La guerra de las pistolas de oro |
Desde que llegó a la cabeza del Ministerio de Defensa, Salman ha dado pruebas evidentes de su animadversión enfermiza hacia “los persas y los chiítas” y toda su obsesión es reducir la influencia de Irán en la región, para lo cual no ha vacilado en atacar a Yemen, a pesar de la oposición de una parte de la familia real saudí. Hasta ahora su empeño se ha saldado con una importante derrota estratégica frente a los insurgentes.
En su encuentro en Washington con Obama, el autócrata saudí habló de una supuesta “política desestabilizadora de Irán en la región” y Daily Beast ha comentado el compromiso saudí para “reducir las tensiones” en Oriente Medio en el sentido de que pretenden concentrar sus energías contra Irán, como causante de las mismas. Para ello, los jeques de Riad pretenden estrechar sus vínculos con Estados Unidos, ahora muy deteriorados.
Según Daily Beast, tras pactar con Irán, Washington ya no considera que Teherán sea un enemigo tan importante como creen los saudíes, lo que resulta frustrante para éstos, que ahora sólo pueden contar con su propia capacidad militar, económica y diplomática.
En su carta al príncipe, al general habla abiertamente de “una gran batalla contra los persas y los chiítas”, a cuyos soldados reconoce una gran inteligencia. Para derrotarlos, dice, debemos ser más inteligentes y más fuertes que ellos, así como asegurarse de que no irán solos a la guerra.
Una de las amenazas más importantes para los saudíes son las infraestructuras petrolíferas del Golfo. La marina de guerra, los misiles y el Cuerpo de Guardias de la Revolución podrían atacar las refinerías y los pozos de petróleo.
El general Ben Sayf considera que Riad dispone de medios propios suficientes para defenderse de Irán, aunque aconseja incrementar las inversiones en la marina de guerra, la aviación y la defensa antiaérea. En la actualidad los príncipes saudíes quieren comprar submarinos alemanes y optimizar sus misiles Patriot.
Sin embargo, en lugar de comprar costosos buques de guerra estadounidenses, lo que necesitan son destructores y otros pequeños navíos, más rápidos, para contrarrestar la masa enorme de submarinos iraníes. También necesitan helicópteros Apache para desplegarlos cerca de Zahran porque, según la inteligencia militar estadounidense, combinados con los misiles Hellfire, son los idóneos para contrarrestar la potencia de fuego iraní.
El general propone al príncipe “atacar a Irán” porque “la defensa no basta”. La autocracia se debe dotar de capacidad de ataque los pozos de gas y petróleo iraníes. Para ello tienen que hacer lo mismo que los “persas”, dice el general: instalar misiles antinavío en las costas, así como misiles balísticos para mostrarse amenazantes contra Irán.
En su carta, Ben Sayf cuenta con que China y Rusia suministren esos misiles antinavío y balísticos. También propone copiar el ejemplo de los Emiratos Árabes Unidos y poner en pie una fuerza terrestre y otra de intervención marítima ya que Arabia carece de de efectivos humanos y de fuerzas flexibles capaces de adaptarse a las nuevas técnicas, para lo cual propone reclutar “buenos mercenarios” que podrían ser adiestrados por la CIA, según Daily Beast. Para ello, continua el diario, Arabia saudí podría contar, entre otros, con los yihadistas del Califato Islámico y el Frente Al-Nosra que combaten en Siria. Seguirían desempeñando su actual función de “carne de cañon” y enviados a la primera línea de fuego.
Después el consejero saudí repasa la lista de los posibles aliados de Riad en una guerra contra Irán, mencionando a Egipto y Turquía para acabar mencionando a Israel (“nuestro mejor aliado”), que también está interesado en atacar a Irán y ya está apoyando a los independentistas de Baluchistán contra el gobierno de Teherán. Sin embargo, habría que procurar que la alianza entre Arabia saudí e Israel no salga a la luz.
Una guerra contra Irán podría reproducir el error de Sadah Hussein en la década de los ochenta, que se prolongó sin que apareciera un vencedor claro. Para que el ataque a Irán sea rápido, es necesario el apoyo de Estados Unidos, para lo cual la autocracia suspira por la victoria electoral de Hillary Clinton. “Ella se posicionará a nuestro favor”.