El ataque también mató a Abu Mahdi Al-Muhandis, subcomandante de la milicia irakí Hashid Al-Shabi. “El asesinato de un comandante militar irakí en un cargo oficial se considera una agresión contra Irak… y la liquidación de destacadas personalidades irakíes o de un país hermano en suelo irakí es una violación masiva de nuestra soberanía”, dijo el Primer Ministro irakí Adel Abdul Mahdi, quien agregó que el doble asesinato supone “una peligrosa escalada que encenderá la mecha de una guerra destructiva en Irak, la región y el mundo”.
En el momento del ataque, Trump participaba en una rueda de prensa, que abandonó rápidadamente para no tener que responder a las preguntas de los periodistas. No le habían preparado las respuestas que tenía que exponer.
Las notas oficiales llegaron después. Según ellas el ataque fue una respuesta a un ataque previo con cohetes contra la base militar K1 cerca de Kirkuk el 27 de diciembre. En el mismo murió un subcontratista militar estadounidense.
Los detalles de ese ataque son más que oscuros y el ejército irakí todavía los está investigando. Ningún grupo ha reivindicado aún la autoría del mismo y Estados Unidos no ha querido dar el nombre, ni la empresa para la que trabajaba el subcontratista fallecido.
La presencia de mercenarios en Irak, como el fallecido, sirve para falsear la abrumadora presencia imperialista en Medio Oriente. El New York Times, por ejemplo, reconoce sólo 5.000 tropas estadounidenses en Irak, pero no incluye a los subcontratistas.
Además, ambas muertes, la de un mercenario privado y la de un general del ejército iraní, no se pueden poner en el mismo plano. Estados Unidos no ha matado a Suleimani para vengar la muerte de un mercenario, por más que estuviera a sueldo del Pentágono.
Por otro lado, el ejército estadounidense ya había respondido a su muerte lanzando cinco ataques diferentes en Irak y Siria a finales de diciembre que mataron a unas 30 personas, lo que hizo que los manifestantes irakíes irrumpieran en la embajada estadounidense en Bagdad.
El asesinato de un general de otro país es, claramente, un intento de tensar la cuerda, característico tanto en Washington como en Tel Aviv, para lo mismo que vienen intentado desde 2001: remodelar el mapa de Oriente Medio para sostener la hegemonía del imperialismo en la región.
El asesinato de Soleimani se produce sólo unos meses después del fracaso de un intento israelí similar. Según el Times de Israel, a principios de octubre el Mosad planeó excavar un túnel bajo un sitio religioso asociado con el padre de Soleimani para provocar una explosión bajo el edificio cuando él estuviera dentro y luego tratar de desviar la responsabilidad para iniciar una guerra religiosa. Los asesinos habían preparado unos 500 kilos de explosivos (*).
Los planes de provocar explosiones subterráneas bajo santuarios musulmanes fueron característicos de los israelíes en el pasado. El nuevo plan se elaboró después de que en 2018 los medios de comunicación israelíes informaran de que Trump había dado a Israel luz verde para asesinar al Soleimani.
El periódico kuwaití Al-Jarida, una conocida plataforma israelí para transmitir mensajes a otros países de Oriente Medio, confirmó que existía un acuerdo entre Estados Unidos e Israel para apuntar a Soleimani como la amenaza más importante para los intereses de ambos países de la región.
Netanyahu y la cúpula sionista no se han hartado de provocar la guerra con Irán, pero no se bastan para ello con sus propias fuerzas. Ni siquiera les basta con el apoyo de Estados Unidos. Necesitan también a sus más fieles secuaces: los saudíes. Sin embargo, ahora que Estados Unidos mata a Soleimani, Israel permanece relativamente silencioso. Sólo se regocijan en privado porque no las tienen todas consigo.
(*) https://www.timesofisrael.com/iran-says-it-foiled-israel-arab-plot-to-assassinate-top-military-commander/