Era como si una fuerza maligna se hiciera dueña de su mente y de su cuerpo. Hasta la expresión de su cara se tornaba cuando sentía esa violenta necesidad de golpear y asesinar. Esta guardiana fue el “azote sádico” de campos de concentración nazis como Majdanek o Auschwitz. Pero tras quedar en libertad, la sorpresa llegó cuando se convirtió en una agente espía de la CIA.
Esta temida criminal nazi, de nombre completo Hildegard Martha Lächert, había nacido el 20 de enero de 1920 en Berlín. En cambio, lo único que se conoce de ella es que se dedicó a la enfermería en la capital alemana y que tuvo varios hijos. Dos de ellos antes de los 22 años y justo antes de ingresar en el campo de concentración de Majdanek como Aufseherin (vigilante); y el tercero lo tuvo en 1944 mientras servía en el centro de exterminio de Auschwitz.
Apuntar primeramente que Lächert ni siquiera formaba parte del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) antes de ser guardiana, simplemente decidió alistarse para “ayudar” en el Frauenlager (campamento femenino) de Majdanek. Su profesión como enfermera podría servirles de mucho al personal del campo en cuestión. Aunque como veremos, sus tareas se extralimitaron.
Durante sus andanzas en este centro de internamiento algunas testigos como Janina Latowitcz, contaron durante el juicio de Majdanek que Lächert “era como una bestia, hambrienta de sangre”. Se trataba de una mujer perversa y retorcida. A pesar de tener dos hijos pequeños, los niños sufrieron los peores maltratos. Era como si les profesase un odio especial. La Aufseherin era el “azote sádico del campo”, como llegó a argüir otra de las supervivientes.
Pese a que físicamente tenía apariencia de “buena niña” e incluso “muy bella”, Henryka Ostrowska declaró que “cuando hablaba con los hombres de las SS o con sus camaradas, era encantadora y muy divertida. Pero cuando nos hablaba y nos golpeaba, la cara era horrible. La cara, no era la cara de una mujer”.
El sobrenombre de “Brígida la Sanguinaria” no era por casualidad. Le encantaba azotar a las reclusas hasta que la carne empezaba a sangrar a borbotones. Aquella “puta sádica brutal”, como la denominaba su compañera Christa Roy, se divertía jugando con el látigo, azotando una y otra vez la espalda y el pecho de los presos. Ninguna parte de su cuerpo se libraba de su seña de identidad.
Por otro lado, Lächert siempre salía bien armada a pasear por el campo. Portaba una pistola y siempre alardeaba ante los reos de ser una buena tiradora. Era la mejor manera de infundirles pavor. Otras veces, cuando veía a alguien robando comida, utilizaba una barra de metal. En ese instante, La Tigresa embestía atrozmente contra la víctima hasta dejarla sin conocimiento.
Curiosamente, el mayor Schiffer presentaba a la guardiana como un modelo de mujer nazi, ya que mostraba una “firmeza necesaria”. Esta descripción chocaba de lleno con la que hacían sus reclusas que manifestaban que la Hildegard normalmente corría por el campo gritando como alma que lleva el diablo, mientras abofeteaba a todo aquel que no se quitase el sombrero cuando pasaba.
Por otro lado, durante el último año de servicio en el campo, Lächert se quedó embarazada y tras dar a luz a su tercer hijo, en 1944 deciden trasladarla al campo de concentración de Auschwitz. Allí permaneció hasta el mes de diciembre. Escapó cuando se enteró de la inminente llegada del Ejército Soviético.
Pero las referencias sobre lo que ocurrió después no son concluyentes. Hay informes que sitúan a Hildegard como supervisora de Bolzano, un campo de detención en el norte de Italia, mientras que otros insisten en que estuvo en el campo de Mauthausen-Gusen en Austria.
Sea como fuere, el 24 de noviembre de 1947 la Tigresa se sentó en el banquillo de los acusados con otros 23 ex miembros de las SS, en el famoso juicio de Auschwitz. Entre los procesados de esta primera vista judicial celebrada en Cracovia (Polonia), destacaron criminales como María Mandel, Luise Danz, Alice Orlowski o Therese Brandl.
El 22 de diciembre el Tribunal llega a un veredicto y condena a Hildegard Lächert a 15 años de prisión por los crímenes de guerra cometidos en Auschwitz y Płaszów. Enviada a una cárcel de Cracovia, la ex Aufseherin pasa allí parte de su pena. Tan solo nueve de los quince años que le impusieron. Queda en libertad en 1956.
Durante casi veinte años Hildegard recuperó su vida. Se hizo ama de casa, cuidó de sus pequeños y pasó desapercibida entre la comunidad de vecinos. Pero cuando parecía que todo había acabado para la ex guardiana nazi, el gobierno alemán decide reabrir el caso y detener a 16 antiguos vigilantes del campo de concentración de Majdanek. Entre ellos, Lächert.
Este proceso -considerado uno de los más largos en la historia de los crímenes de guerra nazi- se inició el 26 de noviembre de 1975 y concluyó el 30 de junio de 1981 en una Corte de Düsseldorf. Uno de los principales motivos por los que se alargó tanto fue que la mayoría de los testigos no querían que sus antiguos verdugos los vieran, ni pasar de nuevo por el horror de contar lo sucedido.
Respecto al iracundo comportamiento de Lächert en el campo de concentración, gran parte de los testigos la describieron como la “peor” persona de todo el campo, “la más cruel”, “la bestia”, “el pánico de los reclusos”.
Se la acusaba de ser cómplice de más de 1.200 asesinatos. Pero uno de los principales cargos que se le imputaron fue el de haber incitado a uno de los perros que siempre la acompañaba, a que atacase a una presa judía. Su único delito: haber sido violada y embarazada por un oficial de las SS del que la Aufseherin se había encaprichado. El animal acabó destrozando a la confinada.
También se la imputó por emplear constantemente una fusta de montar reforzada con bolas de acero y con la que provocó la muerte a más de un preso; de disparar a sangre fría a una judía griega después de que su perro le diese caza; de ahogar a dos internas en el pozo negro por no haber limpiado suficientemente los retretes del campo; y como no, de formar parte en la selección a las cámaras de gas.
En su defensa, la acusada intentó negar lo sucedido: “Yo nunca lesioné gravemente o maté a nadie, ni siquiera tomé parte en la selección” de personas para ser asesinados. Aún así, “Brígida la Sanguinaria” se enfrentó a ocho cadenas perpetuas por los cargos anteriormente citados. Y finalmente, el Tribunal la condenó a 12 años de prisión.
Cuando la gente congregada en la abarrotada sala escuchó la sentencia y el veredicto, comenzaron a gritar y exclamar: “Esto es un escándalo” y “una ofensa para las víctimas del nazismo”. De todos los inculpados, solo uno de ellos fue condenado a cadena perpetua. Aquel 30 de junio de 1981 terminó en Düsseldorf “el último gran juicio” del nazismo bajo las airadas protestas de los asistentes.
Tras cumplir su pena, Hildegard Lächert fue puesta en libertad y pasó sus últimos años en su ciudad natal, Berlín, donde murió en el año 1995. Sin embargo, una investigación realizada por el semanario alemán Der Spiegel en 2016, reveló entre otras cosas que salió antes de tiempo de prisión y que llevó una doble vida tras el proceso judicial. Parece ser que tanto la Agencia Central de Inteligencia norteamericana (CIA) como el Servicio Federal de Inteligencia alemán (BND), reclutaron a esta asesina como espía para luchar contra la antigua Unión Soviética y los países socialistas.
“Por primera vez ha quedado demostrado que una vez que concluyó la Segunda Guerra Mundial los servicios secretos de los países occidentales reclutaron no sólo a criminales nazis hombres, sino también mujeres”, explica la publicación germana. Porque ambas instituciones gubernamentales “sabían a quien tenían en sus filas”. Tras varios años de espionaje, las agencias de inteligencia finalmente prescindieron de sus servicios por un curioso motivo: hablaba demasiado.
https://www.msn.com/es-es/noticias/internacional/br%C3%ADgida-la-sanguinaria-la-torturadora-nazi-que-acab%C3%B3-como-esp%C3%ADa-de-la-c%C3%ADa/ar-BBV5eVv