien se personifica y se convierte en héroe por un día. Volviendo al descarrilamiento es tal el énfasis y desgañitamiento que destilan en sobar y enjabonar al “pueblo” -esas buenas gentes sencillas- que tal pareciera que lo acaban de descubrir. Como si no terminaran de creerse -ignorando el verso machadiano de que todo viene del pueblo- que el pueblo es capaz de prestar sin interés ayuda a quien lo necesita y sin que se lo pidan.
Acostumbrados como están a engañar, alienar, manipular y hasta sodomizar al “pueblo” si te descuidas, al personal, a la gente, fingen sorprenderse de este antidarwinismo social y ayuda mutua kropotkiniana ajena a la lucha por la vida en la jungla de asfalto que es la antropología capitalista (en tiempos medievales era la teología; en tiempos capitalistas, sobre todo, imperialistas, es la antropología) a la que contribuyen a mantener y reproducir vendiéndose peor que las rameras.
Vuelven a mentir. Jamás han creído en el “pueblo” ni en la “ciudadanía” salvo cada cuatro años para que les legitimen en las urnas y dar carta blanca a nuevos latrocinios y desgracias. Siempre que dicen, simulando adularlo, como quien mastica agua, algo imposible, que “el pueblo no es tonto” es que piensan justo lo contrario pues, si no lo creyeran, sobraría el comentario. La burguesía, que ya no tiene más aspiración que mantenerse en el machito y conservar sus propiedades o agrandarlas si puede, no tiene, empero, más objetivo que la contrarrevolución permanente: impedir que la desalojen. Y ello… porque tienen algo que perder, que no son las cadenas que engrillan al proletariado. Y para ello aliena, embrutece y cloroforma al colectivo. Y atomiza al individuo sumiéndolo en “su” problema, el individuo “deslocalizado”, desahuciado. Él se lo buscó. Sálvese el sistema y perezca el individuo.
Es como -lo leí por ahí- subir en un autobús. Hay dos momentos: primero, cuando todo el mundo puede sentarse sin compañía y así lo hacen, y después, cuando no hay más remedio que sentarse con otra persona (que, por supuesto, no tenga pintas raras). Si te sientas al lado de alguien pudiendo hacerlo solo, eres sospechoso de no se sabe bien qué. Quizá, potencialmente, de dar la vara. Esto, hoy, se evita con auriculares encasquetados en los pabellones auditivos, cuando no nace ya uno con ellos puestos, ¿no es cierto?
Estas cosas -dar conversación se decía antes- ya no pasan. Si alguien habla alto, todos pegan la hebra (tampoco estamos en el deshumanizado Metro de Nueva York). Se impone lo social, pero nos quieren burbujas inyectables con la aguja hipodérmica del discurso dominante que es el de la ideología dominante y predominante, y en tiempos de plandemia ni les cuento. Pero, aprovechando una tragedia, cuyas causas son estructurales pero lo fácil es culpar al maquinista, como en las películas detectivescas al mayordomo, a una persona, han decidido pasar la mano por el lomo del “pueblo”. Y estos idiotas, que toman sus miserias espirituales por condición universal, les preguntan por qué hacen lo que hacen -como quien pregunta a un extraterrestre- y les responden que cualquiera en su lugar también lo hubiera hecho. Menos ellos, pero toca agasajar a quien paga y no manda.