Asesinato de Prigojin: el Kremlin tiene una pista y un sospechoso

Pocos días después de la muerte de Evgueni Prigojin en un accidente aéreo, Rusia tiene un primer sospechoso. Se trata de Artem Stepanov, piloto personal de Prigojin, que no estaba a los mandos de la aeronave en el momento del accidente. Estaba de vacaciones en Kamchatka, una península en el extremo oriental de Rusia.

Su nombre circula en los medios de comunicación y en las redes sociales rusas. Según Newsweek, Stepanov podría haber tenido acceso a la aeronave antes de que despegara de la capital rusa.

El explosivo pudo haberse colocado en el chasis de la avioneta. La policía rusa lo está buscando.

El jueves Putin, al pronunciarse sobre la muerte del dirigente de Wagner, dijo que se haría todo lo posible para identificar las causas de su muerte. “Veremos qué dicen los investigadores en un futuro próximo. El peritaje está en marcha, un peritaje técnico y genético. Tomará algún tiempo”, dijo.

Se han alzado muchas voces para señalar que la muerte de Progojin no fue un accidente. La mayor parte de las conjeturas apuntan a la asonada de junio, cuando una parte de los hombres de Wagner desafió la autoridad del ministro de Defensa, Serguei Shoigú.

En realidad, tanto la asonada como la muerte de Progojin no son las causas de nada sino las consecuencias de las divergencias internas dentro del equipo dirigente del Kremlin. Estas contradicciones internas no son de ahora sino que aparecieron con el desmantelamiento de la URSS.

No obstante, los medios de comunicación occidentales no conocen fisuras en el interior del gobierno ruso y coinciden en el punto capital que cabía esperar: el inspirador último del asesinato es Putin. En Rusia todo empieza y acaba en Putin.

El móvil del crimen no puede ser más fútil: se sintió traicionado por la asonada militar de Wagner y ahora se ha vengado. Casi parece una tragedia griega.

Sin embargo, para acabar con la asonada de junio, tanto Putin como Lukashenko dieron garantías de seguridad personal a Prigojin y sus lugartenientes. La conclusión sería que ni Lukashenko ni Putin tienen palabra. Ni uno ni otro son “hombres honorables”.

La guerra ha exacerbado esas contradicciones, como cabía esperar, y ha sumado una más: en Moscú ha aparecido un “partido de la guerra” y uno “de la paz”. Esas facciones heredan a las más viejas, polarizadas en torno a las relaciones con occidente, entre los partidarios de la homologación con Europa y los de seguir una vía alternativa.

Con el tiempo, los partidarios de olvidarse de occidente e iniciar una vía independiente, que encabeza Putin, han ido ganando terreno y, para que eso sea posible, Rusia debería llevar la guerra con la OTAN hasta el final.

Los viejos partidarios de Yeltsin, por el contrario, mendigan a las potencias occidentales y son partidarios de la paz a cualquier precio porque nunca han creído en la victoria de Rusia.

La asonada de junio lo que demuestra es que el enemigo de Prigojin no era Putin sino Shoigú. Unos días antes de su viaje a Moscú volvió a la carga contra el ministro de Defensa en unas declaraciones muy confusas, al más puro estilo suyo, en las que dijo que la guerra había sido beneficiosa para los oligarcas.

Él no se consideraba parte integrante de esa oligarquía.

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