Cuando Friedrich Merz llegue a la Cancillería se encontrará con que la hucha está vacía, o quizá peor: con que debe dinero. Los presupuestos pueden convertirse en un enigma económico, y posiblemente también político.
El Bundesbank ha anunciado una pérdida histórica de 19.200 millones de euros el año pasado, la mayor desde hace casi medio siglo. No pueden decir que las pérdidas eran imprevisibles: para controlar la inflación provocada por el aumento de los precios de la energía, el Banco Cenfral Europeo subió los tipos en 2022 y los costes de los bancos centrales europeos han aumentado.
El Bundesbank paga ahora más intereses a los bancos comerciales sobre ciertos depósitos.
Al mismo tiempo, los ingresos están disminuyendo porque las compras masivas de bonos durante la pandemia no rinden frutos.
Hace cuatro años que el Bundesbank está en números rojos. Tiró de sus reservas para tener una contabilidad presentable pero, en medio de una recesión, las previsiones hacen saltar todas las alarmas.
El Ministerio de Hacienda alemán depende de los beneficios del Bundesbank. En 2019 Olaf Scholz recibió 5.850 millones de euros para cuadrar sus presupuestos. El futuro gobierno de Merz tendrá que prescindir de esos ingresos, lo que dificultará la financiación de sus proyectos de rearme y guerra.