Algo, no mucho, sobre el ‘populismo’

Bianchi

Últimamente oímos hablar por todas partes de «populismo», semantema de moda, pero casi nadie de lo que llaman -mal- «clase política» se reconoce como «populista», un vocablo que viene de «popular» y no vemos qué cosa tenga de malo o negativo mezclarse con todo aquello que tenga raigambre y sabor popular salvo que se sea un misógino o un «idiota» en el sentido griego que le daba Aristóteles, es decir, como alguien que se excluía voluntariamente de la sociedad y no participaba de los asuntos públicos que atañían a la misma, a la sociedad, a la «polis»: eso era ser «idiota», que no tiene que ver, obviamente, con el sentido actual, injurioso y peyorativo, que le damos a ese término.

Acaso una razón para no reconocerse como «populista» venga de los ámbitos académicos donde los teóricos constitucionalistas del siglo XX asociaban «populismo» con demagogia -otro semantema que habría que revisar, quizá-, esto es -y se ha dicho muchas veces-, «decir al pueblo lo que desea oír», lo que, en principio, tampoco tendría nada de nocivo, pero -añado yo- se regalan los oídos populares a sabiendas de que será imposible cumplir aquello que se dice, o aquello que se promete, y es que, como dijera Tierno Galván (que no es santo de nuestra devoción), con un punto cínico, «las promesas -en campaña electoral- están para no cumplirse». O sea, estaríamos delante, penalmente hablando, de un prevaricador, de un timador, de un prestímano, de, en definitiva, un «populista», en otras palabras, de un demagogo como, por ejemplo, Felipe González -o «GonzáleX»-, personaje mefítico y venal donde los haya sólo parangonable con el felón y traidor rey borbón Fernando VII, que prometía en las elecciones generales de 1982, entre otras cosas, la creación de 800. 000 nuevos puestos de trabajo (los carrocillas se acordarán). Y, claro, ganó. Inmediatamente después de asumir el cargo como Presidente del Reino de España, vino la guerra a la resistencia antifascista, la reconversión industrial, la creación de los GAL y la entrada en la OTAN. Este gusano -que ha vuelto a la actualidad para mangonear y rejoder todo lo que se menea y no es del gusto de la oligarquía-, sería un perfecto ejemplo, pues, de populista identificado como demagogo. Hay más ejemplos.

El origen del populismo tiene raíces campesinas, concretamente, rusas, bajo el zarismo. Fue un movimiento extracampesino propiciado por intelectuales rusos burgueses que luchaban en contra del absolutismo zarista entre 1880 y 1890, intentando -con poco éxito- movilizar al campesinado sometido a formas de servidumbre feudal (la esclavitud en Rusia se abolió tarde, en 1861). No tuvieron, se acaba de decir, apenas éxito, pero, a diferencia de los populistas de hogaño, actuales -estoy pensando en Trump y también en «Podemos», aunque no los insaculo, no los meto en el mismo saco, aclaro para quien le suene indecoroso el «palabro»-, los populistas rusos SÍ se reivindicaban populistas, es decir, se enorgullecían de ello como algo apegado al pueblo, o sea, al contrario que los chiquilicuatres de ahora, que no se asume serlo no vaya a ser que te confundan con un demagogo vendedor de crecepelos, como ya se dijo.

También hubo un populismo norteamericano por esas fechas y años que dio lugar a la aparición del clásico granjero independiente, probo y laborioso, que se veían en las películas.

El populismo, para acabar -y es mucho lo que no dejamos en el tintero y no pocos los que se escapan de nuestro vitriólico cálamo y acerba crítica-, es una planta que crece en eso que dan en llamar «democracias burguesas» donde se celebran liturgias llamadas «elecciones» para poder justificar y medrar y hacer «carrera política» y posteriores «puertas giratorias», o con molinete, jugando y traficando con las ilusiones y sueños del pueblo, de la «gente», como dicen los «podemitas» que encontraron un nuevo sujeto revolucionario, según sus popes Laclau y Mouffe. Son partidos electoralistas que orillan todo lo que huela a lucha de clases.

Es lo de siempre: cuando creíamos tener las respuestas, nos cambian las preguntas.

Buenas tardes.

comentarios

  1. Claro que en tiempos de Aristóteles -o incluso antes, en tiempos de Platón- los demagogos eran algo más sinceros que nuestros análogos contemporáneos y se atrevían ha reconocer la intención que fundamentaba sus palabras. O así por lo menos es como responde Gorgias el demagogo después de que Sócrates le pregunte en qué consiste eso de profesar discursos retóricos en espacios populares: “Ser capaz de persuadir, por medio de la palabra… en toda reunión que se trate de asuntos públicos. En efecto, en virtud de este poder, serán tus esclavos el médico y el maestro de gimnasia, y en cuanto a ese banquero, se verá que no ha adquirido la riqueza para sí mismo, sino para otro, para ti, que eres capaz de hablar y persuadir a la multitud.”

  2. Una de las obras más importantes de Lenin en sus inicios como teórico marxista se titula precisamente "Contenido económico del populismo". Lo comento porque es una obra que interesa leer a cualquier comunista.

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