Todos los gobiernos del mundo han falsificado las cifras de fallecidos que atribuyen al coronavirus. A falta de datos fiables, se hace necesario recurrir a un índice indirecto, que es el exceso de mortalidad, es decir, el número de muertes habidas por todos los conceptos.
Pero el exceso de mortalidad, cualquiera que sea el dato exacto, tampoco es atribuible al virus, al menos de forma exclusiva, como insisten en hacernos creer. Al menos una parte de los fallecidos son consecuencia directa del confinamiento y otros de la dedicación de los recursos sanitarios a una única enfermedad, con olvido de todas las demás.
Una encuesta de la OMS ha revelado que el 94 por ciento de un total de 155 países ha reasignado parcial o totalmente a los trabajadores sanitarios dedicados a las enfermedades no transmisibles para responder a la pandemia. De ahí que en los hospitales los pediatras hayan atendido a pacientes con enfermedades respiratorias atribuidas al virus.
Lo mismo ha ocurrido en España, donde los muertos por infarto han aumentado un 88 por ciento durante la llamada “primera ola”.
El año pasado la Sociedad Española de Cardiología elaboró un estudio para comparar la forma en que se trataban los infartos en las diferentes comunidades autónomas o en los diferentes hospitales de las autonomías.
“Cuando comenzó la pandemia del Covid, aprovechando que ya existían estos datos, decidimos comparar si había cambiado la forma en que se trata a estos pacientes como consecuencia del virus”, explica Javier Martín Moreiras, cardiólogo del Hospital de Salamanca, que participa en el estudio.
En la comparación de ambos periodos de 2019 y 2020 se apreciaron notables diferencias, tanto en la mortalidad por infarto como en el número de casos tratados y los retrasos en recepcionar a los enfermos.
“Inicialmente observamos una reducción del 40 por ciento que, posteriormente y con datos que se ampliaron a más semanas de pandemia, se situó en un 28 por ciento menos de pacientes con síntomas compatibles con infarto que no fueron asistidos”, indica el cardiólogo Oriol Rodríguez Leor, primer firmante del estudio.
La segunda estadística alarmante es la referente a la mortalidad, que durante el mismo periodo de tiempo creció en un 88 por ciento. ¿Las causas? El miedo mata y el pánico mucho más. Tanto en la atención primaria como en los hospitales se redujo el número de consultas por miedo a acudir a un centro de salud.
Otro motivo es el colapso del transporte sanitario. “No solo es que los pacientes tuvieran miedo a ir al Hospital. También afecta que los retrasos en la atención fueron mayores, porque si el infarto coincide en una época en la que las ambulancias están atendiendo a un montón de pacientes con Covid, o tienen que prepararse los epis… Lo que quedó claro es que los traslados de los pacientes fueron más tardíos y eso influye”, señala Javier Martín.
El tiempo de atención al infarto pasó de una media de 200 minutos a 233 minutos, media hora más de tardanza desde que el paciente alerta de un posible infarto hasta que recibe tratamiento de los especialistas.
Una parte de los infartados se murieron de miedo y otra parte esperando la llegada de la ambulancia.
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