Hablar en la actualidad de cártel de la medicina o cártel farmacéutico es sin duda algo novedoso en España, y parte de la idea de que la Seguridad Social provee un medicamento determinado a cada persona, desde la cuna a la tumba.
El cártel de la medicina
Ese cártel, dominado por la industria farmacéutica, ocupa ya casi el 14% del PIB español, según sus propias cifras, y no es necesario ya explicar que ese porcentaje se va incrementando día tras día en el último tiempo. De hecho, los proveedores de fármacos del Sistema Nacional de Salud son, a día de hoy, parte de la principal organización empresarial española: la CEOE.
Entender cómo esta industria ha pasado a tener este peso a lo largo de los años implica entender, o al menos preguntarse, cómo la sociedad ha aceptado incorporar a cada una de sus etapas un producto farmacéutico patentado y cuya composición es cada vez más dudosa. No es ninguna novedad que, periódicamente, surgen escándalos en torno a esta actividad derivados de trágicas consecuencias del consumo de determinados medicamentos.
Y la respuesta es precisamente esa: el cártel de la medicina. La existencia de este cártel fue algo reconocido públicamente por quien fue el ex Director General de Salud Pública Ildefonso Hernández durante el Gobierno de Jose Luís Rodríguez Zapatero, quien en una entrevista con el periodista Jordi Évole reconoció que «La industria farmacéutica domina la agenda de formación de los médicos, domina la agenda de la investigación y domina la agenda pública en Sanidad. La mayoría de los actos, medios de comunicación especializados, etcétera, están financiados por ellos«.
Es decir, que cuando un paciente se sienta frente a un profesional sanitario, consciente o inconscientemente, el paciente rápidamente se convierte en consumidor de un producto, y el profesional, en su comercial.
El origen eugenésico de la medicina moderna
Pero el cártel de la medicina funciona porque se basa en la llamada teoría microbiana de la enfermedad, o teoría germinal, que a día de hoy se ha reducido a la idea de «una dolencia, un medicamento». Las enfermedades, según esta teoría desarrollada por Louis Pasteur en Francia a mediados del siglo XIX, provienen de gérmenes, y por tanto será necesario proveer a la sociedad de todo tipo de fármacos que los eliminen.
Esta formulación, que fue muy criticada cuando surgió, fue paulatinamente aceptada a partir de un acontecimiento excepcional, del que poco se habla, y que nos arroja luz sobre los macabros fundamentos de la medicina moderna. Abraham Flexner fue un pedagogo estadounidense, conocido por su papel en la reforma durante el siglo XX de la educación médica y superior en los Estados Unidos y Canadá.
En 1910, Flexner publicó el llamado Informe Flexner, que examinó el estado de la educación médica estadounidense y condujo a una reforma de gran alcance en la formación de médicos. El Informe Flexner provocó el cierre de la mayoría de las escuelas de medicina rurales y de todas las facultades de medicina afroamericanas en los Estados Unidos, excepto dos, dada su adhesión a la teoría germinal.
Su argumento era que si no se capacita y trata adecuadamente a los médicos, los afroamericanos y los pobres representarían una amenaza para la salud de los estadounidenses de origen europeo de clase media y alta.
Para Flexner, los negros y los pobres, o ambos a la vez, eran un foco de contagio de enfermedades infecciosas, y se les debía proveer, en clave filantrópica, de medicamentos de toda clase para que no contagiaran sus microorganismos a los desafortunados hombres blancos. Este informe fue el puntapié de lo que hoy conocemos como industria farmacéutica, ya que rápidamente se adoptó este criterio como norma oficial, hasta nuestros días. La entidad que se encargó de llevar este informe al gobierno de los Estados Unidos para su aprobación fue la Fundación Carnegie, una de las principales impulsoras de los estudios sobre la eugenesia.
Un negocio millonario
En España, la provisión de decenas de pastillas diarias a los usuarios del sistema nacional de salud se basa precisamente en que cada una de esas cápsulas servirán para matar a los microorganismos responsables, pero poco se investiga sobre los efectos que esta provisión masiva de medicamentos tiene sobre las personas, porque normalmente esto es noticia únicamente cuando se constatan -con muchísima dificultad- sus consecuencias fatales. Lo mismo podemos decir de las vacunas.
El edificio financiero construido en base a esta teoría es gigantesco, y unido al papel que el cártel de la medicina tiene en el diseño de la política de salud pública, que ya hemos mencionado arriba, es sin duda una muy buena explicación frente a decisiones que, de otra manera, no entenderíamos.
El cuestionamiento de la medicina moderna implica una oposición a un conglomerado económico que, entre otras cosas, pone en entredicho cualquier alternativa a la teoría germinal, incluida aquella que parte de la idea de que las personas necesitan conocer sus cuerpos y conocerse a sí mismas. Y es lógico que la reacción a cualquier crítica sea tan furibunda, ya que se pone en entredicho un negocio millonario cuyos fundamentos harían salivar al mismísimo Dr. Mengele.