El primer ciudadano del Tercer Mundo

Henri Curiel nació en El Cairo en 1914, cuando las primeras balas de la Guerra Mundial empezaban a silbar. Su cuna fue la de una familia de usureros y banqueros judíos de origen español (sefardí) que llegaron al país en 1800 formando parte de la retaguardia del ejército napoleónico que invadió Egipto, en aquella época una colonia británica.Cuando los egipcios no iban al colegio, los hijos de los colonialistas, como Curiel, aprendían que Egipto se había acabado con los faraones dos mil años antes. Luego llegó el vacío y el silencio, como si las dunas se hubieran tragado al país entero. Si Egipto era un país, en él la familia Curiel eran extrajeros. ¿Egipcios? ¿Árabes? ¿Palestinos? ¿Nubios? ¿Judíos? ¿Que era todo eso? Fuera lo que fuera, era algo que no se aprendía ni en la familia, ni en la escuela, sino en otros lugares, hablando con otras personas, como las que forman parte del servicio doméstico: cocineros, nodrizas, jardineros, amas de llaves, mayordomos, guardeses… El proletariado es para la burguesía una fuente de información, de conocimientos, la que le pone en contacto con el mundo real.

Así le ocurrió al joven Curiel con Rosette Aladjem, la enfermera de la casa, una mujer árabe que le muestra las condiciones de vida de los campesinos del delta del Nilo, incluidos los que trabajan en condiciones miserables en las tierras de su padre. Fue el principio del matrimonio entre un judío y una árabe que se prolongó hasta la muerte de Curiel.

Desde muy joven Curiel supo el origen de su fortuna familiar y de un nivel de vida de lujo que le situaba fuera del mundo real, pero, ¿cómo sublevarse contra un padre ciego, por explotador que fuera? No era un problema personal sino de clase. En Egipto una mula era más costosa que un obrero de las fábricas de algodón que su familia poseía, apenas niños entre 7 y 13 años de edad cuyos pulmones se llenaban cada día con el polvo sofocante de los telares. Como máximo un niño obrero sólo duraba un año en su puesto de trabajo antes de contraer la tuberculosis, o la malaria, o cualquier otra enfermedad que le llevaría a la tumba fulminantemente.

Henri fue de esos comunistas que no pudo escoger su origen de clase, pero sí el destino que quiso para sí mismo y para los suyos, el de aquellos cuya causa había abrazado para siempre. Esa es la única libertad, la de verdad, la que se puede elegir. Por eso desde muy joven Curiel se incorporó a las filas del comunismo, convirtiéndose en uno de los más importantes faros del movimiento anticolonialista de Oriente Medio.

Cuando en setiembre de 1939 estalló la II Guerra Mundial, fundó la Unión Democrática para promover la lucha contra el fascismo. Junto con su hermano Raoul trató de incorporarse al ejército francés de De Gaulle. Entonces Rommel asediaba Egipto y mientras la comunidad judía huyó hacia Jerusalén, Curiel se quedó dentro del país para hacer frente a los tanques del Afrikakorps. Sin embargo, la policía le detuvo e ingresó en prisión por primera vez.

Frente al colonialismo británico muchos egipcios se habían arrojado en los brazos del III Reich, como otros tantos en los países de Oriente Medio. Los independentistas se alían hasta con el diablo. Es pura dialéctica, la negación de la negación. «El enemigo de mi enemigo se convierte en mi amigo». Pero el contraespionaje británico detuvo a la quinta columna egipcia y la envió a prisión, donde coincidieron con Curiel. Tras la previsible victoria nazi, los fascistas y los antifascistas, los judíos y los nazis, iban a servir de moneda de trueque del imperialismo británico. Como siempre.

En la cárcel Curiel se apercibe de la fuerza de la causa anticolonial y, una vez en libertad, al año siguiente funda el Movimiento Egipcio de Liberación Nacional, una organización comunista pionera en la descolonización de Oriente Medio y más allá, hacia las fuentes del Nilo, está las primeras semillas del Partido Comunista de Sudán, un país que entonces formaba parte de Egipto. El Movimiento desempeñó un papel capital en la posguera. Tradujo los textos de Marx, Engels, Lenin y Stalin, publicó folletos, creó escuelas de cuadros políticos y guerrilleros pero sobre todo, convocó las primeras huelgas y manifestaciones masivas que obligaron al colonialismo británico a evacuar las ciudades de Egipto en febrero de 1946.

La situación se complicó hasta el paroxismo con la proclamación del Estado de Israel y las primeras guerras con los palestinos, que dividieron profundamente a las masas según su origen religioso y nacional, a las que habría que sumar las propias querellas intestinas entre los comunistas egipcios. El imperialismo hizo el resto. Divide et impera. No había egipcios sino musulmanes, judíos, sudaneses, nubios, coptos… ¿No se habían convertido los judíos ahora en la nueva quinta columna del país? ¿Quién entendía eso de que el proletariado no tiene patria? ¿Qué es el internacionalismo? No había posibilidad de crear un partido de clase por encima de otras consideraciones (nacionales, religiosas) allá donde algunos sólo podían ser considerados como extranjeros, aunque permanecieran donde siempre habían estado.

En la posguerra a Curiel le encarcelaron varias veces en campos de concentración y finalmente en 1950 el rey Faruk demostró que Marx y Engels tenían razón: el proletariado no tiene patria y a Curiel le privaron de la suya, de su nacionalidad. Se convirtió en uno de esos parias de la Tierra, a los que se puede expulsar de cualquier sitio porque en cualquier sitio el apátrida siempre será un extranjero. No tener nacionalidad es como tenerlas todas. Los verdaderos internacionales son los sin papeles, los que no tienen un pasaporte que mostrar en la aduana, los que no pueden presentarse en ningún sitio. Como tituló el periódico «Le Monde Diplomatique», Curiel fue el primer ciudadano el Tercer Mundo.

De Egipto se tuvo que trasladar a Francia, donde dos años después le sorprendió la llegada de Nasser al poder. Algunos de los «oficiales libres» que encabezaron la revuelta eran el colmo de las paradojas políticas de Oriente Medio. Habían estado muy próximos a Curiel; formaban parte de aquella quinta columna nazi que había conocido en la cárcel en 1942, lo que provocó una nueva confusión, no sólo interna sino internacional. El movimiento comunista denunció el golpe de Estado de Nasser como «fascista».

Ese «fascismo» era un término viejo para una situación nueva, un comodín que servía para no decir nada y no tener que rectificar luego nada tampoco. Ya había sucedido antes con acontecimientos históricos indigestos, como los de Ataturk o Perón, que no venían en el manual de instrucciones que los comunistas siguen arrastrando de mala manera. Tan pronto son lacayos del imperalismo como antimperialistas, o nacionalistas, o populistas, en fin, un amplio surtido de adjetivos para todos los gustos y situaciones que requieran una etiqueta y no comprometan a nada.

Curiel lo tuvo claro, no sólo porque conocía bien a los «oficiales libres» que, como Annuar al Sadat, habían coincidido con él en la cárcel, sino porque otros habían formado parte de su organización. Una mezcla muy extraña, paradógica, llena de contrastes, signo de unos nuevos tiempos, característicos de unos movimientos también nuevos, como son los del Tercer Mundo. Curiel no sólo entendía esa ambigüedad sino que en Francia siempre formó parte integrante de ella porque el manual de instrucciones exige la clarificación de un proceso que está en plena fase de gestación. ¿Será un niño o una niña? Entonces no había ecografías…

En Francia Curiel ni lee un manual de instrucciones, ni habla de oídas sobre el Tercer Mundo: forma parte de él, de todos sus rasgos característicos. Es un precursor de un fenómeno nuevo que estaba a punto de estallar y que marcaría definitivamente la segunda mitad del sigo XX: el fin del colonialismo. Sólo los ambiguos entienden las situaciones ambiguas. Cuando en Francia los comunistas decían que los «oficiales libres» de Nasser eran fascistas, para Curiel se trataba de un movimiento progresista y antimperialista, cualquiera que fuera su pecado original. Acertó y fueron los demás los que tuvieron que rectificar, tarde y mal. Su posición política le costó enfrentarse a los comunistas franceses y a algunos egipcios. En París le tocó ser tan incómodo como en El Cairo. Él siempre supo, además, que el nasserismo suscitaría un amplio apoyo de las masas, no sólo en Egipto sino en el mundo entero. Es el tipo de situaciones que los comunistas nunca deberían descuidar.

A pesar de su nombre, los movimientos de liberación no eran nacionales sino internacionales, y también ese punto está presente en la biografía Curiel, que a partir de 1957 apoya al movimiento independentista argelino, mientras las posiciones de los revisionistas franceses degeneran a pasos agigantados, lo que le conduce a una ruptura abierta con ellos. Como vasos comunicantes, unos se hunden mientras los otros se desarrollan. Pero hay un matiz decisivo que diferencia a Egipto de Argelia y que empeora aún más las cosas para Curiel y para el Partido Comunista reconvertido en «francés»: Argelia forma parte integrante de Francia, de su propio imperio. Tomar parte por la liberación nacional supone convertirse en un traidor a la propia patria… pero sólo para quienes tienen patria.

Como no es el caso de Curiel, se incorpora a la red Jeanson de apoyo al FLN argelino en París, las tripas de la metrópoli. Cuando en 1960 el contraespionaje francés detiene a Francis Jeanson, asume la dirección de la red, al tiempo que organiza el Movimiento anticolonialista francés. Aquel mismo año le detienen, encarcelándole en Fresnes (París) y ordenando su expulsión de Francia, lo que la policía nunca logró ejecutar.

A su salida de la cárcel organiza el grupo clandestino Solidaridad que aglutinó a los refugiados políticos de los países del Tercer Mundo que vivían escondidos en Francia, y otros represaliados, como los antifranquistas españoles, latinoamericanos, portugueses, griegos y sudafricanos. Otro campo de actividades de la organización fue el apoyo a los desertores estadounidenses que se negaban a colaborar en la guerra de Vietnam.

La solidaridad seguía -sigue- siendo el gran proyecto pendiente. El plan de Curiel era parecido a otros de aquella época como la OSPAL (Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina) surgida en 1957 de la mano del marroquí Mehdi Ben Barka o la Tricontinental del Che Guevara, que se debía inaugurar en 1966 en La Habana. El imperialismo aún no había empezado a tapar sus vergüenzas con las ONG.

De aquella red solidaria formaron parte muchos comunistas habituados al trabajo clandestino desde la época de la Resistencia contra la ocupación nazi de Francia. La red no sólo proporcionaba apoyo sino formación teórica y práctica en organización política, agitación, tácticas de lucha clandestina, tránsito de fronteras, falsificación de documentos de identidad, impresión y transporte de propagada, de fondos…

Algunos de ellos se fueron desligando de las posiciones del Partido Comunista «francés». Otros eran viejos combatientes que procedían de las colonias, como la comunista egipcia Didar Fawzy-Rossano, fallecida en 2011. En su autobiografía, titulada Memorias de una militante comunista (1942-1990), Fawzy-Rossano cuenta que fue Curiel quien la incorporó al comunismo en 1942, junto con su entonces marido Osman, que era oficial del ejército egipcio y participó en el golpe militar nasserista. En 1954 Osman fue nombrado agregado militar de la embajada de Egipto en Moscú. Dos años después Fawzy-Rossano se separó de él y se trasladó a París para fundar el grupo Solidaridad. Fue detenida por la policía francesa pero escapó de prisión y en 1960 logró llegar clandestinamente hasta Argel, ciudad en la que creó un ramal del grupo.

El levantamiento de mayo de 1968 fue como si el movimiento anticolonial rebotara en forma de huelgas en la fábricas y barricadas en el mismo centro de París. Causó un empeoramiento de la situación de una organización clandestina como Solidaridad. La reacción francesa necesitaba contener un movimiento de masas que, lo mismo que en los países vecinos (Irlanda, Italia, Alemania, España) se encaminaba hacia la lucha armada a pasos agigantados, una tendencia que requería poner en marcha todos los resortes sucios del Estado burgués.

Empezando por la prensa. Desde 1976 la prensa francesa fue preparando el asesinato de Curiel con una repugnante campaña orquestada por el periodista Georges Suffert desde la revista «Le Point» bajo un titular sonoro: «El jefe de las redes de ayuda a los terroristas». En la prensa intoxicadora de entonces Curiel fue una especie Bin Laden con el agravante del KGB, es decir, con las peores recomendaciones del momento. Naturalmente la red terrorista internacional (Brigadas Rojas, IRA, Fracción del Ejército Rojo) que Curiel dirigía estaba orquestada desde Moscú.

Las campañas de intoxicación siempre van dialecticamente unidas a la guerra sucia y a las actividades paralelas y parapoliciales del Estado burgués. El contraespionaje francés salió de sus cloacas. El 4 de mayo de 1978 unos pistoleros penetraron en la casa de Curiel en Paris y le asesinaron junto al ascensor de tres disparos percutidos a quemarropa.

No fue un caso aislado. Su asesinato forma parte de otros muchos cometidos en la capital francesa siguiendo el mismo estilo provocador, en el que el contraespionaje francés actúa al unísono con matones de países en los que imperan brutales gobiernos fascistas, como es el caso de la España de la transición. Un año después de Curiel asesinaron en el mismo sitio a Martín Eizaguirre y Fernández Cario, militantes del PCE(r) siguiendo el mismo formato: previa campaña de intoxicación de la prensa franquista, en este caso, de Alfredo Semprún y el diario ABC.

A finales de los setenta del pasado siglo París se había convertido en una ratonera para los revolucionarios que se habían instalado allá huyendo de sus países respectivos, creyendo que Francia seguía siendo la cuna de los derechos humanos, un país de asilo y refugio. En un reciente libro René Gallissot lista la cadena de asesinatos políticos cometidos allá entre 1965 y 1996, que suman un total de 60. No me salen las cuentas; creo que son algunos más…

La investigación del asesinato de Curiel sigue siendo secreto de Estado a fecha de hoy. El Estado se tapa a sí mismo, pero no hay nada que tapar. ¿Como asesinar a alguien tan estrechamente vigilado por la policía francesa? La pregunta desvela la respuesta: quien asesinó a Curiel fue la propia policía francesa.

Tras la mentira, el secreto crea una segunda cortina de humo. A partir de él lo que se convierte en una tarea de investigación periodística es la muerte, no la vida. ¿Quién fue Curiel? ¿Qué fue Curiel? Lo explica Fawzy-Rossano en un documental grabado poco antes de su muerte, cuando le define como un «revolucionario profesional».

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