El Parlamento Europeo ha creado un “comité especial” encargado de destapar las “influencias extranjeras” que amenazan la integridad democrática de la Unión Europea y los fundamentos de nuestras sociedades libres.
Hace tiempo que la caza de brujas campea a sus anchas por el Viejo Continente, otra de esas olas de histeria de la que se encargará el eurodiputado Raphaël Glucksmann. Se buscan bichos raros, herejes incómodos, de esos que a cada paso sacan los pies del tiesto.
“La era de la ingenuidad europea ha terminado”, dice Glucksmann y él es el mejor ejemplo. Las audiencias comenzaron el 23 de setiembre.
En tiempos del senador MacCarthy eran los comunistas, pero ahora no nos dicen los nombres, aunque tampoco es necesario si recordamos que Glucksmann fue consejero del Presidente georgiano Mijail Saakachvili.
Sí, en efecto, hablamos de Rusia y de sus redes de injerencia, su RT, su novichok y sus numerosos agentes esparcidos por las redes sociales. Una quinta columna que busca la destrucción de la democracia europea.
La misión del nuevo maccarthismo se expresa en el lenguaje de la OTAN. Consiste en “evaluar el nivel de las amenazas, ya sean campañas de desinformación, financiación de partidos políticos o campañas, o ataques híbridos”.
También estudiarán “la transparencia de la financiación de los partidos y las campañas, comprobando las acciones y normas nacionales en este ámbito, así como las influencias externas a través de las empresas, las ONG o la tecnología”.
¿Se refieren a los terroristas kosovares?, ¿a los Cascos Blancos?, ¿a los yihadistas moderados?, ¿a los nazis ucranianos?, ¿a los bielorrusos quizá? No. La Unión Europea no investigará sus propias redes de influencia porque trabajan en pro de una buena causa.
El Comité Glucksmann se centrará en perseguir al Eje del Mal, sus ciberataques y su desinformación, así como a la Quinta Columna, los cómplices, el enemigo interior, que son aún más peligrosos que el otro. El objetivo es identificar las campañas “dirigidas por organizaciones y actores europeos […] que podrían perjudicar los objetivos de la Unión Europea, o influir en la opinión pública para complicar la elaboración de posiciones comunes”.
Glucksmann y sus inquisidores publicarán un informe. El nombre del editor ya circula por los mentideros de Bruselas: la letona Sandra Kalniete, que fue sucesivamente Ministra de Asuntos Exteriores de su país, y luego Comisaria Europea, antes de aterrizar en Estrasburgo. Es hija única por lo que explica en un libro autobiográfico: “Mis padres no querían ofrecer otros esclavos al poder soviético, no tenía hermanos ni hermanas”.
Así están las cosas por Bruselas.