El frente de las materias primas estratégicas: África

El segundo mandato de Trump marca un cambio de prioridades. Hasta ahora Estados Unidos contaba con la ventaja del esquisto frente a China. Desde 2018 la producción de petróleo y gas ha cubierto las necesidades internas de Estados Unidos, mientras que China sigue siendo un importador neto de hidrocarburos.

Pero la balanza cambia en cuanto se pasa del petróleo y el gas a otras materias primas estratégicas. China extrae casi el 70 por cien de las tierras raras del mundo y refina el 90 por cien del volumen, en comparación con apenas el 16 por cien de la producción de Estados Unidos, suministrada casi exclusivamente por la mina Mountain Pass en California. Los 17 elementos químicos —desde el itrio hasta el neodimio— mantienen varias cadenas de suministros críticos en la inteligencia artificial y el armamento, entre otras.

Aquí es donde entra en juego el continente africano. Ignorado durante mucho tiempo por la Casa Blanca, África vuelve a descubrir que juega un papel crucial en los mercados mundiales. La República Democrática del Congo supone el 74 por cien de la producción mundial de cobalto y posee más del 60 por cien de las reservas de coltán, un mineral esencial para los condensadores de alta frecuencia.

En abril de este año Estados Unidos logró un alto el fuego en el este del Congo, donde se encuentran los yacimientos en cuestión, después de que la Unión Africana y la Europea tropezaran dieciocho meses con el mismo problema. El truque fue un mayor apoyo militar y financiero a Kinshasa a cambio de acceso preferencial a los permisos de extracción de cobalto, cobre y litio.

El 9 de julio Trump posó sentado con los jefes de Estado de Liberia, Senegal, Gabón, Mauritania y Guinea-Bissau. Cada uno de esos países posee, bajo tierra o en su plataforma continental, un eslabón estratégico en la cadena de materias primas estratégicas: hierro de alta ley y los primeros yacimientos de tierras raras en Liberia; circonio, titanio y gas marino de GTA en Senegal; manganeso y tierras raras en Haut-Ogooué en Gabón; yacimientos de hierro, cobre y uranio de Zouerate en Mauritania; y bauxita y arenas costeras pesadas en Guinea-Bissau.

Al invitar a esos Estados fuera de cualquier marco multilateral, Trump propone una diplomacia de uno por uno. Cada dirigente negocia un acceso seguro a sus recursos a cambio de garantías financieras, de seguridad y logísticas estadounidenses.

La intrusión estadounidense provecha el vacío que deja Francia, que acaba de perder el Sahel, a pesar de su riqueza en oro y uranio.

La consecuencia es que ningún actor externo se afirma por sí solo. Los Estados africanos son los árbitros. Ahora negocian proyecto por proyecto, cambiando de un inversor a otro en función del mejor rendimiento económico o el menor coste político. La desaparición de las zonas de influencia exclusivas transforma sus recursos subterráneos en una palanca, en lugar de una simple renta pasiva.

El repunte de los precios también beneficia a los africanos. La República Democrática del Congo ya ha renegociado al alza las derechos sobre el cobalto, Guinea ha obtenido una reprogramación de su deuda a cambio de la entrada de un consorcio estadounidense en el megaproyecto de mineral de hierro de Simandou, y Senegal espera duplicar el valor obtenido del circonio gracias a una planta de procesamiento financiada por General Electric Mining.

África nunca ha sido tan codiciada. Se está convirtiendo en la principal fuente de metales esenciales para la transición energética y la electrónica avanzada. Su poder de negociación nunca ha sido tan grande.


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