En plena guerra de Corea, el 10 de marzo de 1952, Stalin removió las aguas internacionales ofreciendo a las potencias imperialistas la firma de un tratado de paz con Alemania, el restablecimiento de la unidad alemana y la retirada de las fuerzas de ocupación en el año siguiente a la firma del acuerdo.
La oferta cayó en saco roto. El mundo estaba al borde del abismo nuclear. Francia estaba a punto de firmar el tratado internacional por el que se restablecía el ejército alemán camuflado dentro la Comunidad Europea de Defensa.
Un mes antes, en febrero, el gobierno de Corea del norte acusó a las fuerzas aéreas de Estados Unidos de lanzar napalm y bombas bacteriológicas portadoras de plagas. China confirmó la noticia. En Corea del norte brotaron epidemias y varios organismos internacionales emprendieron investigaciones para verificar la validez de las acusaciones, que finalmente se confirmaron.
En París el Movimiento por la Paz convocó dos semanas de luchas contra las armas biológicas y catorce encuentros regionales para exigir el fin de la guerra de Corea.
El detonante fue la visita del general Ridgway para tomar posesión de su cargo como comandante en jefe de la OTAN en Europa. Matthew Ridgway era un asesino especialmente repudiado, ya que durante la Guerra de Corea había estado al frente de las fuerzas que lanzaron las armas bacteriológicas. «El pueblo de Paris nunca va a tolerer a un criminal de guerra en la capital», dijo el PCF al inicio de la campaña.
Los sindicatos de la CGT llamaron a seguir el ejemplo de los trabajadores japoneses, que habían participado masivamente en la protesta contra el general «de la peste y el tifus».
Siguiendo el Plan Cloven el gobierno francés prohibió las manifestaciones. Durante la guerra fría los imperialistas prohibieron la lucha por la paz. Pero entonces los comunistas eran de verdad, no como ahora, así que a pesar de la prohibición mantuvieron las convocatorias y varios días antes, cuando empezó la distribución de folletos por los barrios, volvió a aparecer una represión policial sin precedentes, seguida de detenciones.
Durante una primera manifestación celebrada el 23 de mayo se produjeron graves choques entre los manifestantes y la policía, que detuvo a 279 personas, de las que 42 fueron encarceladas y sometidas a juicio.
Ridgway llegó a Paris el 27 de mayo, atravesando la ciudad con una nutrida escolta policial hasta el Arco del Triunfo. En Villejuif los manifestantes, dirigidos por su alcalde, Louis Dolly, trataron de bloquear el cortejo oficial y desplegaron una pancarta en la Avenida de Italia, una de las arterias más importantes del sur de la capital francesa.
Por la mañana detuvieron al redactor jefe de L’Humanité, André Stil, acusado de violar una ley de 1848 por convocar manifestaciones públicas, armadas o no. Por la tarde, tras la tradicional subida al Muro de los Federados en homenaje a la Comuna de París, los manifestantes salen a la calle enarbolando retratos de André Stil como otros tantos llamamientos a la lucha.
Entonces las manifestaciones no eran una fanfarria sino que se organizaban meticulosamente como auténticas guerras de movimientos por las calles. El sitio web del PCF de Aubervilliers resume así los minuciosos preparativos:
«Se aprobaron y programaron las rutas de las marchas. El criterio de organización fue el de la ‘bola de nieve’: pequeños grupos que se unen y desplazan hasta el lugar acordado, donde se unen con otros grupos. Y se deben formar columnas de militantes de los suburbios y de los distritos periféricos para entrar en París. Los coches se encargarán de llevar el material a la manifestación: nada de banderas sino pequeñas pancartas a veces en chapas metálicas, fijadas en grandes palos de madera. Sin los materiales usuales de las manifestaciones, los grupos se deben organizar para ser muy móviles y capaces de enfrentarse a la ofensiva de la policía. Obviamente, la prueba va a ser muy dura: los locales [del PCF y los sindicatos] se equiparán como enfermerías de campaña y se prepararán vehículos destinados al transporte de los heridos a la clínica de Bluets»(1).
Tal como habían previsto el PCF y la CGT, la policía colocó controles de carretera en las puertas de acceso a París para impedir los desplazamientos de las columnas de manifestantes desde los barrios obreros de la periferia. Para superar los controles, en la primera línea se pusieron los militantes de choque, que en aquella época en París eran los veteranos, militantes expertos, resistentes que habían luchado contra la fascismo durante la guerra. La avalancha humana tiene tal fuerza que los primeros puestos de control de la policía ceden. Los manifestantes vuelcan los vehículos de la policía, asedian e incendian la comisaría de la calle de la Banca.
Fue el choque más duro. Sin embargo, una vez recuperados del efecto sorpresa, la policía trató de volver a controlar los movimientos de las masas por las calles con las armas de fuego en la mano. Un sargento disparó y el comunista argelino Hocine Belaid cayó cerca de una tienda de ropa. Aunque le trasladaron rápidamente a un hotel y luego en coche a la clínica de Bluets, murió sin recuperar la conciencia (2).
Por la tarde siguieron los enfrentamientos. Unos 600 manifestantes resultaron heridos y uno de ellos, el tornero Charles Guénard, antiguo miembro de la resistencia, combatiente de los Franco-Tiradores y Partisanos y concejal comunista del ayuntamiento, murió meses más tarde como consecuencia de las heridas recibidas. La policía detuvo a más de 700 manifestantes, a los que molió literalmente a golpes. Fueron procesados y sometidos a juicio otros 140 manifestantes.
El gobierno estaba lanzado a una ofensiva total. En varios puntos de Francia la policía registró las sedes del PCF, de las juventudes comunistas y de la CGT, cuyo secretario general, Benoît Frachon, tuvo que pasar a la clandestinidad, de la que no regresó hasta finales del año siguiente, cuando la tensión se calmó. Detuvo y sancionó a los militantes por hacer pintadas y pegar carteles, e incluso intentó levantar la inmunidad parlamentaria de los diputados comunistas y abrió varias causas judiciales por delitos contra la seguridad interior del Estado.
Cuando en junio del siguiente año se celebró el 29 Congreso de la CGT, el secretario general del sindicato, que seguía en la clandestinidad, sólo pudo hacer una breve aparición para saludar a los congresistas. El punto principal que se aprobó fue el de iniciar una campaña por la liberación de los que aún seguían presos en las cárceles por la manifestación del 28 de mayo del año anterior.
Unos días después, el 14 de julio, aniversario de la Revolución Francesa, se celebró una gigantesca manifestación para exigir la liberación de los presos políticos. Entre las organizaciones que se sumaron a la convocatoria del PCF y la CGT estaba el Movimiento por las Libertades Democráticas en Argelia, cuyo dirigente, Messali Hadj, estaba en situación de arresto domiciliario. El numeroso proletariado norteafricano (tunecinos, marroquíes) que participó añadió consignas anticoloniales a la exigencia de liberación de los presos políticos. En plena festividad nacional francesa aparecieron banderas argelinas y consignas a favor de la independencia.
La manifestación coincidía con un desfile militar en el que participan los paracaidistas del ejército que habían vuelto de la guerra de Indochina. Una vez finalizado aquel acto, atacaron al proletariado en la otra manifestación sin que la policía tratara de impedirlo. Al final, cuando la marcha estaba a punto de disolverse, la policía cargó contra los manifestantes, desencadenándose una verdadera batalla campal. 20 furgonetas de la policía ardieron en llamas, los antidisturbios volvieron a desenfundar sus armas y dispararon indiscriminadamente contra la multitud, asesinando a 7 personas e hiriendo a otras 140 en pleno centro de París (3).
Entre los responsables de la masacre, además de Baylot y Dides y otros parecidos, estaba Maurice Papon, prefecto general de policía, un vichysta que años después, en 1988, fue condenado por crímenes contra la humanidad cometidos durante la ocupación nazi de Francia. Pero en 1953 la policía tuvo pleno apoyo de todos los partidos parlamentarios, excepto del PCF, que calificó los hechos como una provocación. La burguesía orquestó una campaña para prohibir las manifestaciones y, de hecho, hasta 1968 el Primero de Mayo no se volvió a celebrar por las calles. La fiesta del 14 de julio acabó aún peor: la Revolución Francesa jamás se ha vuelto a celebrar con manifestaciones populares.
Uno de los comunistas asesinados era Maurice Lurot, a quien una bala atravesó el corazón. Muchísimos años después, el 21 de setiembre de 1995, su hijo escribió una carta a L’Humanité Dimanche, en la que decía: «Cada año, mientras todos bailan, busco con lágrimas en los ojos una palabra que me reconforte en L’HD [Humanité Dimanche]. Cada año mi padre es asesinado de nuevo por los camaradas, por su olvido». En efecto, el olvido es ese crimen que cometemos cada año. No es el crimen que cometen contra nosotros, sino nuestro propio crimen. Olvidamos que lo poco que tenemos se lo debemos a quienes, como Maurice Lurot, Abdellah Bacha, Larbi Daoui, Abdelkader Trari, Mouhoub Illoul, Tahar Madjine y Amar Tadjadid, dieron su vida por lo mismo por lo que nosotros seguimos luchando ahora.
A pesar de los asesinatos, el Plan Cloven y la represión policial fracasaron estrepitosamente. Lograron que casi medio millón de militantes abandonara el PCF entre 1946 y 1953, pero siguió siendo el primer partido de Francia. Nadie destruyó al PCF, que también se destruyó a sí mismo. Se ahorcó con la soga del olvido de lo que había sido y de lo que quiso ser.
(1) http://pcfaubervilliers.fr/spip.php?article246
(2) Vídeo del funeral de Hocine Belaid: http://www.cinearchives.org/Films-447-189-0-0.html
(3) Daniel Kupferstein: Les balles du 14 juillet 1953, http://vimeo.com/99715119
Más información:
La CIA utilizó a los secuaces de Tito para luchar contra los comunistas (Plan Cloven 1)
Una policía paralela para acabar con los comunistas (Plan Cloven 2)