Tras 12 semanas de movilizaciones permanentes pidiendo la dimisión de Benjamin Netanyahu, la respuesta del Primer Ministro israelí fue clara: no sólo no dimitía sino que imponía el confinamiento por segunda vez.
Creyó que con el ejército en la calle se acabarían las protestas, pero no ha sido así. El jueves de la semana pasada la población volvió a salir a las calles de Tel Aviv contra él y contra el confinamiento.
“Cuando Netanyahu anunció el confinamiento, pensé en suicidarme”, dice Yael, de 60 años, una de las mujeres israelíes que se manifestaron. Trabajaba como oficinista en un estudio de arquitectura y perdió su empleo a causa de la crisis económica.
En un discurso televisado el jueves por la noche Netanyahu dijo que, si fuera necesario, no dudaría en endurecer las medidas de confinamiento, que son percibidas como un golpe de maza por parte de la población.
El segundo confinamiento durará tres semanas y coincide con el comienzo de las fiestas judías Rosh Hashana (Año Nuevo), Yom Kippur (Día del Perdón) y Sukkut (Fiesta de las Cabañas), que se extienden hasta el 11 de octubre.
Como en el resto del mundo, en Israel el confinamiento es indisociable de la crisis económica. Para saciar el descontento, el domingo por la tarde Netanyahu prometió que la economía israelí se iba a recuperar, pero no dijo cómo.
“La economía está cayendo, la gente está perdiendo sus trabajos, están deprimidos. ¿Y para qué? Por nada”, decía otro manifestante en Tel Aviv.
En marzo a los israelíes los engañaron, como al resto del mundo. Les atemorizaron para que aceptaran sin reticencias el primer confinamiento, que coincidió con la Pascua judía.
Pero otro encierro es demasiado y la rabia es evidente. La población ha perdido el miedo y ya no se cree las continuas referencias a los “casos” y los “brotes”.
Israel es el primer país que ha confinado a la población dos veces, a pesar de que las cifras de la pandemia son insignificantes. El país tiene nueve millones de habitantes y ha registrado oficialmente 1.119 muertes atribuidas al coronavirus.
La población no ha sido encerrada por motivos sanitarios sino claramente políticos.