Hace años que Estados Unidos es una república bananera y los sucesivos juicios contra Trump, algo insólito en la historia de aquel país, son la mejor demostración.
El último de ellos no era realmente un juicio, sino un montaje para impedir que Trump se presentara a las elecciones presidenciales del año que viene, para lo cual reclutaron a una fiscal de opereta bufa, Letitia James, a la que de entrada le rechazaron el 80 de los documentos que quería presentar, porque habían caducado.
La acusación de la fiscal era por un “fraude” que no ha causado ninguna víctima, por lo que la sentencia es previsible… salvo que cometan otra chapuza más.
El juicio fue digno de un plató de Hollywood. El público presente en la sala, así como el juez, Arthur Engoron, mostraron su mejor sonrisa al ver comparecer a Trump. Engoron estaba encantado de haber sido elegido para participar en el “show” y las grabaciones lo muestran ufano durante un receso, descansando frente a las cámaras de la televisión.
Trump le acusó de “deshonesto” delante de sus narices, pidió que fuera inhabilitado y le amenazó con querellarse contra él por interferir en unas elecciones.
El proceso se ha vuelto contra sus patrocinadores, el partido demócrata. Trump sigue subiendo en las encuestas. Los medios estadounidenses ya no pueden ocultarlo: aventaja en más de diez puntos a Biden.
La fiscal inició el procedimiento en septiembre del año pasado. “Presentamos una demanda contra Donald Trump por violar la ley para generar ganancias para él, su familia y su negocio”. Pero ganar más dinero, de la forma que sea, no es más que la esencia de una sociedad capitalista.
Por lo demás, se vuelven a cumplir las dos reglas de oron de este tipo de chanchullos. La primera es que es imposible que un capitalista como Trump sea condenado en un juicio por hacer lo que mejor sabe. La segunda es que es imposible que los que más tienen, más paguen al fisco.