Dos líneas sobre el ‘integrismo’

N. Bianchi

Términos que forman ya parte del léxico y el diccionario político internacional son de sabor y cuño inequívocamente español como, por ejemplo, «liberal», «guerrilla», «pronunciamiento» o «quinta columna», casi todos de la España decimonónica. También «integrismo», vocablo que acuñó Ramón Nocedal (no confundir con Cándido, su padre) cuando, hacia el año 1888, fundó el Partido Integrista que, desgajado del carlismo, dejó a este escindido en dos facciones. El programa, diríamos hoy, del integrismo se basaba en el absoluto imperio de la fe católica «íntegra», condena del liberalismo (el de entonces de, por ejemplo, Stuart Mill, y no la ficción actual que funge de tal) como pecaminoso, vaticanismo a ultranza, negación de «los horrendos delirios que con nombre de libertad de conciencia, de culto, de pensamiento y de imprenta abrieron las puertas a todas las herejías y a todos los absurdos extranjeros».

Lo que de hecho propugnaban los nocedalistas era un Estado teocrático, inquisitorial (sic), republicano (o sea, que decirte «republicano» no te convierte automáticamente en «progresista»; también los falangistas lo eran y lo siguen siendo) y enteramente sometido a las consignas religiosas y temporales de Roma. Nocedal le rebasaba al propio Carlos VII, jefe de los carlistas, por la extrema derecha y en quien, incluso, advertía veleidades liberaloides.

Pero con los términos políticos acontece que su abuso no sólo los desgasta, sino que los generaliza y, así, «integrista» (o «radical») se puede confundir con islamismo o… comunismo.

Por cierto, el periódico de Ramón Nocedal desde donde vociferaba sus diatribas, se llamaba sintomáticamente, no sabemos si tautológica o como oxímoron, «El Siglo Futuro».

El vocabulario político internacional haciendo suyos españolísimas voces políticas y aquí hablando de «trending topics». De risa, por no llorar.

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