La dentista Cristin Kearns es un personaje muy singular en el mundo actual. Al terminar la carrera de Odontología trabajó en una consulta privada durante un año y luego otros cuatro más en el Inner City Health Center de Denver, un centro de salud que atiende a las personas más humildes de la ciudad tejana.
En el centro, los pacientes eran muy diferentes de los que atendía en la consulta privada. Sus enfermedades bucales eran muy serias. No se podían pagar limpiezas regulares ni reconocimientos dentales. Había pacientes que nada más entrar en la consulta les tenía que extraer todos los dientes.
En una Conferencia de dentistas le entregaron un folleto con consejos para los diabéticos que hablaba de “aumentar el consumo de fibra, reducir el consumo de grasas, reducir el consumo de sal, reducir las calorías ingeridas, pero no decía nada de disminuir el azúcar”, dice Kearns, que comenzó a reflexionar por qué un folleto publicado por el gobierno no mencionaba lo que parecía más obvio: que la caries dental y la diabetes están relacionados con el consumo excesivo de azúcar. La mano invisible del capitalismo saltaba a la vista.
El trabajo de dentista le produjo una lesión en el cuello y Kearns no pudo seguir ejerciendo su profesión. Se puso a trabajar en la Fundación Kaiser, donde intentó contratar unos seguros dentales baratos y accesibles para los pacientes con bajos ingresos. Pero pronto se desilusionó, debido a la excesiva burocracia de la institución.
La negativa de Kearns a aceptar el pensamiento convencional, los estereotipos y los clichés le llevó a profundizar sobre la negativa a reconocer el vínculo entre el consumo de azúcar, la caries y la diabetes. Empezó a buscar documentación sobre las actividades de las empresas azucareras.
“Realmente empiezo a comprender lo que la industria azucarera ha estado haciendo, y ahora es el objeto de mis empeños”. Cuando era dentista no podía pensar siquiera en abordar un asunto así. “Por cada 10 personas que atendías, aparecían otras 10. Un cuento sin fin”. Tiene la esperanza de romper ese círculo vicioso descubriendo el origen de los problemas de salud de las personas.
La dentista ha encontrado apoyo en el periodista Gary Taubes, que llevó a cabo una tarea parecida en relación con los esfuerzos de las empresas tabacaleras para encubrir los vínculos de ciertas enfermedades con el tabaco. A finales de 2012 ambos publicaron un artículo en la revista Mother Jones sobre los esfuerzos de las empresas azucareras para crear un cuerpo de “investigaciones” capaz de cuestionar los vínculos entre el consumo de azúcar, la diabetes y las enfermedades cardiacas.
La conclusión no sólo conduce a establecer que el consumo excesivo de azúcar es perjudicial para la salud, sino también que para ocultar dicha evidencia, los capitalistas han estado financiando un basurero seudocientífico.
La primera pista fue un ejemplar de un extraño libro titulado “Zoology Reprints” en el que aparecía el nombre del nutricionista Ancel Keys y una serie de panfletos sobre el azúcar de una empresa. Uno se títulaba “El azúcar es el fundamento de la vida” y otro “Algunos datos sobre el azúcar de la Fundación de Investigación, Inc., y su programa de Concesión de Premios”.
Los monopolios fabricantes de azúcar estaban financiando “investigaciones” para demostrar algo imposible: que el consumo de azúcar es bueno para la salud.
Rebuscando Kearns encontró la correspondencia de Roger Adams, profesor de química orgánica de la Universidad de Illinois y miembro del Consejo Asesor de la Fundación de Investigación del Azúcar. Cuando murió, Adams dejó sus cartas en la Universidad, incluyendo memorandos e informes que había intercambiado con la Fundación. Tras explorar esta montaña de documentos, el año pasado Kearns publicó un estudio en PLoS Medicine, mostrando que la Fundación y otros grupos monopolistas estaban luchando por silenciar a la corriente partidaria de reducir el consumo de azúcar para preservar la salud.
Uno de los “científicos” a sueldo de la industria azucarera fue Frederick Stare, fundador del Departamento de Nutrición de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Harvard.
Entre 1952 y 1956 la Fundación financió 30 estudios del Departamento de Stare. En la década de los setenta dirigió un estudio denominado “El azúcar en la dieta humana” que la FDA utilizó para imponer normas reguladoras del azúcar en la alimentación.
Apoyados por el dinero de la industria azucarera, algunos “científicos” lanzaron la peregrina iniciativa de que solución a la caries era algún tipo de vacuna. La Fundación invitó a las científicos estadounidenses a participar en una conferencia científica para determinar qué estudios debía financiar el gobierno y cuáles no, que era ciencia y qué no era ciencia.
Naturalmente que “ciencia” era lo que dijeran los capitalistas del azúcar, y las instituciones académicas y sanitarias bailaban según se repartiera el dinero. Por ejemplo, Kearns ha demostrado que el Instituto Nacional de Investigación Dental asumió el 78 por ciento de las recomendaciones de los fabricantes de azúcar.
A finales de los setenta los nutricionistas debatían sobre las causas de la diabetes y las enfermedades cardíacas. ¿Comían los estadounidenses demasiada grasa, colesterol y azúcar, o era una combinación de las tres cosas? Cada vez se hizo más evidente que el exceso de azúcar contribuía a la obesidad y la diabetes, pero los nutricionistas empezaron a mirar hacia otro lado, a ocuparse de otras causas y de otras cosas. Los papeles de Rogers demuestran algo que sólo los “científicos” quieren ignorar: que es el dinero el que dirige la investigación “científica”.
El dinero dirigió la atención de la “ciencia” hacia la grasa y el colesterol, a los que echaron todas las culpas. Luego esa repugnante “ciencia” es la que aconseja a las instituciones de salud pública que imponen las normas y dicen lo que debemos comer y lo que no, lo que es bueno y lo que es malo para la salud de millones de personas.
Hasta hace poco, organismos como el Departamento de Agricultura (USDA) y la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), no habían emitido recomendaciones sobre la cantidad de azúcar que una persona debe consumir, a pesar de que siempre las han dado sobre el consumo de grasa y de sodio, por lo menos desde hace 20 años. Kearns atribuye este retraso a los esfuerzos de los monopolistas del azúcar, de los refrescos y otras empresas alimentarias.
Mientras tanto, entre 1980 y 2010 el consumo medio de azúcar de los estadounidenses creció un 10 por ciento. El consumo de bebidas azucaradas sólo hace muy poco que ha empezado a descender.
Las empresas de bebidas y alimentación han contribuido a los altos índices de obesidad y enfermedades crónicas. El periodista del New York Times Michael Moss ha escrito varios artículos acerca de cómo los fabricantes de alimentos diseñan sus patatas fritas y bebidas azucaradas para que la gente consuma más. Su colega Anahad O’Connor ha destapado un programa de Coca-Cola para “demostrar” que es el ejercicio y no la reducción del consumo de calorías lo que favorece la pérdida de peso.
El capitalismo no sólo es malo para la salud sino también para la ciencia. “La mayoría de las enfermedades no transmisibles son propagadas por las grandes empresas”, asegura Stanton Glantz, investigador de salud pública famoso por su análisis de los documentos de la industria tabacalera en la década de 1990, “porque el comportamiento de maximización de beneficios les lleva a comercializar productos que terminan causando enfermedades”.
Para controlar las enfermedades, además de tratar de comprender los mecanismos moleculares, hay que “mirar hacia afuera y ver qué es lo que está provocando esa enfermedad, ya que [los capitalistas] están amasando una enorme cantidad de dinero con ello”, dice Glantz.
—http://www.psmag.com/health-and-behavior/the-former-dentist-uncovering-sugars-rotten-secrets