Si lo «políticamente correcto» es no decantarse, y no es paradoja, políticamente, oír a un futbolista declararse comunista es ya poco menos que hablar de un extraterrestre o rara avis en el circo futbolero. Pero haberlos, haylos. Es el caso -fue ya que se retiró en 2012 en el Nápoles- de Cristiano Lucarelli, futbolista italiano de élite muchas temporadas y gran «cañonero», como llaman en el Calcio a los goleadores.
Puede decirse que Lucarelli ya vino al mundo marcado. Nació en Livorno en 1975, ciudad industrial portuaria y cuna del Partido Comunista Italiano en 1921 (como escisión del PSI en un proceso muy parecido al PC español). Su padre, estibador, era militante comunista.
El Livorno -el año que viene se cumplirán cien años de su fundación como club- es una de las instituciones deportivas más politizadas del campeonato italiano (como la Lazio donde su jugador Paolo Di Canio, fascista confeso -por lo menos lo dice-, celebra sus goles saludando, nunca mejor dicho, a la romana, o sea, brazo en alto). Es un equipo -el Livorno, ciudad que da al Mediterráneo, no al Adriático, cerca de Pisa- que ha estado tantas veces en la Primera División (allí Serie A) como en la Segunda y hasta en la Tercera (2ª B nuestra). Si tuviéramos que buscar un equivalente suyo en la Liga española, tal vez podría ser el Celta de Vigo, con su puerto y sus luchas obreras incluidas, suben, bajan, descienden, ascienden… Más remoto quedaría el libertario St. Pauli de Hamburgo (bajó el año pasado). También, pero sin puerto pero con Valle del Kas, el Rayo Vallecano con un gran Paco Jémez y su barra brava antifascista «Los Bukaneros». El apodo del Livorno (que este año bajará, lamentablemente, como el Betis) es «Amaranta», o sea, los rojos rojísimos, como esa flor.
Lucarelli, ya consagrado (y que estuvo una temporada -la 1998-99- en el Valencia de Claudio Ranieri), se fue de motu propio a jugar al equipo de su pueblo, el Livorno, estando este ¡en la Serie B (la 2ª División nuestra)! Al año siguiente, 2004, subieron. Máximo goleador, Lucarelli festejaba sus «chicharros» con el puño izquierdo en alto. O exhibiendo camisetas del Che debajo de la oficial como cuando fue internacional Sub-21. Sabía que le traería problemas, pero le dabe igual. De hecho, denunció que equipos que descendieron en su día como el Módena, Empoli, Perugia o Ancona, también identificados con la izquierda, no bajaron por casualidad.
El Livorno no podía pagarle más que un modesto salario que Lucarelli aceptó rechazando ofertas millonarias -como la del Torino, por ejemplo, para que siguiera y donde jugó dos temporadas antes de irse al Livorno por voluntad propia- como quedó reflejado en el libro (que publicó su representante Carlo Pallavicino) «Quédense con sus millones». Y no sólo eso. En junio de 2007 Lucarelli terminó su ciclo en el equipo de sus amores y fichó por el Shajtar Donetsk ucraniano (estuvo un año) no sin antes hacer una promesa: invertir la mitad de su sueldo anual de cuatro millones de euros -¡¡hay que ser idiota para decirse comunista con este sueldazo, pues ya ven!!- en un diario local de su ciudad para la creación de nuevos empleos. Lo cumplió, sobra decirlo.
Lucarelli, ejemplo de lo que bajo el capitalismo se conoce como «triunfador», «ganador», jugando a dar patadas a un balón, ejemplo, digo, que no se desclasa y no olvida su gente ni sus orígenes proletarios. O sea, exactamente igual que los de aquí que pagan religiosamente a Hacienda y no defraudan al Fisco. Ni se chutan.